Historias de Cementerio

Ipse Venena Bibas - Parte III

La amenaza era evidente: tomar algo o perderlo todo. Pero no quería caer, no podía ser fatalista en este momento. Recordé que mi profesor de Filosofía de la preparatoria dijo durante una clase que, aunque pareciera que estás ante una respuesta dicotómica, siempre habrá una tercera opción, sobre todo cuando se trata de ofrecimientos y negociaciones. Estos seres sólo me ofrecían dos alternativas: elegir algo o seguir revisando todos y cada uno de los placeres materiales y deseos mundanos, acompañados de algunas de mis pesadillas, de mis temores más profundos. Pero, al ver por encima de ellos, pude ver que la puerta estaba abierta. Tendría que aprovechar ese espacio que dejaban entre sí los diablillos para salir corriendo hacia la salida. Claro, existía la posibilidad de tocar aunque sea uno de los tantos ofrecimientos y, con ello, enfrentarme a las consecuencias de pagarlo.

No lo pensé mucho cuando vi la oportunidad. Corrí sin importarme que me alcanzaran esos diablillos, Botis o Agaliaroth o cualquiera que estuviera en ese lugar. Porque yo sabía, lo sabía muy bien y gracias a lo poco o mucho que aprendí estando con Federico: no era normal soñar con esos seres, escuchar sus nombres y sus voces y, justo en ese momento, lo que estaba en juego era algo más que mi vida. Mi alma. Lo único de mí que viviría eternamente, según sabía.

En mi huída, me encontré con los rostros deformes y dolorosos de las gárgolas que marcaban el ancho del pasillo, alguno con manos que trataban de alcanzar a quien se atreviera a cruzar por ese espacio. Esos ojos de piedra, tan secos y vacíos por el material que los formaba, parecían hablar, contar una historia de victoria y derrota simultánea, algo imposible de describir, pero sencillo de sentir con sólo verlo. Sentí una opresión en mi pecho, pero no era por correr, era, más bien, un augurio de algo que estaba por suceder.

Logré cruzar la puerta sin que nadie me siguiera y pensé que todo estaría bien, que encontraría la manera de despertar o lo que sea que se haga en este tipo de casos porque, insisto, no era un sueño como tal. Al estar del otro lado del umbral, pude ver un jardín hermoso, inmenso, con pasto de un color verde vibrante, árboles que ofrecían una sombra grandiosa, rosales convertidos en arbustos y una especie de estanque que se mostraba inquieto, imponente y, aún con el color oscuro de sus aguas, parecía tener vida. No, no me refiero a peces o ranas: ese cuerpo de agua tenía vida o algo parecido. La inquietud que mostraba era, más bien, como el palpitar de un corazón o el inhalar y exhalar de los pulmones. A eso me refiero con vida. Por eso era inquietante, porque no combinaba del todo con el entorno, con esos árboles y el cielo azul brillante, con sus luces esponjosas. El estanque, ante toda esa belleza, parecía más bien un pantano insertado allí, sin ninguna razón aparente.

La puerta que crucé se cerró una vez que estuve afuera. Respiré profundo y comencé a observar todo a mi alrededor, en busca de respuestas, de alguna otra puerta o un camino que me llevara lejos de ahí. Aquello que vi en las garras de los diablillos, las visiones extrañas que me presentaron... Todo eso sería algo que me acompañaría para toda la vida, algo que me llevaría mucho tiempo superar para poder vivir con ello. Incluso estando ahí, en ese bello jardín, al cerrar los ojos podía ver de nuevo esas imágenes, algunas sangrantes, otras vacías, pero cuyo dolor y esencia radicaban en el vacío mismo, en lo inhabitable del abismo.

—¿Pediste algo allá adentro?—un ser de aspecto semihumano se acercó a mí. Caminaba erguido, como lo haría una persona, pero tenía cara de leopardo y garras por manos y pies—. Te pregunté si pediste algo.

—¿Quién eres tú? Dime tu nombre.

—Soy Ose ¿Quién eres tú?

—Ve... Verónica.Dime qué estoy haciendo aquí.

—Ah, ya veo. Pero tú no estás viendo. No te preocupes, yo puedo ser justo lo que necesitas.

Se dió la vuelta y desapareció de mi vista, como si se hubiera ocultado en algún lugar. Pensé que tal vez me había distraído, pero ahora sé que no fue así. Ose es un presidente del infierno y puede tomar la forma de aquello que desea quien lo invoca. Bueno, esto último lo hace cuando busca conducir a la locura a la persona que le ha invocado. En mi caso, se convirtió en una puerta pequeña, de tamaño justo para que pasara alguien como yo. Sin pensarlo mucho, giré la perilla y la abrí, esperando que fuera una salida, pero, de nueva cuenta, me equivoqué: había caído en su engaño.

La puerta de Ose me condujo a un lugar que, al principio, estaba sumergido en la oscuridad total. Una persona susurraba palabras que no entendía por el tono tan bajo en que eran dichas y porque correspondían a un idioma desconocido para mí. Todo se quedó en silencio y la oscuridad se disipó un poco cuando encendió unas velas, las cuales servían para marcar las puntas de un pentagrama. Con la poca luz de las velas pude reconocer el lugar: era la casa que compartía con Federico, quien iba de un lado a otro encendiendo las velas, musitando oraciones y palabras, y siendo más extraño de lo que siempre fue.

Hizo un ritual y conjuró varios hechizos, los cuales no describiré ni repetiré por respeto a quien lea este testimonio, ya esto no está pensado ni estructurado como un manual ritualístico.

Cuando terminó, noté el cambio en el ambiente, la pesadez del aire, el frío que, en milésimas de segundo, se convertía en calor. Y miedo, eso más que otra cosa. Miré a Federico esperando a que él también me mirara. Tenía tantas cosas que decirle, tanto que reclamar; quería decirle que lo odiaba, que añoraba el final de sus días bajo un destino inenarrable... Justo en ese punto, donde el odio hacia ese pedazo de imbécil me consumía, escuché una risa en mi oído y sentí la fuerza de un rugido en mi pecho. Parecía que esa fuerza aplastaba mi corazón y quería reducirlo a cenizas.

—Gran General Agaliaroth, Presidente Botis—dijo Federico—, me pongo a su servicio y expreso mi gratitud, a usted, a sus legiones, a su amo y al Gran Soberano del Infierno. Ofrezco el tiempo que me queda de vida para difundir su palabra y sus acciones, a cambio de que me concedan esa vida junto a Verónica.




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