Los pequeños pasos que daba con sus pequeños pies le dio risa, se preguntaba si cuando fuera más grande sus pasos también lo serían.
Soltó una breve risita, agarrando una hoja naranja.
El otoño era su estación favorita, el bosque solía llenarse de hojas de distintos tonos naranjas y verdes, muy bello ante los ojos de cualquiera y maravilloso ante los ojos de la niña.
—Que bonito ¿No? —le sonrió a su gato.
El gatito negro no la miró y se acostó sobre las hojas, dispuesto a dormir.
—Que vago —susurro y tomo otra hoja.
Cuando tuvo las suficientes, las abrazo y miró a su gato, luego de suspirar lo agarró, y cargándolo junto a las hojas, fue a casa.
—¿En dónde estabas? —el señor que le esperaba en la puerta le agarro del brazo, provocando que las hojas cayeran al suelo, al igual que el gato.
—Estaba… —se soltó del agarre de su padre y empezó a recoger las hojas— Estaba buscando estás hojas —se las mostró.
Su padre soltó un gruñido antes de empujarla para salir.
Ella hizo un puchero y agarró al gato antes de que escapara a la casa de la vecina.
Corrió a su pequeño cuarto y dejó al gato y hojas en la cama.
Una sonrisa se instaló en su rostro al ver a su gato dormir nuevamente.
Agarró el álbum que había escondido abajo de su cama, por miedo a que sus padres, en una de sus borracheras, la encuentren y luego la destruyan, esas hojas de distintos colores y formas eran lo único bonito que tenía junto a su gato.