Hit me, Cupid

Capítulo 7

April

Realmente odio los jueves. Es el día en el que la igualdad del mundo te alcanza, cuando te das cuenta de que toda tu vida es solo una repetición interminable de unas pocas acciones, un carrete de apatía sin sentido, o al menos, eso creía yo. Estaba de acuerdo con Douglass Adams: nunca podré entender el jueves.

Como siempre, corrí a la escuela. Saqué mi libro (hoy era Las dos torres) y anduve sin rumbo, esquivando con destreza objetos en movimiento y personas volando. Me dirigí a mi casillero, bajé el libro, cogí las cosas que necesitaba para mis primeras clases y eché un vistazo en el casillero de Cupido para ver si había algo urgente. Si había algo urgente o interesante, reflexionaba un momento antes de irme, si no era así, cerraba el casillero, volvía a abrir mi libro y deambulaba a clase mientras seguía leyendo. Mi rutina casi nunca cambiaba, no porque las personas me respetasen demasiado como para interrumpirla, sino porque no se daban cuenta de mí. Por lo general, eso era útil y divertido. Los jueves, sin embargo, eran suficientes para hacerme querer masacrarlos a todos.

Cuando iba a comenzar mi camino a clase, noté a alguien parado frente a mí.

—¿Podrías, por favor, moverte? —pregunté, sin apartar los ojos del libro.

—No.

Tenía que ser él, ¿no? Puse un dedo en el libro para marcar la página y lo cerré, cruzando los brazos con obstinación sobre mi pecho.

—Un caballero dejaría que una dama pasase primero —señalé.

—¿Hay una dama por aquí? —sonrió Darren.

Sus groupies rieron diligentes. Era obvio que no se habían dado cuenta de que también las había insultado.

—Más que caballeros —repliqué con suavidad.

Él frunció el ceño.

—Claro, porque una chica que compra cosas en una tienda de segunda mano sabe lo que debe ser un caballero —escupió.

Su rebaño susurraba como si hubiese sido un insulto. No creo que se diesen cuenta de que no me ofendía que mis opciones de compra fuesen publicitadas.

—Deberías intentar ir de compras a alguna tienda de segunda mano, quizás entonces parecerías diferente a tus compañeros clones. —Sonreí y pasé por su lado antes de que pudiese tener la última palabra.

Quizá los jueves no eran tan malos después de todo.

—No deberías insultarlo —me informó una animadora mientras trotaba para alcanzar mi ritmo apresurado. Su melena dorada se balanceaba mientras andaba.

—¿Por qué no? —pregunté, sin dejar mi libro.

—Se vengará. No acepta, o sea, ser insultado.

—Necesita ser derrotado.

—Tal vez. —Estuvo de acuerdo, sus uñas rosas perfectamente cuidadas se alzaron en un encogimiento de hombros—. Pero no por ti. Por alguien que, o sea, pudiese luchar contra él. Podría hacer de tu vida una miseria.

La miré. Parecía ser sincera, pero eso no tenía sentido. Por todo lo que había visto de ella, solo era un poco más inteligente que sus compañeras. No era suficiente para ser una filántropa.

—¿Por qué te importa? —le pregunté.

Recordé a esta chica, creo que se llamaba Candy. Solicitó a la estrella delantera del equipo de fútbol la semana pasada. Esa fue una tarea agradable y fácil. Una nota en su casillero y una nota en el de ella estableciendo una cita y estaban juntos. Me preguntaba si todavía lo estaban, aunque lo dudaba. No estaban bien el uno para el otro. Era demasiado arrogante para alguien con un mínimo de decencia.

—Conozco a personas que te quieren —explicó, bajando a un tono diferente—. Gente en la que confío. Solo ten cuidado con Darren, ¿está bien? No dejes que su mezquindad te asuste.

Y se fue. La miré un momento antes de seguir mi camino. Bueno, ese había sido un cambio refrescante, una animadora amable con una donnadie. Tal vez había esperanza para esta escuela.

Un atleta, corriendo por el pasillo, tan poco observador como siempre, me empujó y choqué contra un casillero.

Bien, cinismo restaurado.

—Ahora, antes de comenzar el libro —zumbó el profesor de Inglés.

Garabateé en los márgenes de mi cuaderno. Por lo general, adoraba Inglés, pero no cuando revisábamos las reglas de las comas por semana y los idiotas que se hacían llamar mis compañeros de clase todavía no lo entendían. ¿Qué tan difícil podía ser?

—Vamos a necesitar más notas, por lo que vais a hacer un trabajo...

Bla, bla, bla. ¿La verdadera razón por la que nos mandaba a hacer un trabajo? Nuestras presentaciones tomarían al menos un día, y esa era una clase menos para soportar nuestra idiotez.

—Tendrán que elegir a su autor favorito y presentar su vida y trabajos a la clase...

Entonces quizás una hora de trabajo. Lo haría rápido, si no posponía las cosas como solía hacer, y luego me sentaría a reírme mientras el resto de la clase se asustaba por la cantidad de trabajo.

—Y para dar un giro, lo haréis en parejas...

Ahora estaba entregando una hoja. Molesto, pero no horrible. Había un número impar de personas en la clase y podía ser quien se quedase sola, o podía aguantar a quien tuviese que quedarse atrapado conmigo por un tiempo. Odiaba el trabajo en conjunto, no iba a dejar que un imbécil hiciese el trabajo, podía lidiar con eso. Nadie en esta clase era demasiado horrible.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.