Había una vez en un pequeño pueblo de montaña, una familia que decidió mudarse a una antigua casa al borde de un bosque. La casa había estado deshabitada durante décadas, y su aspecto deteriorado y solitario la hacía el lugar perfecto para aquellos que buscaban paz y aislamiento. La familia, compuesta por los padres, Laura y Tomás, y su hija pequeña, Sofía, estaba emocionada por empezar una nueva vida allí.
Desde el primer día, Sofía se sintió atraída por el bosque que rodeaba la casa. Le encantaba explorar entre los árboles y jugar con los animales que a menudo veía entre las sombras. Sin embargo, algo extraño comenzó a suceder al poco tiempo. Sofía empezó a hablar de una amiga imaginaria llamada Clara, que, según ella, vivía en el bosque.
Al principio, Laura y Tomás no le dieron mucha importancia. Pensaban que era normal que Sofía inventara amigos en su nuevo entorno, especialmente siendo hija única. Sin embargo, con el paso de los días, la actitud de Sofía comenzó a cambiar. Se volvía cada vez más retraída y pasaba horas en el bosque, hablando sola y regresando a casa con un extraño brillo en los ojos.
Una noche, Laura escuchó a Sofía susurrando en su habitación. Cuando entró, encontró a su hija sentada en la cama, con la mirada fija en la ventana, como si estuviera escuchando algo. "Clara dice que quiere que juguemos en el bosque esta noche", dijo Sofía en voz baja.
Laura, inquieta, intentó explicarle que era demasiado tarde para salir, pero Sofía insistió. "Clara dice que si no vamos, se enfadará... y no quiere que estés aquí, mamá."
Esa noche, Laura y Tomás decidieron que era mejor mantener a Sofía en casa. Cerraron todas las puertas y ventanas y se quedaron despiertos hasta que su hija finalmente se quedó dormida. Pero cuando la casa se sumió en el silencio, comenzaron a escuchar ruidos provenientes del bosque. Eran susurros suaves, mezclados con risas infantiles que parecían acercarse cada vez más a la casa.
De repente, un fuerte golpe resonó en la puerta principal. Tomás corrió a ver qué sucedía, pero al abrirla, no encontró a nadie. Solo el viento frío de la noche soplaba desde el bosque. Al regresar al salón, encontró a Laura pálida, señalando hacia la ventana.
Allí, de pie en el jardín, estaba una figura borrosa. Era una niña pequeña, con el cabello enmarañado y un vestido sucio. Sus ojos, oscuros como la noche, no parpadeaban mientras observaba la casa. Al ver que Tomás la había notado, la figura sonrió, pero su sonrisa era antinatural, estirándose de una manera que no parecía humana.
El terror se apoderó de ellos. Cerraron todas las cortinas y apagaron las luces, intentando protegerse de la presencia que acechaba afuera. Sin embargo, los susurros continuaban, esta vez más intensos, como si estuvieran justo detrás de las paredes.
A la mañana siguiente, Sofía estaba aún más extraña. Apenas hablaba y se negaba a comer. Laura decidió que debían salir de la casa por un tiempo, así que empacaron algunas cosas y se dirigieron al pueblo cercano. Allí, preguntaron a los ancianos del lugar si sabían algo sobre la casa o el bosque.
Una anciana, con la mirada llena de preocupación, les contó la historia de Clara. Hace muchos años, una niña del pueblo había desaparecido en el bosque. Nadie la encontró, pero desde entonces, se decía que su espíritu vagaba entre los árboles, buscando compañía. Los niños que se encontraban con ella solían desaparecer también, llevados por su "amiga" a un lugar del que nunca regresaban.
Desesperados, Laura y Tomás decidieron que no podían regresar a la casa. Pero cuando fueron a buscar a Sofía, que jugaba en el patio de la casa de la anciana, no la encontraron. Solo encontraron sus zapatos, cuidadosamente colocados junto a un sendero que conducía al bosque.
La buscaron durante días, pero Sofía nunca fue encontrada. El bosque, oscuro y silencioso, se tragó todos sus rastros. Y aunque la familia se mudó lejos de ese lugar maldito, nunca olvidaron los susurros en la noche, ni la figura de la niña con la sonrisa antinatural que los observaba desde el otro lado de la ventana.