Historias Cortas para Noches Largas

El Espectro de Kornhauskeller

De las festividades existentes, la que emocionaba en menos demasía a Adam, era, precisamente, Halloween.

No porque les temiera a las almas que tenían permitido deambular por esa noche, sino porque no le encontraba gracia a disfrazarse solo esa noche cuando cualquier día sería perfecto para vestirte como se te dé la gana.

Sin embargo, la dicha de un próximo encuentro con dos viejas conocidas muy queridas sí le entusiasmaba.

Desde que había abierto sus ojos esa mañana sentía las famosas mariposas de la ansiedad, desde la boca del estómago, hasta la punta de los dedos de los pies. 

Por semanas habían estado cruzando sus agendas para hacer posible un encuentro sin interrupciones.

Ese martes de octubre trató de dar lo mejor en el trabajo para poder cumplir su imperdible tarde con dos de sus... dos chicas favoritas.

Antes de dejar la oficina con vista al Aare, chequeó por última vez el correo electrónico.

Apretó los puños al ver que el caso DSGH6567 había sido reabierto.

Eso convertiría su jornada laboral de ocho horas en una jornada extendida de unas doce horas, si era afortunado. 

4:58 p.m.

En cualquier momento, una criatura peculiar conocida le llamaría para confirmar su arribo en el sitio de encuentro. Para no ser suiza, la prima de su querida amiga, era muy puntual. Era, irritante.

La documentación del insoportable expediente le hizo perder la noción del tiempo y, para cuando espabiló, el ordenador ya marcaba las seis en punto.

Revisó su celular y no tenía llamadas perdidas.

Un escalofrío le tensó la espalda.

Aun si corriera con toda la velocidad de la que carecía, seguro ya estaba descaradamente tarde, imperdonablemente, ausente.

Era mejor disculparse porque obviamente estaba ausentándose de preciosos minutos en la importante pseudoconvención, así que viajó en su cohete de ruedas hasta la esquina del interminable escritorio de empleado del estado y tomó lo que era suyo.

Cual legionario en la cruzada por recuperar reliquias santas, reclamó su insufrible celular, lo abrazó y...

La pantalla se volvió un vórtice del que no podía salir. Su cuerpo se entumeció tanto, hasta el punto que no soportaba habitar sus carnes. Apretó sus maxilares hasta que un sabor a óxido le recorrió la lengua.

Su sangre llevaba todo el peso de un trabajo bien remunerado, pero poco satisfactorio.

Intentaba volver a su ser, mas la gravedad misma se encargaba de adentrarlo en ese vórtice de píxeles.

Como no podía mover sus extremidades, enfocó sus esfuerzos en sus esferas oculares.

Sus nervios ópticos se aferraban al cerebro como cadenas de hierro, mientras que los músculos oculares luchaban por tener control total.

Estando a punto de ceder a las fauces de la horda de pixeles, un click intermitente irrumpió en la escena. Ese sonido lejano logró que Adam no abusara de sus globos oculares. Sus párpados se hicieron más fuertes que esa pesadilla. Poco a poco se cerraron las persianas protectoras. Sus apenas funcionales ojos estaban a salvo.

Sin embargo, sus oídos no estaban libres de la tortura. El zumbido de las ondas provenientes desde esa dimensión le cercenaba los tímpanos.

Volvió su atención al click, sus tímpanos lo agradecían.

Evocó una voz sincera para ir volviendo a su dimensión.

Sus sentidos fueron recobrando la sanidad paulatinamente a medida que la voz de Vivian acompañaba la preparación de su famoso arroz con corazones de alcachofas. Su olfato despertó y hasta esa fría oficina de funcionario público, llegó esa flamante mezcla de especias, carne de cerdo salteada, tímidos corazones de alcachofas y la salsa verde secreta de perejil, ajo y aceite de oliva. 

Sus papilas gustativas tomaron los sabores que necesitaba para dejar a un lado sus interminables casos sin cerrar.

Sonrió.

Adam ya estaba a salvo, pero el mesero, a cargo de atender a Vivian y Lucrecia, rogaba por un rapto divino.

''Te dije que llegaría tarde''. Lucretia se quejó sin despegar la vista del menú.

Pidió una entrada de quesos al sentir la acidez que emanaba del único miembro de gran tamaño de su prima: su cabeza y abundante melena castaña.

''¿Te parece que las sesiones con la psicóloga están funcionando?'' Inquirió Vivian al percibir que Lu aún no manejaba magistralmente lo que no estaba dentro de su alcance.

''Cuando sepas qué ha detenido a Adam, vas a tener esta cara también''. Enmarcó su rostro con el icónico gesto de Vogue de Madonna.

En lo que observaban el menú con la minucia de un asesino serial, mientras la barra se llenaba de comensales ávidos a la velocidad de un monorriel, un agitado Adam se abría paso entre los pacientes berneses. 

Lucrecia frunció el ceño cuando el mesero comenzó a picarse la nariz en señal de apuro.

''Tres sopas blancas están bien.''

La voz de tenor de Adam enjugada en su dulce sudor, surtió un efecto hipnotizante en el irritado mesero.

Sin decir más, tomó su asiento reservado.

Su mirada viajaba a la velocidad de la luz en dirección a cada punto cardinal.

Vivian golpeó suavemente uno de los gemelos de Lu.

''Querido, nuestro querido Adam.'' Lu le dio un golpecito en la corona de la cabeza. ''¿Estás de vuelta en el gimnasio?'' Inquirió mientras miraba la palma de su mano cubierta por una capa de sudor.

El mesero carraspeó.

 

 

 

 




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