Hit me, Cupid

Capítulo 4

April

Observé distraída desde mi asiento en la esquina trasera cómo Darren entraba a clase, temprano por primera vez. Se dejó caer en la silla en la esquina trasera opuesta y se inclinó hacia atrás, cerrando los ojos y apoyando los pies en el escritorio. Volví a mi libro, haciendo caso omiso de todo de la manera más completa; él no me había notado.

Un momento después, un olor familiar se desvió hacia mí. Levanté la vista. Darren seguía siendo el único al otro lado de la habitación y estaba en la misma posición que antes, el único cambio fue el cigarrillo que sobresalía de su boca.

Logré sofocar un gemido. No podría lidiar con esto, no tan temprano por la mañana, no de él y no después de haber pasado toda la noche agonizando sobre cómo responder a su nota. Eché un vistazo a mi reloj. Faltaban unos buenos siete minutos para que comenzase la clase. ¿Por qué hoy, de todos los días, tenía que estar tan temprano? Otra mirada de soslayo me mostró que Darren no tenía intención de moverse hasta que llegase el profesor, y puede que ni siquiera entonces.

Cerré mi libro, me levanté y caminé en silencio por la habitación. Me moví para pararme frente a Darren. No abrió los ojos, pero se movió ligeramente, como si estuviese listo para salir disparado dada la provocación.

—¿Podrías, por favor, apagar eso? —pregunté.

Bien podría intentar la cortesía, por inútil que pueda ser.

Él me ignoró. Lo repetí, esta vez más fuerte. Su única respuesta fue una larga calada a su cigarrillo. Suspiré, resignada. Esto tomaría un tiempo para discutir y no creía poder aguantar tanto. Solo había una solución viable.

Extendí la mano y quité el cigarrillo de su boca. Sus ojos se abrieron de golpe y se sentó. Por desgracia, se olvidó de que tenía los pies sobre el escritorio, así que se cayó. Ignoré sus payasadas apagando el cigarrillo con calma y arrojándolo a la basura.

—¿Acabas de hacer eso? —inquirió con frialdad.

No fue la exposición de ira que alguien más hubiese usado. Se había recuperado de su malestar y ahora se elevaba sobre mí, en apariencia sereno.

—Depende. ¿Qué es «eso»? —dije, arrastrando las palabras.

Esta confrontación sería mucho más fácil si él no fuese una cabeza y media más alto que yo.

—Acabas de quitarme el cigarrillo.

Su voz era dura.

—Sí.

No tenía mucho sentido negarlo, ¿verdad? Tiré de mi cabello largo, lacio y castaño, y me encontré con sus ojos cerúleos con audacia. Parecía ofendido por mi facilidad para desafiarlo.

—¿Y puedo preguntar qué fue lo que te precipitó a tal acción?

—Redacción impresionante —observé con sequedad.

Me miró. Creo que la mayoría de la gente tenía miedo de encontrarse con esa mirada, pero no tuve ningún problema. De acuerdo, solo tuve uno. No era suficiente para detenerme; si de verdad me iba a hacer daño, ya lo habría hecho. Sus ojos azules estaban casi blancos de ira, por mucho que intentase ocultarlo.

—¡Respóndeme! —demandó.

—Sí.

Su mirada confundida, aunque fugaz, no tenía precio.

—Me preguntaste si podías preguntar. Te digo que sí, puedes preguntarme —aclaré.

Ja, toma eso.

—¿Por qué me quitaste el cigarrillo? —escupió.

Eso fue divertido, había reaccionado tan fácil.

—Te pedí dos veces que lo apagases. Al negarte a responder, tomé tu silencio como una afirmación.

—¿Y por qué harías eso?

—Porque no me gustan los cigarrillos —le expliqué en un tono maternal—. Sin mencionar que no están permitidos.

—¿Crees que me importa? —Su voz se estaba volviendo peligrosa.

—No, pero a mí sí.

En realidad eso era una mentira, no me importaba que estuviese infringiendo las reglas. Si él quería meterse en problemas, aleluya para él, pero fue una excusa conveniente para explicar cosas de las que realmente no quería hablar.

—¿Y por qué crees que me importa lo que tú piensas?

Logró pronunciar la palabra «tú» con todo el disgusto que su arrogancia podía reunir, y eso era bastante.

De acuerdo, este tipo estaba empezando a ponerme de los nervios con su actitud de «soy más poderoso que tú», en serio necesitaba superarlo. Claro, él era atractivo y guapo y en ocasiones lo notaba encantador, pero alguien tenía que llevarlo a otro nivel.

No me digné a responder a su pregunta por un momento, solo me puse de pie desafiante delante de él. Asustado, él no se alejó de mí, como yo había medio esperado que hiciese.

En ese momento, sonó la campana y pude escuchar la estampida que siempre procedía retumbando fuese del aula.

—Eso es lo que tienes que averiguar. —Sonreí y caminé de regreso a mi asiento, asegurándome el privilegio de que las mujeres teníamos la última palabra.

Pude sentir sus ojos en mí mucho después de sentarme y de guardar mi libro.




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