Historias Paranormales de Argentina

La morgue

Mi nombre es Lucas, soy técnico forense en Neuquén capital, y trabajo en la morgue judicial desde hace varios años. A lo largo del tiempo he aprendido a manejar la oscuridad y el silencio que envuelven el lugar, pero lo que ocurrió una noche me dejó marcado para siempre.

Era una noche fría de otoño, y como de costumbre, me tocaba el turno de noche, el más solitario. A eso de las once, cuando todo estaba en completo silencio, llegó un cuerpo que había que preparar para una autopsia a realizarse a la mañana siguiente. Un hombre de unos cincuenta años, fallecido en circunstancias extrañas. Habían encontrado su cuerpo en su casa, sin signos aparentes de violencia, pero con una expresión de terror en el rostro. La policía estaba investigando el caso, pero aún no había respuestas.

No era raro recibir cuerpos en situaciones extrañas, y aunque me había acostumbrado a trabajar rodeado de la muerte, había algo en este hombre que me ponía los pelos de punta. Su rostro, tan rígido, parecía estar congelado en un grito silencioso. No le di demasiada importancia y comencé mi trabajo. El procedimiento era el mismo de siempre: revisar, tomar notas y preparar todo para la autopsia del día siguiente.

La morgue de Neuquén no es un lugar grande, pero sí lo suficientemente frío y lúgubre como para que cualquiera sienta escalofríos. En el silencio de la noche, el único sonido que se escuchaba era el zumbido de las neveras y, ocasionalmente, el ruido de las cañerías viejas que cruzaban el techo. Pero esa noche, había algo diferente en el aire. Algo que no podía explicar.

A la una de la madrugada, después de haber terminado el papeleo, me dirigí a la pequeña sala de descanso para tomar un café. Mientras me acomodaba, el zumbido de las luces fluorescentes en el pasillo comenzó a volverse más molesto, como si se intensificara. Pensé que era solo mi imaginación, pero entonces escuché un ruido. Un golpe sordo proveniente de la sala de refrigeración.

No era raro escuchar ruidos en la morgue, pero este era distinto. Era como si algo pesado hubiera caído. Me levanté, lentamente, y fui a revisar. Cuando llegué a la sala de refrigeración, abrí la puerta y encendí la luz. Los cuerpos estaban donde debían estar, perfectamente alineados en sus camillas. Sus etiquetas colgaban tranquilamente de los pies, inmóviles.

Respiré aliviado y me di la vuelta, pero justo en ese momento, escuché otro golpe. Más fuerte, más claro, y provenía de una de las cámaras frigoríficas. Me congelé. Era la cámara donde había colocado el cuerpo del hombre con la expresión de terror. El golpe resonó una vez más, como si alguien estuviera desde dentro, intentando salir.

Mis manos temblaban cuando me acerqué. Me agaché lentamente y escuché con atención, y ahí estaba de nuevo: un golpe, más débil esta vez, seguido de lo que parecían ser rasguños, como uñas arañando la chapa desde dentro.

No podía ser. No podía ser posible. Revisé el cuerpo antes de colocarlo allí. Estaba completamente muerto. Pero los sonidos eran reales, cada vez más intensos. Con el corazón acelerado y la mente llena de dudas, abrí la puerta de la cámara frigorífica.

La camilla estaba vacía.

Di un paso atrás, incapaz de procesar lo que veía. El cuerpo había desaparecido. No había forma de que alguien lo hubiera movido. Las cámaras de seguridad cubrían cada rincón de la morgue, y yo era el único en el edificio.

De repente, las luces comenzaron a parpadear. El frío en la sala se volvió insoportable, mucho más allá de lo habitual. Y entonces lo vi. Al fondo de la sala, en la penumbra, la silueta del hombre estaba de pie, rígido, mirándome. Su rostro seguía congelado en ese mismo grito de terror, pero esta vez... sus ojos estaban abiertos, clavados en los míos.

No podía moverme. Sentía cómo el aire se volvía espeso, como si me faltara el oxígeno. Quise gritar, pero ningún sonido salió de mi boca. La figura dio un paso hacia mí, arrastrando los pies, y pude escuchar el eco de sus movimientos resonar en la sala.

Retrocedí hasta chocar con una de las camillas, derribando algunos instrumentos. Mi mente intentaba encontrar una explicación lógica, pero no había ninguna. El hombre dio otro paso más, sus ojos vacíos seguían fijos en mí, como si supiera algo que yo no sabía, como si quisiera contarme algo terrible.

Cuando estaba a punto de colapsar, las luces parpadearon violentamente y, de repente, todo quedó en completo silencio. Miré a mi alrededor, pero la figura había desaparecido. El cuerpo estaba de nuevo en su camilla, cubierto por la sábana.

Corrí hasta la sala de control y revisé las cámaras de seguridad, pero no mostraban nada fuera de lo común. Ningún movimiento, ninguna sombra. Era como si lo que acababa de suceder solo hubiera existido en mi mente. Pero sabía que no era así. Lo había visto. Lo había sentido.

A la mañana siguiente, cuando llegó el equipo para realizar la autopsia, no dije nada. Pero algo dentro de mí había cambiado. Desde esa noche, cada vez que entro a la morgue, siento que no estoy solo, que algo sigue ahí, observándome desde las sombras. Algo que no pertenece al mundo de los vivos.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.