Historias de Cementerio

Confiteor Deo - Parte III

Cuando llegué a la casa, la vieja estaba muerta. La vi tirada en el piso, agarrándose con las manos el cuello. Me acerqué y ahí clarito se veía un hueso de pollo: hasta para tragar sola había sido tonta. Pero más tonta yo, porque confié en ella, le creí que no teníamos comida, que no había dinero.

La verdad me espanté muchísimo: empecé a guardar lo poquito de ropa que tenía y abrí una lata que tenía esa bruja en un altarcito, donde según recibía "cooperaciones" para los santitos que le ayudaban con las limpias. Necesitaba sólo para agarrar un camión e irme de ese pueblo, así que eso no era robo ¿verdad? Al final, sería poco y estaría tomando lo que me correspondía por haberle trabajado, no era algo indebido. Pero, al quitar la tapita, no vi ni una moneda: eran puros billetes, de los grandes, guardados hasta por color. Lo conté: eran $20,000 de aquel entonces. Muchísimo dinero. El problema es que a mí me dijo que eso se lo llevaba semana a semana al padrecito de aquel entonces y que, como no habíamos tenido clientes, no había nada. Otra mentira.

Decidí no huir. Me guardé el dinero en el busto y salí a toda prisa, fingiendo desesperación. Grité hasta llegar a la plaza principal, pidiendo ayuda porque la vieja esa se atragantó "por comer con hambre". Me acompañaron varias personas y, al llegar a la casa, vimos que se nos adelantó una jauría. Les costó mucho quitar a los perros y a mí me dio harto trabajo no soltarme a reír. Un policía me preguntó si la difunta dejó con qué enterrarla. Yo me agarré de mi papel de pobrecita y le dije que se había muerto porque se robó una gallina y se la tragó toda desesperada porque ya iba más de un mes que sólo comíamos agua. Siento que nunca me creyó, pero no me importó en su momento y mucho menos ahora: fue lo que pasó y yo estaba libre de toda culpa.

Recuerdo que llegó una camionetita y, así como un costal de basura, cargaron el cuerpo de esa maldita vieja. Alguien se acercó a decirme que la llevarían a la fosa común, que si quería ir con ellos para despedirme y pues era lo correcto, porque ella no tenía hijos, ningún tipo de familia: sólo vivía conmigo.

Al estar en el cementerio, comencé a rezar, más por apariencia que por un genuino deseo de pedir por la salvación de su alma. Me mintió, me engañó, jugó conmigo y yo creí en ella. El sonido de los rezos se mezclaba con las palas de los hombres que cavaban la última morada de esa maldita. Y, en mi mente, sólo repasaba mi plan: tengo mucho dinero, como para irme a la ciudad y abrir una tiendita, ya no quiero ser pobre:

—Entonces acepta el trato, Luisa.

Me asusté. Era la voz de ese hombre, el que había visto en el monte, el enviado ese del Diablo ¿Cómo supo que estaba ahí? ¿Podían entrar al cementerio? Porque, de acuerdo a lo poco que sabía, cada panteón debe ser bendito bajo cierto ritual para que los restos mortales de las personas puedan reposar en ese lugar. Giré la cabeza y lo vi, justo detrás de mí, pero a unos 5 metros de distancia.

—El problema con las bendiciones es que dependen mucho de la calidad del sacerdote—se acercó dando pasos largos, pero firmes, con los brazos cruzados por detrás, así en la espalda—. El que tiene este pueblo, el que bendijo este lugar, está más cerca de servir a mi Señor que al Dios que dice adorar.

—¿Cómo...?

—Ya deberías tener claro que nosotros tenemos la capacidad de saber todo lo que necesitas, todo lo que quieres. El dios al que clamas es sordo. Mi Señor, el príncipe Belial, me ha enviado a buscarte—tomó mi mano, en un gesto caballeroso, y la besó con suavidad.—Él quiere que sepas que te ha escuchado, que conoce los deseos de tu corazón. Esos $20,000 se irán pronto, ni siquiera vas a poner ese negocio ¿Ves a ese hombre, el policía? Él sabe que sí hay dinero porque conocía los otros negocios de tu maestra—se acercó a mi oído para evitar que alguien pudiera escucharlo—. Fíjate, mientras cava la tumba de esa mujer, piensa lo sencillo que va a ser desaparecerte, más siendo policía. No queremos eso para ti. Tu vida tiene que ser larga y próspera.

—¿Y qué debo hacer? ¿Hacia dónde debo ir?

—Ven conmigo. Deja que ellos se deshagan del cuerpo de esa asquerosa rata.

Dudé. Nunca voy a negar que dudé. Vi frente a mis ojos una vida tranquila, en algún pueblito cercano, trabajando como mesera en una fonda, donde conocía al hombre de mis sueños y me casaba y tenía hijos... Pero esas imágenes fueron suplantadas por una visión, que ahora sé que fue ese hombre, donde me prostituía para vivir, además de robar e incluso matar por un poco de comida. Se veía tan real, tanto como la primera visión, esa donde era feliz, que me llené de miedo:

—Está bien, voy contigo.

Se rió bien fuerte, en mi cara, sin importarle que alguien volteara. El cielo se nubó y comenzó a correr mucho viento. La mano de él que sostenía la mía se transformó en una especie de garra y, con una de esas afiladas uñas, me dibujó una serie de símbolos y sigilos directo en la piel. Eso me aterró y comencé a gritar, más cuando vi la sangre correr por mi brazo y caer a la tierra. El simple toque de ese ser me quemaba, el dolor me sofocó por completo. En el pecho sentía un ahogo espantoso, algo tan difícil de explicar, pero tan fácil de recordar. Era tanto que yo estaba segura de que moriría ahí.

Desearía que así hubiera pasado...

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