Historias de conquista: Destino

Tercer pestañeo: Rabia

En la oscuridad, sin sol, luna ni estrellas, una figura humanoide de fulgor rojo carmesí perseguía incansable una silueta luminiscente a través de las tinieblas.

A la distancia, parecía una pequeña brasa danzando erráticamente, persiguiendo a una partícula de luz. De cerca, el hombre se revelaba, trascendiendo sus propias limitaciones. En su interior, contenía una furia indomable; ardiendo con una intensidad más allá de lo que cualquier cuerpo podría llegar a contener.

Atravesando escombros sin esfuerzo, saltando kilómetros en segundos. Acechaba a su presa con su violento avanzar. Aquella frenética cacería era suficiente aviso para todos aquellos que fueran testigos… sea amigo o enemigo; jamás se detendría.

Bajo su piel, el carmesí fluía como el magma de un volcán en erupción, recorriendo su cuerpo con la misma velocidad con la que el cazador se movía. Su existencia avivaba la ira humana a su paso, dejando tras de sí, el alarido de renacidos resonando en la oscuridad.

Incansable, perseguía a su presa a lo largo de una tierra de voluntad tambaleante. Jadeante de excitación, cada salto que daba lo acercaba más a su presa.

En un pestañeo, dejando tras de sí un fogonazo, el símbolo de la rabia humana tomó al ser entre sus manos. Estrellándolo en un cauce, forzó en él, el brotar de un primitivo pavor sepultado bajo una milenaria arrogancia.

Luciendo una siniestra sonrisa, el cazador introdujo sus oscuros dedos en el amorfo cuerpo del ente. Ignorando los fútiles esfuerzos de resistencia, derramó una sombra de color rojo guindo en su interior, contrastante con el fulgurante dorado que este irradiaba. La excitación aumentaba en el rostro del cazador, al mismo tiempo que la corrupción se esparcía por su presa.

El interior del ser lumínico reaccionó, alcanzando un punto de inestabilidad crítica. Una esfera rotante de energía lentamente comenzó a extenderse desde la posición donde se encontraban ambos seres, cubriéndolos por completo. Repentinamente, la esfera se expandió, devorando todo a su alrededor en un radio de 10 kilómetros; iluminando el lúgubre paisaje de una tundra montañosa por unos segundos, hasta extinguirse de forma espontánea; dejando en su fugacidad, un profundo cráter de perfecta forma esférica.

En el epicentro de la explosión, solo la silueta carmesí permanecía; delgada pero musculosa, irguiéndose entre partículas de luz; restos de la energía que se liberó en el estallido. Se mantuvo inmóvil, con la mirada perdida en el vacío que lo separaba de su próximo objetivo.

Luego de unos segundos, agua del cauce comenzó a fluir hacia el cráter mientras era bañada por la débil luminiscencia. La naturaleza reanudó su curso mientras que aquella silueta lentamente se inclinó hacia su derecha para luego desvanecerse en un suspiro, dejando atrás un escenario desolado; sin siquiera levantar polvo en su partida.




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