Hola extraño: me gustas.

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Sentí los toques en mi hombro y me giré de golpe. Estaba demasiado concentrada intercambiando mensajes con mamá sobre lo que necesitaba que le comprara en el supermercado para darme cuenta de que esa chica cuyo nombre no sabía estaba junto a mi. 

No es que yo fuera conscientemente grosera, pero tampoco era amigable o simpática, así que no entendía por qué ella siempre sonreía y me saludaba si me veía en los pasillos, o por qué se me acercaba en esos momentos. 

—Hola, no quería asustarte —exclamó, colocándose a mi lado— ¿Ya te vas? 

—Sí, eso creo —murmuré, y quise que mi tono no se escuchara seco, pero entonces me di cuenta de que ni siquiera había respondido su saludo— Hola. 

Como si mi total falta de decencia no la impactara, la desconocida ensanchó su sonrisa. 

—No quería irme sola hasta la estación de autobuses, y como sé que vas en esa dirección...

Asentí, porque no se me ocurrió nada más que decir. Me habría gustado mentir y decirle a la desconocida genérica pero amigable #1 que ese día tenía otros planes o que me quedaría un poco más, pero ya se me hacía tarde para tomar el bus y si lo dejaba escapar no lograría llegar a tiempo al trabajo. 

Así que, como la persona responsable que intentaba ser, me sacrifiqué. Colgué mi mochila de mi hombro e intenté forzar una sonrisa. La chica a mi lado no necesitó ningún otro gesto para ponerse en marcha.

—¡Genial! Soy Natalia, por cierto. Aunque todo el mundo me dice Nata.

Volví a asentir. Me gustó más la vez que se quedó callada todo el camino y luego solo se metió a su bus, pero estaba más que claro que ese día no sería así. Natalia al parecer se sentía en confianza ahora y era evidente que se pondría conversadora en pocos minutos. 

»¿Cómo te llamas? No lo dijiste la otra vez. 

Carraspee un segundo. 

—Leny. Elena —me corregí. Y luego me robé su frase—, aunque en casa todos me llaman Leny. 

Me sentí estúpida apenas hablé, pero Nata, a quien ya no podría llamarle desconocida genérica #1 otra vez porque ya lo había arruinado todo dándome su nombre, no me dio tiempo a siquiera pensar en mis palabras. 

—Genial. ¿Y vives muy lejos de aquí? Lo digo porque eres la única que toma el autobús —Murmuró mientras salíamos del centro comunitario y comenzábamos a caminar hacia la estación de autobuses. 

—Mas o menos, pero en realidad voy al trabajo después de las clases. 

Cada vez que le llamaba "clases" a mis idas al centro comunitario me sentía más tonta que de costumbre, porque al final éramos solo un grupo de gente metida en un edificio mugroso jugando a ser artistas, y eso era incluso más triste que no hacer nada. 

—¡Qué bien! Yo también voy al trabajo. Soy niñera tres días a la semana, el resto del tiempo estoy fantaseando con ganar algún reality show sobre baile para no tener que trabajar más. ¿Y que tal tú? 

Yo estaba mirando con desesperación, casi con anhelo, la para de buses que se encontraba a dos esquinas, pero en mi estado actual se percibía como diez kilómetros. 

—Yo... Trabajo en una floristería todos los días. 

Y el resto del tiempo estoy fantaseando con un hombre al que eventualmente espío.

Por suerte esas palabras no salieron de mi boca y la chica a mi lado entonces comenzó a hacer preguntas sobre mí que realmente no quería responder, mientras lo alternaba con datos sobre ella que yo no quería escuchar. Cuando llegamos a la parada de autobuses, me abracé a la señal de alto esperando que ahora que estaríamos a la espera, mi compañera se callara un poco, pero no lo hizo. 

—¿Y qué tal el centro? ¿Te gusta? —inquirió ladeando la cabeza.

—Hmm... Supongo que no está mal.

—¿Supones? —la chica enarcó una ceja y yo me vi en la obligación de decir algo más. 

—Es decir, me ayuda a mantener mi mente en algo que no sean... tonterías. 

Me mordí la lengua a tiempo, gracias a Dios, antes de meter la pata y hablar más de lo que debería y por suerte Natalia no pareció notarlo porque asintió como si yo hubiera dicho algo con un mínimo de sentido. 

El ronroneo del autobús girando en la esquina provocó que yo casi pegara un grito de emoción. Mentalmente comencé a ubicar en cuál de mis bolsillos estaban mis audífonos para cuando me deshiciera de la compañía. 

—¡Oh, mira! Ese es tu autobús.

No gritar !SI! me costó tanto que me dolió una costilla, pero lo logré. Me giré hacia mi acompañante y le dediqué la primera sonrisa honesta del día mientras el bus se acercaba demasiado lento para mi gusto. 

—Si... Ya nos veremos después —murmuré antes de casi lanzarme hacia el bus. 

 

Levanté la vista de mi carpeta de dibujo y me encontré con mamá apoyada contra el dintel de la puerta. Me dedicó una sonrisa que le devolví casi en automático y estiró el cuello con curiosidad, pero no se atrevió a entrar. 

—¿Qué se supone que haces aquí metida todo el día? 

—Estoy dibujando. 

Mamá hizo una mueca, pero no dijo nada. Para ella, el dibujo era casi tan inservible como mi obsesión por los videojuegos, pero al menos las clases en el centro comunitario me hacían salir de casa una vez por semana así que ella no se quejaba. 

Vi con el rabillo de ojo como por fin entraba en la habitación y se sentaba junto a mi en la cama. 

—¿Y qué es eso que dibujas? 

—Es... solo un hombre. 

Claro que ni loca me atrevería a decirle a mamá que existe un hombre con el que estoy un poco —solo un poquito— obsesionada y que es la única cosa en la que pienso hasta el punto de poder dibujarlo de memoria. 

—Es un dibujo bonito —murmuró. 

Por un segundo, yo no supe qué responder a eso. Mamá y yo no teníamos una mala relación, pero tampoco éramos tan afectivas, así que no solíamos hacernos cumplidos, pasar mucho tiempo juntas o conversar más de lo aceptable. Por eso opté por el clásico. 



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En el texto hay: obsesion, diario, psicologo

Editado: 18.04.2022

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