April
—¡Hey, enana! —sonrió Allan mientras trotaba por la sala de estar, revolviendo mi pelo con cariño. Puse los ojos en blanco mientras me peinaba, volviendo a su aburrida e invariable rectitud.
—Solo soy dos meses menor que tú y lo sabes —repliqué, sin apartar los ojos del libro.
—Dos meses y ocho días —me corrigió con altanería.
Dejé el libro e hice una mueca al alto chico.
—Es lo mismo.
—Hija, no es lo mismo cuatro que cinco —respondió con una sonrisa. Le di un golpe con el libro—. ¡Ay! ¡Eso duele! ¿Por qué me pegas?
—Por ser un idiota. ¿Cómo fue el partido?
—Ganamos. Por mucho. 101-31. —Sonrió salvaje—. Brock era de lejos la estrella.
—¿Y por qué no estás en la fiesta?
Intentó parecer astuto.
—¿Quién dijo que hay una fiesta?
No hace falta decir que falló miserablemente.
—Allan, siempre hay una fiesta después. No es aquí, ¿verdad? —Miré a mi alrededor en pánico, en busca de signos de fiesta.
Él se rio.
—No te preocupes. Será en casa de los Maloney. Solo he venido a ducharme y a cambiarme.
Levanté las cejas. Eso era inusual; por lo general, iba directo a la fiesta, no importaba lo mucho que apestase.
—¿Quieres impresionar a alguien? —le sugerí ociosa, observando su reacción.
Pareció sorprendido y un leve rubor manchó sus mejillas bronceadas, pero hizo un buen trabajo ocultando su reacción, algo que había esperado que hiciese.
—No, ¿por qué dices eso? —preguntó, con una voz cuidadosa y casual.
Sonreí, el plan de Cupido ya comenzaba. Por lo general, solo ponía en contacto a personas a petición de ambos, pero podía hacer una excepción con mi hermanastro. Él podría necesitar ayuda para ganar a su dama.
—No hay razón. —Me encogí de hombros—. Diviértete en la fiesta.
Se detuvo en la entrada y me miró.
—Podrías venir, sabes —propuso con cautela—. No es solo para jugadores y animadoras. McGavern ha ido a la mitad de ellas y nunca ha estado en un partido. No creo. No desde segundo año. Serías bienvenida.
—Gracias, pero de ninguna manera.
Mi negativa fue tan definitiva como la bienvenida que llevaría allí. Ni siquiera el mecenazgo de Allan haría que me aprobasen, en especial porque Darren no era mi mayor admirador. Las posibilidades de que me aceptasen en esa fiesta eran las mismas de que Darren McGavern y yo nos hiciésemos amigos.
Allan se encogió de hombros. Ya habíamos discutido ese punto antes y él sabía que no podía ganar. Me negaba (y siempre lo haría) a ir a un lugar donde me insultarían por estar cuerda.
Además, no podría lidiar con todos esos cigarrillos en un solo lugar sin hacer nada estúpido.
—Entonces, te veo luego —me dijo, desapareciendo por la puerta.
—Adiós. —Pero no me escuchó.
Sus pasos pesados se perdieron en la distancia hasta que el único sonido a mi alrededor era el del agua de la ducha corriendo. Odiaba las casas grandes y su silencio no tan silencioso.
Volví a mi libro, perdiéndome en la historia. Ni siquiera quince minutos después, una puerta se cerró de golpe y supe que Allan estaba fuera para cortejar a su chica, quienquiera que fuese. La tranquilidad ahora era completa. Odiaba las casas grandes y su quietud vacía.
Intenté leer, pero el silencio era opresivo. Jack y mi madre habían salido a una de esas fiestas supercaras y Jan, nuestra ama de llaves, tenía el día libre. Estaba sola en una mansión un viernes por la noche, demasiado como una película de terror para mi comodidad.
Una vez que mi mente comenzó a sacudirme de mi libro en cada indicio de ruido, me di cuenta de que era hora de dejar de leer. Corrí a mi habitación, ignorando con determinación los oscuros pasillos y habitaciones.
Al final, me derrumbé en mi cama. La casa gimió con el viento, el único sonido que podía escuchar aparte de lo que estaba haciendo. Casi podía sentir el vacío aplastándome. Eran noches como estas en las que daría cualquier cosa por retroceder algunos años atrás y haría que Rhi volviese. Por supuesto, hace unos años, la oscura y silenciosa mansión habría sido un departamento oscuro y silencioso, y el complicado sistema de sonido con el que me estaría metiendo sería un viejo radiocasete, y mi cama de plumas de cuatro columnas sería una cama dura, pero lo dejaría todo para poder llamar a Rhi, llamar a alguien y tenerlo como compañía en esta tarde solitaria.
Saqué mi trabajo de Cupido. En la parte superior había una de las notas de Darren, la desplegué despacio.
«Porque a los hombres no les importan las almas gemelas, además de que no tienen la percepción de qué hacer si les importasen».
Sí, fue perspicaz o lo que sea, pero realmente no me ayudaba, ¿verdad? Me incliné sobre el escritorio y vacié la mochila. Bien podría hacer algo, ya que el sonido de Friend Like Me de Aladdin llenó la habitación.