Hola extraño: me gustas.

31

Miré mi reloj por tercera vez en esa hora. Faltaban doce minutos, pero hacían dos horas faltaban solo quince o así lo sentía yo. Era demasiado raro como pasaba el tiempo cuando una estaba esperando ver aparecer a su crush por el cristal.

Bueno, eso era demasiado específico, pero así era. En los últimos días, después de nuestra conversación en la cafetería, Omar, pasaba casi todos los días y decía adiós a través de las ventanas. Era, por mucho, el mejor momento de mi día, y aunque no habíamos vuelto a encontrarnos en la cafetería, por lo menos lo veía. Y lo que era mejor, era consciente de que él me veía a mí.

Volví a mirar el estúpido reloj y de repente comencé a preguntarme cuántas posibilidades existían de que el tiempo estuviera corriendo en sentido inverso.

Después de que Omar tomara la costumbre de pasar frente a los cristales, dar un golpecito y decirme adiós con las manos, mis ganas de trabajar comenzaron a limitarse a ello. Era la única razón por la que quería ir a la floristería, la única razón por la que sonreía, incluso comencé a escuchar música en el trabajo. ¡Es más! Había comenzado a recogerme el pelo con cuidado en las mañanas.

Todo un logro.

Odiándome por estar más pendiente a Omar que a mi trabajo, que en tardes como aquellas se reducía a mover flores de un lado a otro y a cortar tallos, subí un poco la música e intenté entretenerme un poco. Después de tener que soportar a mamá y a su amiga escuchando música de anciana todo el día, era casi refrescante poder escuchar algo de este siglo al menos.

Me encontraba tarareando la canción que sonaba en la radio cuando escuché los típicos golpecitos sobre el vidrio y levanté la cabeza de golpe buscando en el lugar de siempre, pero me sorprendí al ver que, efectivamente, allí estaba Omar, pero no fuera de la floristería, como siempre, sino dentro del local, con una sonrisa en los labios que generaba un cosquilleo en mí en el que prefería no pensar, y con una bolsa en las manos que yo conocía demasiado bien.

—Hola —murmuró y yo sentí que comenzaría a babear en cualquier momento.

—Hey… —Fue lo único que pude decir.

Él ensanchó su sonrisa y acortó la distancia acercándose hacia el mostrador en el que me encontraba yo. Sin poder evitarlo me miré la camiseta que llevaba y los pantalones de yoga mucho más anchos de lo normal. Omar pasaba cada día por la floristería, pero nunca entraba y nunca venía más allá de lo que aquel mueble dejaba ver. Bien podía ser solo un busto y él no se enteraría.

¿Por qué había elegido justo su peor día para entrar allí y acercarse hasta el mostrador, dejando la bolsa de la cafetería sobre este y apoyando los hombros contra el aparador?

—Te he traído algo, porque no me parece justo que ya no tengas tiempo para esto —señaló, sacando el chocolate y un par de contenedores que claramente tenían un cruasán dentro.

Yo igual ya había sentido como el olor de la comida invadía todo el lugar desde que él dejó la bolsa frente a mí, pero el delicioso olor del chocolate competía contra el perfume casi imperceptible de Omar e iba perdiendo. Ni siquiera estaba tan cerca, ¿por qué su cerebro elegía potenciar sus sentidos justo en momentos como aquellos? ¿Por qué no mejor potenciaba sus habilidades verbales para que dejara de hacer el ridículo?

—Yo… Eh… Gracias, no tendrías que haberte molestado.

—No es molestia —negó él—. Fui por un chocolate y sentí que algo faltaba, ese algo obviamente eras tú, así que aquí estoy.

Por unos segundos, no supe responder a eso. Quise decirle que aquello era lo más lindo que alguien me había dicho esa semana después de él “quédate con el cambio” de mi mamá hacía un par de días, pero alcancé a morderme la lengua justo cuando él tomaba su propio chocolate y le retiraba la tapa.

—Si quieres sentarte puedes rodear el mostrador —dije, intentando que no me temblara la voz, ni pensar en cómo me veía. Lo menos que podía hacer era ser amable después que se había tomado esas molestias por mí.

Me moví para acercarle la silla que usaba en mis momentos de ocio para subir los pies y eché a un lado el montón de tallos de rosa que había estado cortando un momento atrás. Luego ocupé mi propio asiento, el que usaba para trabajar, que me hacía quedar unos centímetros más alta que él.

» Bonita vista —murmuró él dando un trago a su chocolate.

Yo tomé también mi chocolate porque no sabía que decir a eso. ¿Bonita qué? ¿El desorden en el suelo? ¿Mi pantalón ancho y gastado? ¿Los cristales que, ahora que me fijaba mejor, estaban algo sucios?

—¿Y qué tal ha estado tu día?

Tosí un poco intentando disimular mi nerviosismo.

—Supongo que bien… Nunca se vende nada aquí, la gente no compra flores…

—¿Cómo qué no? —le interrumpió él— Yo te compré un ramo de tus mejores lirios. Tú misma lo dijiste.

—Y tú dijiste que solo querías burlarte de tu sobrina así que no cuentas —repliqué.

Omar ladeó la cabeza y ensanchó su sonrisa.

—Bueno, tienes razón. ¿Entonces qué haces mientras no hay nadie?

Yo dudé antes de contestar. Odiaba no tener nada interesante que contar, seguro que si le hacía alguna pregunta a Omar él tendría cosas geniales para decir, y yo solo era yo.



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En el texto hay: obsesion, diario, psicologo

Editado: 18.04.2022

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