«El sol invernal es más extraño de lo que recuerdo. Entre tanta gente con oscuras ropas me es difícil enfocar a dónde yace la felicidad. El mar de mis ojos se desborda y sigo aquí, aún sin creerlo, sin querer avanzar. Tal vez tenías razón: al final de los días, sólo somos sal y los cuerpos se disuelven en el dolor, en los recuerdos, en ese adiós inevitable, en ese último beso que nos atrevimos a dar…
Todo es más extraño ahora. Con tu ausencia, ya no habrá días, sólo noches con periodos intensos de luz. He puesto un beso en tu frente para que podamos estar en paz, para que esto sea rápido. Intento ser valiente y poner la flor más hermosa que pude encontrar en tu maleta. Estás lista para el viaje, nada de lo que diga te detendrá y no sería capaz de pedirte que te quedaras. En su lugar, recuerdo cada una de tus palabras y me aferro a ellas. Te suplico, ¡no me obligues a olvidarte! Quiero quedarme con esos recuerdos que serán la compañía ideal en las oscuras horas que se acercan. Pero prometí que dejaría ir a tiempo y no faltaré a mi palabra.
El mar de mis ojos se ha desbordado. Un mundo que se acaba a cada paso que damos. Sé que estás feliz. Alguien te espera en el avión, lo sé, pude verlo en tus ojos. No hay amor más bonito que el amor que se ve en la mirada. Ve por ese viaje, ve por la felicidad que mereces, ve por esos labios para los cuales has guardado tu voz. Aunque me duela admitirlo, es hora de decir adiós».
Veo cómo bajan el féretro para acomodarlo dentro de la fosa. Lo contemplo mientras desciende y, como me lo había indicado mi madre, arrojo el puño de sal que preparé en casa poco antes de que ella dejara este mundo. Su color oscuro hacía que se confundiera con tierra, pero yo sabía que no lo era, porque hay una razón para que no lo sea.
Mi madre está lejos de ser una buena persona. Esto puede chocar con mis palabras de despedida para ella y lo sé muy bien. Aún con su nombre que evoca algo hermoso, Sol, fue terrible con muchas personas y es justo eso lo que la trajo hasta aquí a tan temprana edad. Sólo 46 años. Pero conmigo fue distinta todo el tiempo: me llenó de besos, de palabras de amor, me dió todo lo que necesité... Tuvimos un hogar precioso con mi padre y mi hermana. Durante mi infancia, las cosas parecían perfectas, llenas de luz, cubiertas con un halo mágico, pero si hay algo cierto en la vida es la incertidumbre.
Las cosas se fueron abajo en un abrir y cerrar de ojos. Mi padre abandonó a mi madre por otra mujer, algo muy doloroso y humillante para ella, pero también algo a lo que tuvo que sobreponerse más rápido de lo que se espera, porque ahí quedamos mi hermana y yo, también en la niebla, sin entender qué había pasado. Mi hermana, que era menor que yo, culpaba a mi mamá: que si ella había dicho, hecho o dejado de hacer o decir y, para ella, mi padre era un santo. Yo veía cómo intentó con todas sus fuerzas ser comprensiva hasta que se hartó, preparó su maleta y la envió a vivir con ese señor al que ella adoraba.
Pasaron un par de años sin saber nada de mi hermana, hasta que, un día, tocó la puerta. Abrí, dispuesta a decirle mil y un cosas por todo el dolor que le causó a mi mamá, pero lo que recibí fue una caricatura, una sombra de lo que un día fue. En ese momento, yo tenía 16 años y ella 13, pero se veía de unos 45, de la misma edad que mi mamá. La piel pegada a sus huesos, el cabello delgado y frágil, pegado sólo en ciertas secciones de su cabeza, lo suficiente para disimular que casi era calva; moretones en los brazos y en el cuello, como si alguien la hubiera golpeado de manera reciente. Casi la metí cargada a la casa. Le ofrecí un poco de agua y le pedí que me dijera qué había pasado. Cuando intentó hablar, vi que le faltaban casi todos los dientes y que su aliento era asqueroso, podrido. Su voz era delgadita, muy pequeña, apenas audible:
—Me estoy muriendo, hermana. No saben de qué estoy enferma, pero sé que moriré pronto. A mi papá le causa repulsión verme—se soltó a llorar—, y me vino a dejar aquí porque no quiere hacerse cargo de mi agonía, de los gastos funerarios...
Mi mamá salió de la cocina y adoptó una postura de pelea, sin importar la condición de mi hermana. Se acercó dando pasos largos y, al estar frente a ella, le dio una bofetada. Mi hermana se cubrió el rostro con sus huesudas manos, sin la más mínima intención de defenderse, pero sí de protegerse para recibir el mínimo daño posible. Me abalancé sobre mi mamá, haciéndola retroceder. Aún con todo lo que había pasado, no podía permitirlo; entendía su furia, pero no era lo correcto:
—¡Déjame, Ana! No hagas que me enoje contigo también. No sé qué hace aquí esta asquerosa rata ¿No estabas mejor con tu papá y la ramera esa? ¡Lárgate ahora mismo!
—Mamá—intervine—. Dice que está enferma, que no saben qué es lo que tiene y que el señor ese no quiere ni verla.
—¡No me interesa! Pudiste tenerlo todo conmigo y los preferiste a ellos. No te quiero ver en mi casa, quiero que te vayas, que desaparezcas.
—Perdoname, mamá—habló entre sollozos mi hermana—. Encuentra un poco de bondad en ti y perdóname. Estoy enferma y no saben qué es. Mi papá no quiere verme, le doy asco. Sé que voy a morir pronto.
—Pues si has de morir, apresúrate a hacerlo, pero fuera de mi vista, lejos de mi.
—Deja que se quede, mamá. Sandra también es tu hija, igual que yo. Es mi hermana y necesita de su familia, ya no le queda nada. Sé que hizo mal, pero—mi madre me dió una bofetada, esperando que con eso reaccionara. Respiré profundo sin hacer ni un sólo gesto y seguí hablando—. Pero es mi hermana y quiero que se quede aquí, no puedes arrojarla a la calle.
—Oh, claro que puedo, pero no lo haré por ti. Ya veré que hacer con esa desgraciada y con el inútil cobarde de tu padre.
Sandra sólo vivió un par de semanas más. Cada día era más difícil, tanto para ella como para mí. Odié con toda mi alma ver su dolor y... No podía hacer nada, porque no había ni una sola medicina que aliviara todo lo que ella sentía. Mi mamá, por su parte, hacía de cuenta que mi hermana no existía, que era invisible. Esas dos semanas se esforzó tanto por darme cosas, incluso cosas que no necesitaba: un celular y una computadora nueva, blusas y vestidos de marcas reconocidas, perfumes y joyería; me preparaba mis comidas preferidas... Todo para que mi hermana viera de lo que se había perdido por elegir a mi papá. Una tortura completa.
#166 en Paranormal
#575 en Thriller
#263 en Misterio
fantasmas, fantasmas demonios y hechiceros, brujería mexicana
Editado: 12.03.2025