Historias de Cementerio Vol. 1

La calle de la Piedra - Parte IV

—¿Mamá? —dije algo temerosa mientras le ayudaba a preparar la comida— ¿Qué piensas de lo que nos contó la señora Graciela?

—Son tonterías, MariFer —suspiró con molestia—. Tonterías de gente de pueblo.

—Pero sí se veía asustada, ma...

—A esta gente no le gusta recibir gente nueva en sus pueblos —siguió cortando papas y zanahorias, pero ahora con más fuerza, más coraje—. Y eso es lo que quieren hacer. Así que no tienes que hacer caso a las cosas que inventen.

—Pero yo escuché en la noche que...

—¡Basta! Si no me vas a ayudar, vete a tu cuarto a desempacar tus cosas.

Decidí que era mejor irme porque ella estaba molesta y no quería estar cerca si detonaba porque mi madre era demasiado explosiva. Sin embargo, no desempaqué nada. No tenía ganas de hacerlo porque la historia que nos contó Graciela seguía rondando mi mente. Lo único que hice fue recostarme y ver hacia el techo, sin escuchar nada, sólo repasando en mi mente esa historia que parecía un buen guión para una película, pero el terror en los ojos de esa mujer me decía que era tan real...

Tuve sueños extraños, como si yo fuera parte del relato de Graciela. Nada grave, sólo era una expectadora y veía desde una distancia prudente todo lo que había sucedido. Era buena imaginando, pero eso se sentía tan real, parecido a ver una grabación o alguna película. Sentí que yo estaba viendo de primera mano todos y cada uno de esos eventos, pero había una especie de velo que me impedía ver todo. Es extraño, pero era una especie de sombra o mancha negra que evitaba que viera la casa en la que vivía, la que pertenecía a la señora Natalia. Era una visión muy sesgada, pero me permitío darme cuenta de algo: la piedra no era sólida, estaba hueca. Al menos eso parecía en mi sueño.

Desperté asustada, en parte por lo que había soñado y en parte porque mi mamá me estaba gritando para que bajara. La casa ya se veía un tanto oscura, pero aún había luz natural. Bajé las escaleras y vi a mi mamá, parada frente a la puerta, con los brazos caídos, bastante sueltos. Le llamé varias veces, incluso por su nombre, algo que de verdad le molestaba, pero no tenía una respuesta de su parte. Revisé el reloj de la cocina y vi que ya pasaban de las 06:00 pm. Mi papá ya debía estar en la casa... Grité varias veces su nombre, pero sólo recibía el silencio como respuesta. Era desesperante porque no entendía qué estaba pasando, hasta que...

—Ahí está ¡Ahí está! —gritó mi madre, enloquecida y desesperada—. Fer, ven a ver ¡Es hermosa! ¡Mira cómo brilla!

—¿De qué estás hablando?

—La piedra, hija, es hermosa —volteó a verme, extendiendo su mano para que yo la tomara, pero su mirada estaba perdida. Ella no era mi mamá—. Acércate a verla. Es hermosa.

—¿Y papá?

—Los hombres no entran en esta casa, hija —su expresión perdida pasó a ser una de furia, pero no de esa furia llameante, sino de la fría, aquella que está calculada, que no es visceral—. Sólo estaremos tú y yo para disfrutar de la belleza de la Piedra.

—¿Mamá? ¿Te sientes bien? —al terminar de decir esas palabras, la que fingía ser mi madre me sonrió y fue la sonrisa más macabra que he visto en mi vida.

—Estaré bien cuando vengas conmigo.

No quería hacerlo, pero una fuerza extraña me obligaba a obedecerla, a tomar esa mano que se parecía tanto a la de mi mamá, pero que no lo era, porque mi corazón, la sensación del contacto piel con piel, me decía que no era ella. Me condujo hacia la puerta, que estaba cerrada, lo puedo jurar, pero tenía una especie de transparecia: podía ver a través de ella, como si fuera un cristal, porque no se veía el exterior como si estuviera abierta. La Piedra, en efecto, brillaba demasiado, muchos colores, proyectando formas geométricas, repetidas, pero en armonía: un espectáculo de luces tan vistosas que encantaría a cualquiera. Pero, entre más me quedaba viendo, más podía ver al interior de esa cosa... La negrura que había conocido y que era visible a cualquier hora del día, se había ido, porque la proyección de esas luces y colores no podía venir de algo opaco.

La Piedra era opaca, sí, pero era más parecida a un cristal que a una obsidiana. Y, en su interior, se veía el movimiento torpe de lo que parecía ser una persona. Intentaba golpear el cristal, pero no se escuchaba el golpe, no había ningún ruido, no se movía nada. Mi mamá, o lo que aparentaba ser ella, me tomó con fuerza de los hombros, algo que nunca había hecho, y se acercó a hablarme al oído:

—¿Ves que es hermosa?

Justo cuando terminó de decir estas palabras, de la base de la Piedra empezó a emanar un líquido, que, en un principio, pensé que era sangre, pero bastaron un par de segundos para que notara que no era eso. Era, más viscoso, negruzco y olía a algo echado a perder. No era un líquido: era algo más espeso, más parecido a un licuado que al agua. Sabía que estaba despierta, que no estaba soñando, que lo que veía era real. Me empecé a sentir adormilada, en una especie de trance, como si no fuera yo.

Y, a lo lejos, se escuchó un grito desgarrador.

Una mujer.

Mi mamá.

No, Graciela.

Mi supesta madre me apretó con más fuerza cuando empecé a forcejear para correr y descubrir la fuente de ese grito. Sentí cómo sus uñas se clavaban en mi piel, el calor que produce ese tipo de lesiones. La Piedra empezó a perder su opacidad y se volvió más traslucida, mostrando con mayor claridad lo que albergaba en su interior.

Era mi papá.

Movía sus labios, gritaba, golpeaba la piedra desde el interior. Abrí los ojos, expresando horror, espanto y sorpresa porque, ¿cómo había entrado ahí? No había una explicación para ello y yo sólo quería que fuera un sueño, una de esas pesadillas que se sienten demasiado reales y de las que, al despertar, tardas mucho en recuperarte. Pero era real, tan real como el dolor en mis hombros por la presión que esa cosa, que ya no podía llamar "mamá", ejercía sobre ellos. Me ardía la piel, incluso sentía sangre cayendo desde mis hombros hasta mi pecho. Intenté dirigir la mirada hacia ese punto de mi cuerpo, pero no podía: me había hipnotizado el derroche de colores, la imagen de mi padre encerrado en ese lugar, el dolor...




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