Hombres de luna azul

PRÓLOGO

La inquietud no dejaba el cuerpo de Belén Lee.

Su espalda dolía, su respiración estaba agitada y sus ojos retenían las lágrimas que querían salir de ella.

Una mano en su espalda baja le hizo mirar a su costado. Reconocía el toque de su esposo en cualquier situación, y él reconocía el miedo en los ojos de su esposa.

Ella no pudo retenerse más. Las contracciones iban en aumento, no podía quedarse quieta. Adrián, aunque la acompañaba, no podía salir con exactitud el miedo de ella. Faltaban pocas horas para la media noche, Belén había entrado en trabajo de parto hacía poco, pero su vientre con dos bebés dentro le pedía a su cuerpo soltarlos. El temor no se debía solo a su parto sino a la luna posicionándose en el cielo.

Para nadie era un secreto que pocas madres sobrevivían a la influencia de la luna azul, y muchos bebés también morían. Belén tenía muchos genes humanos gracias a su madre, no era tan fuerte como cualquier otro licántropo, así que temía morir y no ver a sus hijos crecer, morir y dejar a su esposo solo con dos bebés. Eran jóvenes, apenas se habían independizado de sus padres ¿cómo le haría él solo?

Otra contracción la hizo detener en su caminata.

—Recuéstate, pronto vendrá la ayuda —Belén negó a las palabras de su esposo.

—Dolerá más si me quedo quieta.

Al termino de sus palabras se escucharon golpes en la puerta. Adrián dudó en dejarla sola, pero tuvo que hacerlo.

Su suegra llegó cargando un maletín, suponía que con todo lo necesario para atender al parto de su hija. Detrás de ella vio a su mejor amigo, el alfa de la manada de la cual él era el segundo al mando.

El hombre que tenía una sonrisa en sus labios entró, dándole un golpecito a su amigo en el hombro.

—Quién diría que tus hijos nacerían en luna azul. Quizá seremos la manada con mayor número de nacimientos hoy, seremos la manada más fuerte.

A Adrián le emocionó por un momento eso, pero luego la preocupación volvió cuando escuchó el grito de su esposa dentro de la habitación. Dejó que su amigo pasara antes de correr hacia el cuarto. Al llegar a la puerta su suegra estaba sacando a su esposa de la habitación. Tragó, sabiendo que en la luna azul lo mejor era que las mujeres diesen a luz en las afueras para obtener fuerzas del astro.

Él las ayudó, pero el miedo también azotaba su cuerpo. Temía por su esposa, mucho más que por sus hijos.

Ante la posibilidad de perderla sus ojos se aguaron, el arrepentimiento llenándolo por completo. Hubo mucho tiempo desperdiciado entre ellos, por su culpa y por su preferencia a la manada. Luego de ese tiempo conviviendo de verdad con ella, se había dado cuenta de que no había manada alguna, satisfacción alguna mayor que la que ella le dejaba.

Al llegar al claro cercano a la casa, la madre de Belén se puso a trabajar con rapidez, dejando a su hija arrodillada en el pasto, su espalda siendo masajeada por Adrián.

Los minutos y las horas pasaron sin que hubiera mayor dilatación por parte de ella, el miedo de acrecentaba. Solo media hora antes de la media noche comenzó el verdadero trabajo para Belén. Su madre, sabiendo el peligro al que se enfrentaba, vendó sus ojos para evitar que mirase a la luna. El cielo estaba despejado, la luna se veía en todo su esplendor, tomando con cada minuto que pasaba un color más azulado. Los humanos no notarían la diferencia, excepto aquellos que estuviesen emparejados con un licántropo.

Al sentir la venda en sus ojos, Belén se agitó más, sabiendo qué significaba. La media noche se acercaba, las probabilidades de que sus hijos muriesen se incrementaban.

Adrián era quien tomaba su mano mientras sentía las ganas de pujar. Llevaba solo una bata, pero solo estaba su madre y su esposo acompañándola, además de que en el momento no sentía vergüenza, únicamente las infinitas ganas de pujar.

Su madre sintió la cabeza del primer bebé poco antes de medianoche. Adrián, con su oído más desarrollado que las dos mujeres que lo acompañaban, escuchó el reloj dentro de la casa marcar la hora justo en el momento en el que su suegra sacaba a su hijo de su esposa. No hubo llanto, solo el grito de Belén cuando sintió de nuevo la necesidad de pujar. La más anciana instó a Adrián a sostener a su bebé, pero él temía encontrar un cuerpo sin vida.

—El otro bebé debe nacer, no podrá hacerlo si no te mueves y me despejas las manos para ayudar a mi hija. —Belén, jadeante, también le pidió a su esposo ir donde su hijo. Ellas no sabían que el primer bebé había nacido marcando las doce, pero él sí. Se acercó con cautela, su cuerpo relajándose solo un poco al ver que su hijo, su primer hijo, tenía los ojos abiertos. Lo sostuvo con cuidado, pero el bebé en ningún momento reaccionó, solo miraba la luna con fijación. Adrián no pudo contener más las lágrimas cuando escuchó a su otro hijo llorar, mientras el primero no dejaba de mirar al cielo.

Un nacido en la luna azul no debería mirar la luna el día de su nacimiento, todos sabían que sería cuestión de minutos que la muerte llegara a él.

No pudo evitar llorar, sosteniendo al pequeño en sus brazos, quien, al no poder seguir mirando la luna, rompió a llorar.

No sabía cómo explicarle a su esposa lo que pasaría con su hijo, pero tampoco fue necesario hacerlo, porque, al girarse para recibir a su otro bebé, se encontró con la imagen que tanto miedo le había dado: Belén se había desmayado mientras la sangre no dejaba de fluir de ella. La fuerza de la luna azul siempre les daba fuerza a los licántropos, pero no olvidaba que su esposa era más humana que licántropa. Entró a su hijo a su suegra con desespero, cortando su mano para intentar curar a su esposa. Habían prometido que no usarían más su vínculo por el peligro de este, pero él no la dejaría morir.

Ella no podía dejarlo con dos hijos y con el dolor de una posible pérdida.




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