Las personas, todas sin excepción, somos luz para aquellos que viven en las tinieblas. Sí, incluso aquellos con el alma sucia o aquella que lleva escarificados cada uno de los pecados capitales, apilados, ya sin espacio para moverse. Es una luz que va un poquito más allá del entendimiento humano y que resulta complicado de explicar, pero que puede resumirse en una palabra: voluntad. Para colocarlo en palabras simples: no se trata de ser bueno o malo: es, más bien, la capacidad de decidir cómo se actúa ante una situación o persona: bien, mal, indiferente, con dolo... Y el tema de la luz, cuando se habla de las Ánimas del Purgatorio, es clave.
Cualquiera podría pensar que el mayor riesgo de dejar una veladora encendida es que se caiga o que algo flamable sea tocado por la llama cuando una ventisca, aunque sea suave, la mueva. No es el caso cuando la veladora es parte del ritual para pedir el favor de las Ánimas. Cuando ese rostro descarnado me señaló ante la multitud de almas en pena, supe que me había metido en un problema, uno grave. Me miraron con añoranza, un deseo de estar en mi lugar. Vi sus manos estirarse en mi dirección, tratando de alcanzarme. Si tenían manos, no pude percibirlo, porque todo era sombra y, en el juego de luces que ofrecían las llamas, lo único que veía eran grandes y afiladas garras, dispuestas a todo para llegar hasta mí.
Alguna de ellas tocó mi hombro izquierdo y no pude hacer otra cosa más que gritar, porque no podía moverme. Grité y grité, con tanta fuerza que esos seres se intimidaron un poco y retrocedieron. Al ver esto, pude tranquilizarme un poco para ofrecer algo y que, al aceptar, me permitieran irme. Eso es lo que me había enseñado mi abuela: las Ánimas sólo actúan bajo su interés y van por aquello que les permita salir de ese horrible lugar.
—¡Déjenme ir! Así podré ofrendarles 9 misas y 9 rosarios ¡Déjenme ir!
El rostro descarnado comenzó a reír con fuerza y, al mezclarse con el eco del lugar y la visión de todas esas almas suplicantes, generó en mí un terror inmenso, algo que no deseo para nadie porque, una vez que llegas a ese punto del miedo, es muy difícil que vuelvas de ello.
Desperté de golpe, bañada en sudor. La veladora emanaba un ligero humo gris, justo como cuando acabas de apagarla. Un extraño viento recorrió la habitación y sentí un escalofrío en todo el cuerpo, que entró en mí por la punta de los pies y salió por la coronilla. Escuché el eco de la risa de ese rostro, acompañada de murmullos y de la sensación de cientos de ojos observando desde afuera de la casa.
No supe en qué momento me quedé dormida, pero desperté cuando el sol me golpeo la cara. Me levanté de golpe y me cambié de ropa para dar inicio a mis tareas diarias. Al salir de mi habitación, mi mamá me recibió con un rostro molesto y, con un enojo que yo no entendí en ese instante, me dijo:
—Entiendo que a veces no le da sueño a uno, pero si quieres ver una película o hablar con tus amigos, hazlo en volumen bajo o a una hora prudente.
—¿Ma? No te entiendo...
—No nos dejaste dormir. Tu papá se fue al negocio todo desvelado. Es que no, no puede ser ¿Cómo alguien puede hacer tanto escándalo en una noche? Ni siquiera nos escuchaste cuando te tocamos la puerta para pedirte que bajaras el volumen—noté cómo se quebraba la voz de mi mamá—. Entiendo la situación que estas pasando y quiero... Queremos apoyarte, pero no nos gustan esas groserías. Es parte de las reglas de la casa y...
—¿Mamá? Perdóname—me solté a llorar en sus brazos porque sabía que era un lugar seguro, que ella podría ayudarme—. Estaba tan desesperada por la situación que le empecé a rezar a las Ánimas del Purgatorio, como me enseñó mi abuelita.
—¿Qué hiciste qué?
Le relaté lo que había pasado la noche anterior, todo lo que vi en ese "sueño". Sus ojos me miraban con desaprobación y con severidad, pero también con preocupación y tristeza. Me escuchó con atención y, una vez que terminé, me tomó las manos y me dijo:
—Pues vamos a pagar esas misas ahorita mismo y te ayudo a rezar lo que prometiste, pero, una vez que terminemos, no quiero que vuelvas a hacerlo. No te diré nada más porque ya tuviste suficiente con lo que te tocó vivir.
Salimos a la calle, con rumbo a la iglesia, y las cosas no fueron mejores. Durante todo el camino encontramos señales constantes de mi deuda, del error que había cometido, de que me estaban buscando. En el aire se percibía un constante olor a podrido, a comida echada a perder y, desde mi percepción, todo se veía oscuro, como nublado. Con cierta frecuencia, giraba la cabeza, porque escuchaba, una y otra vez, diferentes voces que susurraban mi nombre, como queriendo llamar mi atención. Mi mamá se dio cuenta de esto y me decía que no volteara, no hasta llegar a la iglesia.
Al entrar, mi mamá habló con alguien para pagar las misas y después nos sentamos en una banca, donde comenzamos a rezar el primer rosario. Todo el tiempo sentí que alguien me veía desde alguna esquina o que algo saldría debajo de la banca: seguía muy asustada por lo que había visto y todo lo que oí durante la caminata en la calle. Ya al final del rosario, mi mamá hizo una oración para las Ánimas, pero me pidió que cerrara los ojos mientras decía esas palabras. No quería hacerlo porque temía encontrarme con la visión del rostro descarnado, pero tenía que hacerlo, pues mi mamá sí sabía lo que hacía.
Terminamos la oración y volvimos a casa. Desde el momento en que salimos de la iglesia, me di cuenta de que todo había recuperado su color normal, ya no se veía nublado; también se fue el olor a podrido y las voces, aunque persistían, ya no me aterraban. La responsable, en parte, era mi mamá, pues me transmitía toda su seguridad. La otra parte... Sabía que estaba pagando su deuda.
Fueron varios días en los cuales seguía escuchando voces. Mi papá, algo molesto, me decía que escuchaba ruidos en mi cuarto por las noches y mi mamá le decía que había una plaga de ratas por la colonia, que seguro corrían por las paredes y el techo, pero nada dentro de la casa. También por las noches era posible escuchar canicas cayendo, cristales rompiéndose, una gotera o un pequeño flujo de agua. Y, aunque eran ruidos pequeños, eran capaces de despertarnos.
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Editado: 12.03.2025