Hombres de luna azul

CAPÍTULO 22

En nuestra raza había una historia sobre la marca y la manera en la que los licántropos se enlazaban a su compañero. Se dice que la primera pareja de licántropos tenía una marca que los identificó como tal. Se creía que esa marca en realidad era la cicatriz de la mordedura que se dejaba antaño en la piel, antes de que se supiera que en realidad no había necesidad de mordida para completar el vínculo, sino el intercambio de sangre, pero, aunque en la actualidad no se necesitaba de mordida, por lo tanto, no había cicatriz, se siguió llamando a la vinculación como la marcación.

Pero no podía explicarle eso a Abril.

Sonreí al verla confundida. Acaricié su mejilla luego de que me preguntara sobre lo que había dicho.

—Es algo tonto, no me prestes atención.

—Cuéntame qué es —rogó, pero no, ni loco lo haría esa noche. Con todo solucionado no me arriesgaría a que el momento se volviera a dañar.

—Es solo algo que considero sagrado, algo que se hace en mi familia desde hace tiempo, para que todos los que puedan, sepan que estás conmigo, pero luego te contaré más.

No prestaba tanta atención a mis palabras por estar concentrada en la caricia que le daba. No tenía que esconderme más, así que acaricié su labio inferior, deseando volver a besarla, pero cuando escuchó la última parte de mi oración, sonrió.

—¿Estoy contigo?

—Sí, pensaba que estaba claro. —Estaba conmigo, sí y creo que ella también sabía que solo hacía falta la confirmación del pedido de ser mi novia, pero que ese lugar ya lo ocupaba por completo.

En ese instante cualquier persona podría preguntarme sobre qué era de ella y yo, sin dudarlo, diría que su novio.

—Eso es lindo. —Reprimí una sonrisa al escucharla imitarme. Le hice un poco de cosquillas, ganándome un grito sorprendido y divertido.

Reí junto con ella antes de intentar enseriarme.

—No te adueñes de lo que te digo.

—¡Oye, esa frase la dice cualquier persona!

—Está bien, así que ya no estás enojada.

Su respuesta fue medio sonreír y ponerse en puntillas, apoyándose en mi hombro.

Reí cuando solo alcanzó a tocar mi barbilla con sus labios. Agarré su cintura, inclinándome lo poco que faltaba para tener el contacto completo.

Moví mi boca contra la suya. Ella me apretó más contra sí, dejándome sentir en mi pecho la curvatura de sus senos.

—Eres muy baja —dije para evitar pensar en lo que bien su cuerpo se sentía contra el mío. Me estaba enloqueciendo… Ella me estaba enloqueciendo.

—¿Tus padres no se preguntan qué hacemos?

—No lo sé —respondí sin importarme— ¿Sabes algo? Te haré enojar más de seguido y volvemos a lo poco original: podría volverme adicto a ti.

—Eres un romántico. —Tocó mi labio inferior con suavidad antes de acariciar mi mejilla.

—Y eso te gusta, lo sé.

—Sí, me gusta mucho. Pero sigo diciendo que es mejor entrar ya. No quiero darles malas impresiones a tus padres.

—No lo harás, ellos te aman incluso más que a mí. —Se rio ante mis palabras, sin saber que podía ser un poco ciertas.

Sí, mis padres no la querrían por encima de mí, nuca, pero mi madre la amaba, ya la veía invitándola todos los domingos a cenas familiares o a irse de compras.

—No es cierto, pero tomaré tu palabra.

—Así que si ya la tomaste ¿Podrías quedarte aquí conmigo un minuto más? —supe que era mala idea cuando toqué sus brazos fríos. Como siempre, no había llevado un abrigo—. No olvídalo, vamos adentro, no has traído un abrigo y estás fría.

Se mostró divertida ante mi necesidad de protegerla. Sabía que el frío por sí solo no la enfermaría, pero no me arriesgaría a que sus defensas bajen y se enfermara.

Entrelacé su mano con la mía.

—Vamos, te prestaré algo. —La llevé de vuelta a mi habitación para buscarle una sudadera o un jersey que le sirviera. Ella comenzó a curiosear por mi habitación, tocando las telas y hurgando entre los ganchos.

—¿Para qué necesitas tantos trajes? —preguntó, tocando uno que al parecer le había llamado la atención. Lo quitó de su gancho, haciendo caras cuando sintió el peso de la tela.

—Muchas veces hay reuniones en la empresa. Necesito ir formal.

—Oh. —Reí al verla con la chaqueta. Le quedaba enorme, casi que desaparecía en ella.

—No creo que sea el indicado para que lleves hoy.

—Cual sea me quedará grande.

—Lo sé, eres muy chica.

—No soy chica, tengo una estatura promedio. Tú eres el alto.

—¿Ah sí?

—Sí. —dijo confiada, levantando su cabeza con orgullo.

Sonreí al tiempo que encontraba la chaqueta que estaba buscando. Cuando lo hizo, volvió a su trabajo de hurgar en mi ropa. No me molestaba, conocía los niveles que su curiosidad podía alcanzar.

Sacó el gorro que le había quitado a ella. Se acercó a mí para ponérmelo, aunque tuve que facilitar su tarea agachándome unos centímetros.

—Aún la tienes.

—No la voy a tirar. Me recuerda a ti.

Se tiró a mis brazos, emocionada. Reí por lo bajo, tomándola y alzándola un poco, moviéndonos a ambos, así como ella había intentado hacer.

La amaba tanto, no podía describir cuánto se llenaba mi corazón al verla, sentirla, al pasar tiempo juntos.

—Eres fácil de contentar.

—No te confíes, puedo enojarme por mucho tiempo.

—No lo creo —susurré.

—¿Volverás a besarme? —preguntó al ver como inclinaba mi cabeza en su dirección. Comenzó a acariciar mi cabello sabiendo la respuesta a su pregunta.

—¿Es una pregunta o afirmación?

—Puede ser ambas. —Oh, sí, ese pequeño juego coqueto me gustaba.

—En ese caso, respondiendo a tu pregunta: por supuesto que tengo pensado besarte. Y en cuanto a la afirmación, no tienes de decirlo dos veces porque me muero por hacerlo. —Profundicé el beso cuando Abril se pegó a mí, jaloneando mi cabello.

No debía pensar que estábamos a pocos pasos de una cama, no debía. Eran apenas los primeros besos y con Abril todo era procesos, no me saltaría tantos solo por calentura, además de que presentía que ni siquiera ella estaría preparada para eso. Recordaba muy bien nuestra conversación, sus palabras diciendo que se entregaría solo al amor de su vida.




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