Hombres de luna azul

CAPÍTULO 10

Bien, me había asustado de que no fuera virgen. No pude evitar sentir enojo y celos, incluso un poco de desconcierto.

Ahora ella divagaba mientras sus mejillas cada vez se ponían más rojas y sus ojos se abrían más. En un momento dado sintió mucho calor por su vergüenza que intentó quitarse mi jersey. Me molestó porque el día estaba húmedo y frío, así que la quería tener calientita y abrigada. No pude evitar gruñir.

Me miró de inmediato, su sonrojo bajando de golpe.

Dejó la tela en su lugar antes de cruzarse de brazos.

—¿Crees en los hombres lobo, Alan? —Su pregunta me puso nervioso, aunque intenté no demostrarlo.

Nunca hubiese pensado que sería tan directa en ese tema. No podía decirle que sí, porque aumentaría sus sospechas y, siendo sincero, si ella ya no dormía solo por el suceso de años atrás, mucho menos lo haría sabiendo que las cosas en su mente eran ciertas.

—¿Qué? —pregunté, haciéndome el loco en el tema.

—Lo que escuchaste, no creo que estés sordo, me has escuchado muchas veces cuando hablo solo en susurros.

—Te escuché solo no me cabe en la cabeza lo que he escuchado.

—Sí, es algo descabellado, pero quiero saber qué piensas.

—Nada, no pienso nada ¿Qué es lo que tienes con Matt? —Cambié de tema, recordando el beso que él le había dado y un dato que se le había escapado a Alicia.

—Eso no es de tu incumbencia, pero no, no tengo nada con Matt, si fuéramos algo no habría reaccionado de esa manera ni siquiera por una pelea.

—Pero te gusta.

—De nuevo: eso no te importa, pero no, no me gusta, me gustaba y creo que Alice me hizo el ahora innecesario favor de decirle en las vacaciones, pero yo no siento nada por él, ni siquiera interés, ahora no. Pero no estábamos de eso. Alan, y no cambies de nuevo el tema.

—De acuerdo, pero déjame preguntarte una última cosa ¿Por qué te besó?

—No lo sé, tampoco quiero saberlo.

—He escuchado que le gustas.

—¿Qué? —Su rostro se alzó de inmediato. Me miró como si lo que hubiera dicho le pareciera un disparate.

—Escuché que...

—Sé lo que dijiste, pero no creo que eso sea cierto. Digo, sí, quería tener algo con él hace... algún tiempo, pero nunca se mostró interesado...

—O no lo viste, las personas quieren ver lo que les conviene, tan solo puede que solo lo hayas querido como una simple ilusión y no te hayas dado cuenta de nada.

—Pareces mujer. —Retuvo su sonrisa torciendo sus labios.

Solo me quería asegurar de que su gusto por él había pasado. Me sentía celoso de que él, justo ese chico que tan repulsivo me parecía, hubiera tenido el interés de Abril en algún momento de su vida.

—Te hice reír. —Sonreí.

Negó.

—No me reí.

—Pero quieres hacerlo, lo sé.

No sé si la hizo reír la mueca que hice o mis palabras, pero lo hizo, bajando su cabeza, sonrojándose antes de mirarme de nuevo.

—Payaso.

—Los payasos estamos para hacer reír. Ven vamos, esos macarrones deben estar fríos ahora. —dije antes de que volviese a sacar el tema de la licantropía. Tomé su mano entre la mía. Se sentía correcto hacerlo, aunque no fuéramos pareja.

Sus manos estaban heladas, por lo que llevé su mano a mi boca, poniéndola entre la mía y soplando en ellas para hacerla entrar en calor. Sus ojos no se despegaron de mí, su boca entreabierta y su expresión llenándose de una sensación cálida. Hice lo mismos con la otra antes de soltarla.

—Estás fría. —No respondió nada. Se veía afectada, no es una mala forma, por mi acto. Me puse nervioso y sentí una timidez impropia en mí cuando no dejó de mirarme—. Vamos a pagar ahora para llevarte a tu casa.

Le guie entre las mesas, mi brazo sobre su hombro para mantenerla cerca de mí. Me dio un vistazo. Bajó su rostro cuando sus mejillas se sonrojaron para que no lo viese, pero lo había notado, junto a su sonrisilla que también puso una en mis labios

Le compré magdalenas para que comiera en su casa. Solo ahí la solté y dejé que se separara de mí. Pensé que iba a salir hacia el auto, pero solo bajó las mangas del suéter y me esperó a un lado.

Salimos juntos del local. La había entrado a la protección, era obvio, así que no creía que conociese nada de ahí.

La protección era como llamábamos al lugar en el que vivíamos. Era como una clase de ciudad, aunque había muchas protecciones a lo largo del mundo, siendo esa la principal. Pocos humanos sabían de ella, solo a quienes le permitíamos entrar.

—Lo siento —dijo de manera inesperada cuando abrí la puerta por ella. Me crucé de brazos y recosté en el auto.

—¿Por qué?

—Por no comerme lo que me pediste. —Sonreí.

—No te preocupes por eso, Abril, supongo que fue culpa mía porque no querías comer.

Sonrió apenas, subiéndose al auto. Cerré también la puerta por ella. Lo primero que hice al subir y encender el auto, fue prender la calefacción al verla con frío.

—Ahora sí, nos vamos. Abróchate el cinturón Abril, por favor.

Le di las magdalenas Vi su deseo de destapar la bolsa, pero estaba llena, así que se aguantó.

—Abril, ¿Cuántas horas duermes? —pregunté cuando ya casi llegábamos a su casa.

Su cabeza se giró como en el Exorcista, luego puso unos ojitos de cachorro y súplica.

—Alan, ha sido un buen día, por favor no lo arruines sacando ese tema.

—Yo solo quiero comprender…

—¡No hay nada que comprender, entiéndelo! —Me interrumpió en un tono bajo pero tosco.

Se dio cuenta de la rudeza de sus palabras al instante. Se incomodó mientras yo me molesté un tanto por su respuesta.

¡Solo quería ayudarla!

—No te muerdas el labio Abril, por si no lo sabes eso es la perdición de todos los hombres y yo no soy la excepción —dije cuando sentí no poder más con la tentación. No me hizo caso y nadie sabe cuántas ganas tuve de parquear el auto y girarla hacia mí para besarla—. Te lo digo en serio, Abril, si no quieres que te bese en este mismo instante deja tu labio libre.




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