Hola extraño: me gustas.

25

Lancé una mirada a mamá y a Gloria, la vecina, mientras estas estaban tiradas en el sofá con enormes vasos de limonada en las manos. A mí ya se me hacía tarde para el trabajo así que tomé una banana del frutero y me despedí. No tuve tiempo de prepararme algo para comer y mamá había estado demasiado ocupada escuchando la colección de boleros de Luis Miguel, junto a su amiga.

Desde que esas dos se habían hablado por primera vez, yo ya comenzaba a sospechar que no volvería a tener paz, pero no hice caso a las señales. Ahora me temía que en unas cuantas semanas terminaría llamándole tía.

Apartando ese pensamiento de mi cabeza terminé de bajar las escaleras y comencé a caminar. Nuestro departamento no era grande, ni bonito, pero tenía ciertas ventajas, como que… no estaba muy lejos de la estación del metro que a su vez me dejaba cerca de la floristería. Toda una suerte. Además, con mi nuevo horario ya no luchaba con los tumultos, pensé mientras entraba en el aparato y tomaba asiento junto a la puerta.

En nuestra última sesión Jerry me pidió que hiciera una lista de todas las cosas pequeñas pero buenas que casi nunca notaba, porque al parecer no tenía suficientes cosas por hacer como para que ahora mi terapeuta me dejara tarea.

Pensé en Gloria, la vecina; la mujer era un dolor de cabeza, pero gracias a ella mamá peleaba menos y estaba dispuesta a aguantarla por la casa cantando La condicional y comiéndose mis galletas de chocolate si con eso mamá estaba más feliz.

Además estaba Ivy, quien ya no me acosaba tanto, en parte porque nos veíamos menos, en parte porque cada vez menos gente compraba flores y ella estaba demasiado enfrascada en sus problemas matrimoniales como para reparar en mí. Lo sentía por ella, pero para mí era una ventaja.

Esa mañana, fui a la cocina por té y encontré la última bolsita en la caja y cuando me lo estaba tomando, llegó mamá buscando el té; eso solo quería decir que, de haber llegado diez minutos más tarde, no habría encontrado té para mí. Toda una suerte, algo por lo que celebrar.

Claro está, después de pasar por el supermercado y comprarle a mamá otra caja de té verde.

 

—¿Y qué piensas de estas?

—No lo sé… No creo que sean las flores adecuadas para su aniversario, ¿No cree? —señalé, mirando disimuladamente mi reloj.

Aquel anciano llevaba más de media hora mirando flores, con un pésimo gusto, si me permitían decirlo, así que, como me urgía deshacerme de él porque ya se me había recargado las vidas en el Candy Crush, me acerqué hasta él y señalé las gardenias de la esquina.

—¿No cree que estas le gusten más a su mujer?

El hombre las observó ladeando la cabeza, cualquiera pensaría que tenía idea de lo que hacía, o que al menos tenía buen gusto. Al girarse de vuelta hacia mi, al menos estaba sonriendo.

—Creo que estas si le gustarán a mi Lucila —casi gritó, sacudiendo la mano. Me costó contenerme para no arrugar la cara—. ¿Cree que dos docenas estén bien, niña?

Mi sonrisa se ensanchó. Esta no sólo era mi primera venta del día, era también la primera de la semana. Y justo a punto de terminar el día.

—Creo que Lucila estará encantada —murmuré, comenzando a tomar las flores para acomodarlas en un bonito ramo— ¿Va a querer alguna tarjeta o algo más?

El señor negó, sacando algo del bolsillo trasero de su pantalón.

—Ya le compré una en el supermercado, a Lucila le encantan los gatos, esta es de Garfield.

Esta vez necesité girar la cabeza para que el hombre no viera mi gesto. La pobre tarjeta, además de horrible, se había arrugado, como era natural esperar. Pero suponía que Lucila no sería muy exigente si estaban cumpliendo treinta y cinco años juntos

—Genial —terminé de arreglar el ramo antes de extendérselo al señor.

Recibí el dinero del hombre. Muy poca gente en estos tiempos pagaba en efectivo y la pobre caja registradora de Ivy ya casi era oficialmente un adorno en la tienda, porque además muy poca gente compraba flores ya.

Mi propina fueron unos caramelos de canela que recibí de buen humor. El día había terminado y ahora solo me quedaba ir por el té de mamá. La noche estaba lluviosa, lo que había sido genial de estar en mi casa, pero ahora tendría que caminar un par de cuadras bajo la humedad y la llovizna.

Miré el reloj una vez más. Otra cosa buena para la lista de Jerry: contaba con un par de minutos para una taza de chocolate y de paso así me ayudaba con el frío.

Terminé todos mis pendientes y cerré la floristería. Antes, mi hora de salida del trabajo era de las mejores del día, ahora estaba bien, pero no era la gran cosa. Sin Ivy merodeándome y acosándome toda la mañana, el trabajo no era tan triste.

Y claro, también estaba el tema de Omar. Antes, si tenía suerte, podía verlo al salir, a veces nos cruzábamos en el camino, el a su auto y yo a tomar el metro. Ahora, al salir yo, ya habían pasado horas desde su hora de salida (no me juzguen por conocer su horario de salida, casi que teníamos el mismo) y cuando entraba él ya llevaba horas trabajado así que ya no tenía mucho material para seguir fantaseando.

No era de preocuparse que entonces, con todo esto, siguiera pensando en él de vez en cuando. No es que esté obsesionada ni nada, pero si alguien compra un té, usa un traje, lleva perfume, vive o respira, pienso en él. Bastante sano, a mi parecer.

A veces, lanzaba un vistazo a Visual solo por costumbre. Al salir de la floristería el lugar todavía estaba abierto, supongo que quedaban un par de personas allí dentro. Ese día no fue la excepción, pero a diferencia de otros días, había unos hombres en la puerta. Me fijé mejor y vi que estaban realizando algún trabajo en las puertas.

No le di demasiada importancia. En realidad, a mi no me importaban las puertas de Visual a menos que Omar las estuviera atravesando, así que devolví mi atención a lo que era realmente importante: ese chocolate con el que estaba fantaseando hacía rato. 



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En el texto hay: obsesion, diario, psicologo

Editado: 18.04.2022

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