Día tras día, un espíritu ambicioso anhelaba encontrar una oportunidad recorriendo las calles de la ciudad.
Su anhelo, un lugar donde pertenecer. Hallar un empleo que ayudara a construir un hogar y un imperio digno de su ambición. Solo, sabía que sería difícil, pero eso no evitaba que lo intentara.
Bajo su brazo, llevaba un modesto currículum que evidenciaba sus escasas experiencias, pero con el mínimo conocimiento para comenzar. Sin mostrar exigencias, se ofrecía para trabajar en todo comercio que encontrara; aplicando para atención al cliente, ventas, mesero e incluso como recolector de basura. Sin embargo, la falta de experiencia le resultó ser un obstáculo insuperable.
Una tras otra, las puertas se cerraban. Nadie quería contratar a alguien sin experiencia.
A pesar de las dificultades, su querer lo impulsaba a perseverar hasta altas horas de la noche. Su dedicación era constante, entregando tiempo y energía con la esperanza de que sus esfuerzos fueran reconocidos.
A pesar de su profundo deseo, el camino se tornaba largo y agotador. Con el paso del tiempo sus piernas comenzaron a sentirse pesadas, y el cansancio amenazaba con vencerlo. Su cuerpo quería descansar y ceder ante la fatiga, pero sus aspiraciones de grandeza y la determinación de alcanzar su objetivo lo instaban a ignorarlo y continuar en busca de esa tan anhelada oportunidad.
A pesar de todo, se detuvo y contempló el cielo nublado mientras dejaba volar su imaginación hacia una vida perfecta. Un auto lujoso, una casa espaciosa pero acogedora, una familia con la que compartir momentos felices…
Una sonrisa se dibujó en su rostro al pensar en una vida más allá de sus metas alcanzadas. «No puede ser cualquier auto, tiene que ser el más caro de todos.» pensó.
- No puede ser cualquier casa, tiene que ser la más grande de todas y debe tener ventanales que me dejen ver el amanecer cada mañana —susurró, mientras una sonrisa tímidamente se asomaba por su rostro.
-No puede ser cualquier mujer, tiene que ser la chica perfecta- exclamó sin restricciones.
El cielo no podía detener su ambición. Anhelaba todo lo que pudiera alcanzarse. ¿Por qué conformarse con menos cuando el mundo ofrecía tantas posibilidades? Su corazón ardía con la pasión de alcanzar los sueños más ostentosos, y no descansaría hasta hacerlos realidad. Cada paso que diera, cada puerta que se cerrara, no harían más que fortalecer su determinación de seguir adelante. No había límites para su ambición, y cada obstáculo era solo una oportunidad para demostrar su voluntad y dedicación. Él lo lograría, aunque el cielo se opusiera.
Motivado, continuó con su incansable marcha. «Siempre hay una oportunidad a la vuelta de la esquina» pensó mientras se acercaba a una.
Al girar en la esquina, los ojos del joven se llenaron de sorpresa, extrañados al encontrarse con una pequeña plaza rodeada de árboles. Negocios modestos, gente caminando con calma y una brisa refrescante que despejó su mente.
Un poco frustrado, se percató de que sus ligeros pasos lo habían llevado más allá de lo que tenía pensado. Inhalando profundamente, dejó escapar un pesado suspiro.
«Creo que podría tomarme un momento para descansar», reflexionó mientras cruzaba la desierta calle.
Al permitirse unos minutos de respiro comenzó a divagar: «¿Cuánto dinero necesitaré para lograr todo lo que deseo?» «¿Será mejor vivir en un departamento pequeño y ahorrar para construir un modesto negocio?» «¿Por qué pareciera que solo son los ancianos quienes conducen autos lujosos?» «¿Cuánto tiempo tardaré en alcanzar mis sueños?»
Mientras caminaba por el césped, una pareja captó su atención mientras paseaban juntos, empujando un carrito con su bebé. Radiantes y en perfecta armonía, como si se complementaran mutuamente en todos los aspectos de sus vidas.
—Qué suerte tienen algunos— susurró, mientras avanzaba unos pasos hasta llegar a un pequeño claro en el medio de la plaza. Allí se detuvo y de reojo, contempló la escena con cierta envidia, pero también con un destello de esperanza en sus ojos.
El joven se sentó en el verde para luego, con suavidad, recostarse a contemplar el infinito azul del cielo.
El pasado se abría paso en su mente. Inundándose con recuerdos de momentos difíciles y una lucha constante por superar dificultades económicas. Recordaba con claridad la sensación de depender siempre de alguien más para poder subsistir. Lo hacía sentir vulnerable e impotente. Comer todos los días lo mismo, dormir con el estómago vacío, admirar desde lejos lo que tan inalcanzable se sentía.
Tampoco estaba demasiado cerca de sus objetivos, pero ya no se encontraba en aquellos aprietos. Podía permitirse cenar y comer algo más que arroz. Ciertos lujos antes prohibidos, como panadería dulce y café, le eran accesibles los domingos. Todo era fruto de algún que otro encargo casual y trabajos temporales. Aun estando lejos de sus metas, encontraba suficiente satisfacción en sus avances como para no rendirse.
Cerrando sus ojos, sumergiéndose aún más en sus recuerdos, recordaba a aquella persona que supo cautivarlo con un aprecio y calor que tan ajeno le parecía. Un corazón que lo comprendía como nadie nunca lo había hecho y lo hizo sentir un poco más cerca, aunque sea por un momento, de tener una vida normal.
Recuerdos de pasados remordimientos se agolpaban en su cabeza «Finalmente, alguien con quien compartir mis días.» «Finalmente, alguien con quien compartir mis alegrías.» «Finalmente, alguien que podría ser… solamente mía». Frases que se repetía una y otra vez, día y noche, ansiando la oportunidad perfecta para confesar sus sentimientos.
Deseos de amor y calor, de seguridad y comprensión, de dedicación y apoyo… Que jamás pudo expresar por falta de coraje para expresar lo que verdaderamente sentía…
Las ansias del día se convertían en lamentos por las noches. Sus palabras quedaban atrapadas en el silencio, dejando emociones sin salida.
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Editado: 15.12.2024