Historias cortas

Un nuevo comienzo para Rose.

Todo comenzó aquella noche de otoño. El agua se precipitaba con fuerza y repicaba en la ventana de mi habitación. Los rayos iluminaban el cuarto dándole un aspecto tenebroso, los truenos, cada vez más fuertes y frecuentes, resonaban entre las cuatro paredes y hacían vibrar el vaso con agua que descansaba sobre la mesita de noche.

Nunca me gustaron las tormentas, los estridentes truenos, la lluvia, la cuál cogía fuerza con el impulso del viento, me aterraban, de pequeña mi padre venía a mi cuarto y se quedaba contándome historias hasta quedar dormida con los incesantes rugidos de la naturaleza de fondo, pero con 25 años y viviendo sola, debía enfrentar mis miedos.

Con ello en mente y una valentía que me sorprendió, decidí hacer lo impensable. Cambié mi cómodo pijama gris de algodón por una sudadera holgada gris, unas mallas violetas y las botas de agua azules de mi madre, cómo la extrañaba… Salí de mi cuarto y bajé las escaleras, que chirriaban a cada paso que daba, llegué a la puerta y al abrirla una ráfaga de viento, acompañada de gotas de lluvia que mojaron la entrada de mi casa, me hizo trastabillar ligeramente. Salí cerrando la puerta por detrás, luchando aún contra el céfiro me posicioné en el centro de la carretera, desierta por la gran tormenta, con el agua empapándome y haciéndome estremecer.

-  ¡No te tengo miedo! –

 Mis gritos eran acallados por el fuerte golpeteo del agua contra el asfalto

 - ¡Ya no más!.-

Grité con todas mis fuerzas, hasta que mi garganta ardió. Mi castaño cabello se pegaba a mi cara, pero no me importaba, de hecho, por primera vez, me sentí en paz, aún con la lluvia cayendo sobre mi rostro y cuerpo estaba relajada. Entonces divisé a un chico, asomado por la ventana de la casa frente a la mía. Tenía el cabello negro azabache, incluso bajo la lluvia y con poca visibilidad pude distinguir sus característicos ojos verdes, un tatuaje bajaba enroscándose en su ejercitado brazo.

-¿Pero qué demonios estás haciendo ahí fuera? Te vas a resfriar- Gritó haciéndose oír por encima del ruido de la borrasca.

-¡Estoy perfectamente!- Le dije y, como corroborándolo, giré sobre mí misma.

Lo vi meterse en su casa de nuevo y decidí tumbarme en la carretera, había superado mi miedo a las tormentas, ni a estas alturas sé que era lo que quería demostrar.

- Dioses, con la que está cayendo, venga , ven conmigo o por lo menos deja que te acompañe a casa- el chico de cabello negro y ojos verdes se encontraba bajo la lluvia, sin paraguas, pocos segundos más tarde de desaparecer por la ventana, estaba mirándome desde su altura tendiendo una mano para ayudarme a levantarme. Me acompañó hasta la puerta de mi casa, comencé a buscar las llaves por mis bolsillos. Maldije por lo bajo.

- Debo de haber dejado las llaves dentro de casa y no tengo modo de entrar- le mostré una sonrisa nerviosa mientras miraba cualquier lugar menos sus ojos, me intimidaban un poco, aunque no era algo que fuese a admitir.

- Entonces iremos a mi casa, te dejaré ropa para que te cambies y cuando la tormenta amaine llamaremos a un cerrajero.

- Y, ¿cómo sé que no me matarás?- le pregunté realmente intrigada por su respuesta. Soltó una carcajada que hizo que mis comisuras se elevaran inconscientemente en una sonrisa divertida.

- Lo cierto es que no tienes forma de saberlo, pero no soy un asesino en serie. Eres muy directa- me encogí de hombros y nos dirigimos a su casa. Abrió la puerta me llegó un olor a galletas recién horneadas. Antes de que pudiera preguntarle por el olor a galletas me llevó al baño de la planta baja y volvió a los pocos minutos con una sudadera gigante y unos pantalones de chándal, que sin duda alguna me estarían demasiado grandes, para que pudiera cambiarme.

Salí del aseo veinte minutos después dejando la ropa mojada colgada en el pequeño tendedero que tenía en el baño.

Fui en busca del chico de ojos verdes y lo encontré cambiado en la cocina, sentado en la barra de desayuno mirando la televisión del salón con una taza de café humeante entre sus grandes manos.

- ¿Me dirás tu nombre?- le pregunté mientras me acercaba a la barra. Dio un pequeño bote en el sitio y se giró hacia mí, con diversión reflejada en sus ojos.

- Me duele, Rose, yo me se tu nombre, también sabía que vivías aquí antes y tú ni siquiera sabes mi nombre- hizo una mueca como si realmente le doliera.- está bien, ¿qué te parece si lo hablamos después de ver una película y empacharnos de las galletas de mi abuela?

- Me parece una buena idea- me pasó una taza de café y me guio hacia la sala de estar.

 

Y así, con una simple tormenta, fue como nuestra historia comenzó. Jamás pensé que el chico que vivía al otro de la calle se convertiría en alguien tan importante para mí y mucho menos imaginé la cantidad de aventuras y desventuras que viviríamos tras esa tormenta, esa tarde de risas, esas galletas de la abuela, esa taza de humeante café. Tampoco imaginé lo que aquellos complicados, misteriosos e intrigantes ojos verdes ocultarían. Pero después de todo, no me arrepiento ni cambiaría ninguna de las decisiones que tomé, porque me llevaron a donde estoy ahora.

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Ig: s.sebilla



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En el texto hay: historiascortas, unpocodetodo

Editado: 17.06.2021

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