En los McCall los entrenamientos comenzaban desde que aprendías a caminar.
Recuerdo que mi primer entrenamiento fue como un juego de niños; no sabía que era uno hasta que no me lo dijo mi padre. A medida que crecía se hacían cada vez más difíciles, en especial para mí y para mi hermano, pero siempre todos se iban contra mí.
El alfa, nuestro líder, siempre se aseguraba de no dejarme ningún respiro. Por lo general los licántropos asistíamos a llamados contra vampiros desde los quince, quizá desde los dieciséis si veían que no estabas lo suficiente preparado para luchar. Yo asistía desde que tenía trece.
Mis padres habían tenido muchas discusiones por eso. Mi padre siempre habías estado pendiente de lo que sucediera con la manada, aunque ya no fuera una parte tan activa de ella, por lo que estaba de acuerdo en que mis entrenamientos fueses así, al fin y al cabo, éramos la familia beta, debíamos de saber luchar por si debía tomar el control de la manada. No lo creía, nunca me había interesado ser alfa, ese puesto le iría mejor a Trevor. Mi madre, por el contrario, odiaba que nos viésemos sometidos a los entrenamientos con la manada desde tan temprana edad, aunque ya teníamos dieciséis, ya no había nada que hacer. En los McCall o en cualquier otra manada, la edad para unirse a todas las actividades de la manada era esa.
Terminé mi entrenamiento y eché mi bolso a mi hombro. Mi hermano aun entrenaba, pero lo hacía con tiro, mejorando su puntería, aunque ya fuese muy buena. Las salas en las que entrenábamos estaban cerradas para todos menos para las dos familias más importantes, los demás debían esperar a ser llamados para obtener su oportunidad de ganarnos a cualquiera de la primera familia.
Me sobresalté un poco cuando escuché un estruendo en la sala siguiente. Kirian, el hijo del alfa salía hecho una furia de allí. Al pasar por la entrada camino a la salida, noté a Chelem, el líder de la manada, regañando a otro licántropo. Era uno de alto rango, pero no lo suficiente para derrotarnos a nosotros, incluso a Kirian.
Iba a pasar como si no hubiera escuchado que el otro miembro había logrado derrotar a Kirian durante su entrenamiento, pero él me llamó.
—Ven aquí, pelea con Dereck.
Fruncí el ceño. Le tenía respeto al líder, más que todo porque era el mejor amigo de mi padre y lo conocía de una forma muy cercana desde que tenía memoria, pero mi jornada ya había acabado, tenía clase en casa y a mi madre no le gustaba que llegase tarde.
—Con todo respeto, señor, pero ya acabé mi entrenamiento y debo ir a clase.
—¡Las clases no te servirán de nada! Lo que debe importante es la manada, nada más. No comiences con las tonterías de tu padre de querer vivir más en el mundo humano, eso no te servirá de nada. —Quise suspirar.
Chelem era conocido por sus castigos cuando lo desobedecías. A veces, muy pocas en realidad, deseaba retarlo para que dejase de mandarme a hacer cosas contra mi voluntad. Por lo general le hacía caso, como esa vez.
Peleé con el otro licántropo, ganándole en menos de dos minutos. El líder se vio aun más enojado cuando lo hice tan rápido. Ahí habría otra razón para que Kirian me odiara.
Aunque él era mayor que yo y nuestros padres se conocían desde siempre, Kirian y yo nos conocimos cuando teníamos cinco años. Me había odiado de inmediato y sintiendo su mala energía yo también había tomado la misma actitud hacia él. Nunca había logrado vencerme, aunque nuestros entrenamientos fuesen juntos la mayoría de las veces. Él, mi hermano y yo, debíamos de ser un equipo, pero nunca lográbamos ponernos de acuerdo.
Mientras el alfa salía furioso de la habitación, ayudé a Dereck a ponerse en pie. Me agradeció y, viéndonos solos, me atreví a preguntarle lo que había sucedido.
—Kirian ha bajado su rendimiento. Aquí entre nosotros, creo que se quedó estancado en su fuerza o poder, pero Chelem no lo acepta. Debe de tomar el poder en unos años, debería de aumentar su daño, no bajarlo. Solo tuve la mala suerte de ser quien entrenase con él hoy.
—No debería castigarte a ti por el bajo rendimiento de su hijo. —Él se encogió de hombros, acompañándome a tomar mis cosas.
—Todos vamos a sufrir. No te ofendas, pero Maeve puede ser hermosa, pero es un poquito hueca. —Reí, estando de acuerdo. La hija del alfa sí era bonita, no podía negarlo. Tenía un bonito cabello y linda nariz, pero no me inspiraba nada.
—¿Por qué debería ofenderme? Me llevo mejor con ella que con Kirian, pero no es mi amiga.
Dereck frunció el ceño, deteniéndome con una mano en mi pecho. Lo miré sin comprender su actitud.
—¿Maeve no es tu compañera? —preguntó con cautela. Fue mi turno de fruncir el ceño y mirarlo.
—No que yo sepa. —Se quedó en silencio por unos instantes antes de notarse indeciso. Se removió en sus pies, incómodo. Acomodé mejor el bolso en mi hombro, con sospecha—. ¿Hay algo que quieras decirme?
—Escuché a Chelem hablar con tu padre sobre tu boda con Maeve —susurró.
El mundo pareció detenerse en ese instante. No le creí. Solté una risa incrédula, pero él no se rio de vuelta.
Partí a mi casa hecho una furia. Mi padre no me podía quitar la mayor ilusión de un licántropo. La manada podía obligarme a hacer muchas cosas, pero jamás a renunciar a mi compañera.
Azoté la puerta al llegar, escuchando un alegato en la cocina de mi casa. Mi madre y mi padre discutían y ella se escuchaba muy enojada.
—¡No dejaré que lo hagas, Adrián! ¿¡Piensas poner sobre Alan los deseos que solo pertenecen a ti!? ¡Prometiste olvidarte de la manada un poquito y pensar en la familia, pero no lo estás haciendo!
—¡Ya lo sé, Belén! ¡No lo quiero, pero es un orden que recibí de Chelem, no puedo ignorarla!
¿Era cierto?
El rostro de mi madre emblanqueció al verme en la puerta de la cocina.
—Alan…
Pero yo ya me había girado y salido por mi camino.
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Editado: 15.01.2022