Hombres de luna azul

CAPÍTULO 6

El auto estuvo en silencio hasta que Abril comenzó a removerse. Le había estado mandando miraditas cada cierto tiempo y también le había organizado la chaqueta sobre su cuerpo cuando se acomodó con sus pies en el asiento.

Yo cuidaba mucho mi auto. Había sido un regalo de mi padre a mis diecisiete, cuando Charlotte cumplió dieciséis y él pensó que era pertinente darnos un medio para transportarnos. La constructora, a su administración, había crecido mucho más que cuando mi abuelo la tuvo. Era un sembrar, estaba consciente de ello, pero aun así los recursos a lo largo de nuestra vida habían aumentado hasta el punto de poder costear esos autos, lujosos y costosos, de tener varias tarjetas en diferentes bancos, tener cuatro hijos a los que se les daba una mesada para nada baja y casas y un apartamento que yo intentaba conseguir.

Bien, sí, debía admitir que el dinero de mi familia sí era bastante, pero ello se lo agradecía a mi padre y a la dedicación que le había dado a la constructora. Era consciente de que en pocos años sería yo quien debiese meterse de lleno en eso, no bajar el rendimiento sino subirlo. Aun no me sentía preparado, pero con cada día que iba a trabajar me preparaba más y más.

Volviendo a Abril y a sus pies en el cuero del asiento, en realidad no me importaba que ella lo hiciera. Un cuero podía reemplazarse, pero su comodidad no. Me parecía incluso gracioso que ese pensamiento estuviera en mi mente, porque siempre les había exigido a mis amigos mucho cuidado con mi auto y sus acabados, pero era Abril, mi compañera, una persona indispensable e importante para mí.

Ella iba en calma hasta que su respiración comenzó a agitarse. Se removía y quejaba cada vez con más volumen e insistencia, hasta que comenzó a gritar.

Metí el auto en la primera salida que vi en la carretera. Cogí su pequeño cuerpo que se sacudía buscando en sueños una salida. Comencé a llamarla, primero con suavidad luego más fuerte, pero ella no parecía querer despertar.

Me asusté como la mierda. Mucho más de lo que ya estaba.

Sus ojos se abrieron de golpe, mirándome. Gritó, pegándome en el pecho, pero sus golpes no me dolían como ella pensaba. Sabía que debía de darle espacio, pero se veía tan asustada que no pude evitar llevarla hacia mí y abrazarla. Siguió luchando, calmándose poco a poco, hasta que solo quedó agarrada a mi camisa mientras sollozaba.

—Tranquila. Tranquilízate, Abril. Ya pasó, fue sólo una pesadilla. —Negaba con su cabeza ante mis palabras, pero no decía nada, solo sollozaba. La escuché calmarse con cada minuto que pasaba, me atreví a hablar solo al sentir sus pestañas parpadear entre mi cuello y hombro. Miré su cabeza escondida en mi cuerpo. Verla aferrarse a mí me calentó el corazón, aunque no fuese la mejor situación—. ¿Ya está todo bien?

—Sí —susurró sin retirarse. Seguí acariciando su cabello hasta que se sintió lista para retirarse. Se sentó con su cuerpo direccionado un tanto hacia mí—. Lo siento.

—¿Por qué? ¿Por no poder controlar los sueños? No te preocupes, ninguno puede hacerlo. —Negó, sonrojándose.

—No solo eso. Seguramente te asusté con mi sueño, y mojé un poquito tu camisa, pero, sobre todo, siento… involucrarte en mis pesadillas.

Listo, eso era lo único que bastaba para hacerme saber que era la causa de sus pesadillas. Apoyé mi cabeza en el volante con frustración.

—¿Qué tengo que hacer para que creas que no te haré daño?

—Júralo. —¿Qué? ¿Solo eso? ¡Lo hubiera hecho hace mucho!

—¿Jurarlo? ¿Tan solo eso?

—No cambiará en nada, pero quisiera creer que eres un hombre de palabra.

Levantó su meñique, esperando. Me recordó a Adara cuando hacía alguna promesa.

Viré los ojos, pero no demoré en enlazar mi dedo con el suyo.

—Esto es ridículo. —Asintió, pero no dijo nada más. Nos quedamos en silencio por unos segundos hasta que ella soltó una risita que yo seguí.

El auto, hasta ese momento, había estado lleno de tensión que se diluyó con ese instante de risa.

—Te llevaré a tu casa y te prepararé un té. No puedes negarme la entrada, me hiciste pasar un susto de muerte y lo menos que puedes hacer sería eso.

—¿Lo menos? ¿Qué es lo máximo? —Me encantaba cuando hacía preguntas inocentes. Sonreí.

—Lo máximo en este caso sería aceptar volver a salir conmigo, pero esta vez sin tratar de huir de mí.

—Acepto lo del té —Se apresuró a decir logrando sacarme una sonrisa. Un día ella no estaría poniendo tantas trabas para estar conmigo. Era paciente, ahí estaría para ese momento.

Retomé la marcha. El viaje fue más calmado porque puse un poco de música para que no se concentrara demasiado en lo que acababa de suceder. Funcionó: ella se fue tarareando partes de canciones por el poco camino que quedaba para llegar a su casa.

—Llegamos, pero quédate aquí un segundo, revisaré algo de tu lado. —No iba a revisar nada. Hacía poco había llegado el auto al taller para revisión, por lo que sabía que estaba en perfecto estado, pero necesitaba que ella estuviera dentro para poder abrir su puerta.

Al notar que no había nada que revisar y el pequeño detalle que había tenido, se rio. No fue una risa larga ni escandalosa, pero siguió sonriendo luego de ella.

—Gracias, que caballero.

Luego de unos minutos, la volvía a tener dormida sobre la mesa que había en su cocina.

Gracias al clima del pueblo las fresas eran uno de los productos que más se conseguían. Eran buenas, grandes y dulces. Encontré unas cuantas en su cocina.

Aprovechando que ella se encontraba dormida decidí que un aperitivo junto con el té sería mejor. Encontré también cobertura de chocolate y salsas de chocolate.

Estaba teniendo información muy valiosa de ella. Le gustaban las fresas y el chocolate, también los melocotones y tenía un tarrito de cerezas.

Cuando huimos de la otra manada yo tuve que aprender a cocinar. Gracias a las heridas de plata y a la poca recuperación que tuvo mi madre y Charlote luego de ello, tomé las riendas en este sentido para que ninguno se esforzara más de lo debido.




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