Nunca pensé que mi vida cambiaría tanto cuando mi papá anunció que teníamos que mudarnos. Yo tenía 7 años. Salimos corriendo de nuestra casa actual, prácticamente con lo que traíamos puesto. Recuerdo que yo sólo llevaba una mochila, en la cual llevé mis cuadernos de la escuela, mi lapicera y apenas un par de cambios de ropa. En mis manos, cargué todo el tiempo un muñeco de peluche para sentirme segura ante los gritos de mis padres y el ajetreo. No entendí mucho, pero algo hizo mi papá, algo tan terrible que huímos al pueblo donde nació y vivió su infancia, ya que allí estaba la casa de sus padres, mis abuelos, a quienes no conocía y había una buena razón para ello.
Llegamos muy de noche. Mi abuelo nos recibió en la terminal de autobuses y nos subió a una camioneta bastante vieja, ruidosa y oxidada. No hubo abrazos de bienvenida, ni siquiera una palabra amable: se veía que el abuelo estaba igual o más enojado que mi mamá, quien llevaba a mi hermanito, de 5 años, en brazos. Mi papá, por su parte, cargaba las pocas bolsas y cajas que llevábamos con nosotros. Yo me aferré a mi peluche y a mi mochila. Debo confesar que dormí con la mochila puesta durante varios meses, pues temía que tuviéramos que huir de nuevo. Lo único que tenía claro en ese entonces era la incertidumbre.
Cuando la camioneta del abuelo se detuvo, vi la casa: la fachada estaba en obra negra y el portón era rojo. Las paredes eran altas, de poquito más de 3 metros de altura. Los perros nos ladraron con furia, pero mi abuelo les gritó que se callaran, que éramos sus invitados y que mejor se fueran y así pudimos pasar. Dentro de la casa nos esperaba la abuela con un tecito caliente, unas piezas de pan y con varias colchonetas dispuestas en el piso de la sala. De ella sí tuvimos una bienvenida amable:
—Vengan, deben tener frío y hambre—nos acercamos al comedor donde nos sentamos a comer y beber—. Disculpen que no les tenga un cuarto, pero no me dio tiempo de preparar nada. Mi'ja—dijo señalando con la mirada a mi mamá—, ya mañana me ayudas a arreglar los cuartos para ustedes en lo que este cabrón se va a buscar trabajo—se levantó de su asiento y, con un gesto amenazante, señaló a mi papá—. Te advierto, Néstor, no te quiero de huevón ni haciendo pendejadas, porque, a la primera que hagas, tu familia se queda, pero tú te vas.
—Sí, mamá, voy a estar tranquilo. Mañana me busco un trabajo.
—O si no le ayudas a tu papá en la siembra, pero le chingas—mi mamá se veía asustada ante la dureza de mi abuela—. No, hija, tú no te preocupes—habló con una voz muy dulce y suave—. Tú y mis nietos no tienen la culpa de las pendejadas de este animal; ustedes tres aquí lo tendrán todo, no se preocupen por eso. Mañana también tenemos que ver que el maestro de la escuela reciba a la niña ¿Te gusta la escuela, mi amor?—asentí con la cabeza. Por algo mis cuadernos eran mi posesión más valiosa—. Qué niña tan linda. Ahora vamos a dormir. En esta casa ya todos tenemos que estar acostados antes de la hora de las brujas. Si escuchan que alguien toca a la puerta o que les llama por su nombre, quédense en la cama y no contesten, ¿de acuerdo?
—¿Y si los niños quieren ir al baño?—preguntó mi mamá.
—Preferible que los duermas con pañal o que se orinen en la cama, pero nadie se levanta hasta que el sol salga, ¿estamos?
Todos asentimos. Al final, estábamos de invitados en una casa y mi mamá siempre me enseñó a respetar las reglas, aunque fueran absurdas. Fui al baño antes de acostarme y me dejaron cerca un pañal de mi hermanito, por si sentía ganas de hacer pipí en la madrugada. Recuerdo bien que, esa noche, ya estando en mi colchoneta, escuché hablar a mis papás:
—Con razón no conocía a tus papás, Néstor. Tu mamá es... Peculiar.
—Pero es lo que tenemos. Sólo haz lo que ella te diga y listo. A veces hace cosas raras. No le preguntes mucho y todo estará bien.
Me quedé dormida tratando de entender y asimilar la situación, el cómo un día estaba calentita en mi cama y al siguiente en una colchoneta en el piso de una casa ajena. Las voces de mis padres se hicieron lejanas. Lo último que escuché fue a mi mamá decir que no estaríamos en esta situación si él la hubiera escuchado. Después de eso, todo se volvió negro y comencé a soñar con el viaje en autobús, con mis amigas de la escuela, con las cosas que olvidé en nuestra casa... Hasta que escuché a alguien tocando la puerta con insistencia.
Supe que era real porque mi mamá también se despertó y volteó a verme, tal vez queriendo revisar que estuviera bien. Se llevó su dedo índice a la boca, indicando que debía quedarme callada y dijo bien suavecito "acuérdate que tu abuelita dijo que no abrieras". Los golpes en la puerta seguían y se multiplicaban, arrastrándose de la puerta a las ventanas y, a veces, dando la impresión de estar en el techo o debajo del piso. Sí, hubo un momento en el que sentí que los golpes provenían desde algún lugar debajo del piso, pues podía sentir en mi espalda la vibración producida por esa ¿mano? que tocaba con desesperación.
La noche fue complicada, casi no dormí. Mi abuela lo notó cuando nos sentamos a la mesa para el desayuno y nos dijo que mantuviéramos la calma, que ya en los cuartos no se escuchaba casi nada y las noches serían más tranquilas y llevaderas. Después de eso, nos invití al mercado del pueblo, donde quería comprar algo de fruta para mi hermano y para mí, así como algunas hierbas de olor y vegetales para preparar la comida del día, que sería una gallinita de las que ella criaba.
El patio de la casa de los abuelos era muy grande, con árboles y plantas que daban sombra y frescura al ambiente. Sería un buen lugar para jugar después de clases o durante los fines de semana. También vi bien a los perros que nos recibieron anoche: se veían cansados, pero muy lindos. Mi abuela dijo que eran las mascotas perfectas, pues la alertaban cuando alguien estaba cerca, ya fuera vivo o muerto. Y en ese punto entendí lo que le dijo mi mamá a mi papá durante la noche: mi abuela sí que era peculiar, era muy extraña, pero tenía una buena razón para serlo. Yo entendí sus palabras de advertencia cuando, al salir a la calle y caminar al mercado, noté que la casa estaba justo a un lado del cementerio del pueblo.
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Editado: 12.03.2025