Hombres de luna azul

CAPÍTULO 35

—Abril irá a su casa —me dijo Trevor detrás del volante. Lo miré

—¿Y hasta ahora me vienes a decir?

—Bueno, Alice me lo acaba de decir a mí.

—Bien, por lo menos valdrá la pena la ida. —Pasé mis manos por mi rostro, sintiendo la poca barba que estaba creciendo—. Tu novia debería dejar de tenerme a la oscuridad.

Mi hermano resopló.

—Lo sé —dijo aparcando el auto en la oscuridad de la casa de Alicia.

Ambos bajamos. Todo estaba oscuro, la calle, la casa, todo, ni siquiera la luna iluminaba mucho.

Me había puesto ansioso desde que Trevor me dijo que Abril iría. Era tarde, esperaba que por lo menos llevara un abrigo para cubrirse; no podía descuidarse, hacía poco había salido de una gran gripe, debía cuidarse todo lo posible.

Gotas de lluvia comenzaron a caer cuando nos acercamos a tocar la puerta. Alicia demoró un segundo, sin exagerar, en abrir. Saltó a los brazos de su novio como si hubiera tenido un radar para saber que era él. Trevor la recibió sin problema alguno, arrullándola como si fuera una bebé.

—Gracias a Dios están aquí, estaba a punto de morir. —Me miró, sabiendo dónde estaba gracias a la poca iluminación—. Abril ya viene, no sé por qué se demora tanto si se suponía que iba a tomar un taxi.

—Por su casa no hay taxis, es algo lógico que se demore —dijo mi hermano acariciando su cabello. Se metieron en su mundo, dejándome por fuera. Me removí incómodo, lo que hizo que se fijaran en mí.

—Vamos dentro.

Toqué mi nariz con disimulo, mirando que no tuviera rastro de sangre de más temprano.

Mi estado de salud había empeorado visiblemente estos días, las ojeras aumentaron al igual que el cansancio, mi energía se agotaba demasiado rápido, tanto que ni siquiera dormir bien podía reponerla, y sabía que eso era porque me hacía falta el calor y la cercanía de Abril.

—¿Estás bien? —preguntó Alicia, alumbrándome con la luz de su teléfono.

—Sí, es solo un poco de cansancio —dije, huyendo de la mirada de ambos.

Luego de eso no dijeron nada más, se volvieron a meter en su burbuja personal, dejándome a mí solo sentado en un mueble.

No me iba de allí por dos razones: la primera, no tenía mi auto; la segunda, quería ver a Abril y descubrir cómo seguía.

Pero a medida que la lluvia aumentaba y el tiempo pasaba me preguntaba cada vez más dónde estaba Abril y por qué demoraba tanto.

Al rato, mucho tiempo después, la luz volvió y Abril seguía sin aparecer. Mi pie se movía con gran velocidad de arriba abajo, una y otra, y otra vez. Trevor y Alicia habían subido a su habitación, según dijeron, a buscar un abrigo.

Por fin, luego de mucho tiempo después, el timbre sonó. Me apresuré a abrir. Abril estaba detrás de la puerta, por completo mojada y temblando como un chihuahua.

Una chispa se encendió dentro de mí.

—Entra —se vio sorprendida al verme, sin esperar que hubiera sido invitado también. Me hizo caso, dio un paso dentro de la casa, quedando entre mi cuerpo y la puerta, la cual cerré un poco más duro de lo que pretendía—. Quítate la ropa, Abril.

Se sobresaltó, de nuevo, al escucharme.

— ¿Qué? —se alteró.

—Acabas de salir de una enfermedad, estás jodidamente mojada, y estabas afuera en medio de la noche ¡Quítate lo que tengas mojado, ahora! —rugí. No se movió, solo se quedó mirándome con sus ojos asustados y con su cuerpo temblando. Comencé a quitarme la sudadera que llevaba puesta. Por supuesto que no la dejaría en ropa interior, a la vista de mi hermano, y teniendo oportunidad de volver a enfermarse, si es que no lo volvía a hacer ahora. Seguía sin moverse, por lo que no me quedó de otra que amenazarla—. Si yo mismo tengo que desnudarte lo haré, no me importar si te veo en ropa interior o no.

Le di mi sudadera. La tomó con desconfianza. La amenaza había sido en serio, porque primero estaba ella y debía agradecer que no estábamos en una casa conocida para mí, de lo contrario estaría bajo una ducha de agua tibia para que su cuerpo entrase en calor.

Me di la vuelta para darle toda la privacidad que podía sin darle la oportunidad de escapar.

Escuché como las prendas caían en el suelo con un sonido sordo gracias a lo mojadas que estaban.

—No entiendo por qué lo hiciste, lo que suceda conmigo no te importa ni tienes por qué hacer algo —¡Oh, claro que sí me importaba! ¡Era ella! Todo lo que tuviera que ver con ella me importaba y era mi problema.

Me giré, dando por hecho que ya había terminado. Repasé su cuerpo con mi mirada antes de apartarla de un tiró, como si verla me quemara por dentro.

—No vine para pelear contigo, es lo que menos quiero —dije con cansancio por pelear en la primera conversación que teníamos.

—Mira Alan, me importa un pepino lo que te haya pasado, pero yo acabo de llegar y…

— ¡Y has llegado toda mojada cuando acabas de estar enferma! —Me miró a los ojos, con dolor. Debía de fingir que no me importa, pero se me hacía imposible. Recordaba su estado en clase por su enfermedad, no podía pretender que no me importaba lo que pasaba con ella, ni pretender que no me molestó su descuido con el frío.

—Deja de fingir que te importa —escupió con dolor, concordando con lo que tenía en su mirada—. ¿Dónde está Alice?

Emití un suspiro que no se escuchó mucho.

—Metida en su habitación con Trevor.

Asintió, tomando el dobladillo de la sudadera y jalándolo hacia abajo. Gruñí, porque esa acción solo logró que me fijara en sus piernas. No era mucha la diferencia entre la sudadera y sus vestidos, todo radicaba en que era algo mío en el cuerpo de ella. Se sentó en el sofá en el que antes había estado yo. Me fijé que la cadena estaba en sus manos hasta que la puso a su lado.

En el preciso momento en que mis acompañantes bajaron, las mejillas de Abril se encendieron, no sabía decir muy bien si era por vergüenza o por enojo.




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