Hombres de luna azul

EPÍLOGO

La puerta del baño se abrió y Abril salió por ella corriendo. Aterrizó en la cama, en el lado que había ocupado por tantos meses. Estaba fría, muy fría, así que la tomé y la metí bajo la manta gruesa que había comprado solo para ella.

Se dejó hacer, sonriendo hacia mí.

—Gracias, mi hombre.

Reí.

—¿De dónde viene ese apodo? —Se encogió de hombros.

—Solo estoy feliz de poder pasar de nuevo los días aquí.

Sonreí.

—Yo estoy aun más feliz, preciosa.

—¿Aunque no podamos hacer nada porque Adara está en la otra habitación? —preguntó, acurrucándose más en la cama.

Sus padres habían vuelto por un par de semanas, así que ella había tenido que irse del apartamento hacia su casa por esos días. Las situaciones no habían estado a nuestro favor, así que habían sido un par de semanas en los que no habíamos hecho nada, en cuanto al sexo, porque en realidad sí habíamos hecho mucho, excepto la semana en la que su periodo había llegado y, teniendo la regla de que no podíamos ni siquiera tener un poquito de manoseo, sí tuve por completo prohibido tocarla.

—Podríamos hacerlo. Adara tiene el sueño pesado, no se enteraría.

Para mi desgracia, justo en ese instante sonaron unos golpecitos en la puerta. Abril se rio, alzando una ceja.

Suspiré, yendo a abrir.

Mi hermana no podía dormir y quería ir a casa. Lo presentía, así que tuve que organizarme para llevarla.

Al llegar Abril estaba dormida, así que por ese día se aplazó todo. A la mañana siguiente me despertó un estruendo.

Salí corriendo de la cama para encontrar a Abril en mi oficina, con los legos a sus pies.

Me confundí, pero cuando Abril salió corriendo de la habitación la seguí.

—¿Qué hiciste? —Se rio.

—Perdón, me tropecé, no quería tirarte tu Louvre.

Entrecerré los ojos con fingido enojo.

—Tendrás que reconstruirla. —Negó. Escondí mi sonrisa para dar un paso más, que ella de inmediato retrocedió.

—¡Alan, no!

—Vamos, bonita, te lo ganaste.

Volvió a reír. Aproveché el momento de distracción para tomarla por la cintura.

Gritó, chillando e intentando liberarse.

También me reí.

Ambos sabíamos que eso era solo un juego entre ambos, ella me ayudaría a armar de nuevo el museo entre besos y bromas, así como habíamos hecho la primera vez.

Tomada por la cintura, nos encaminé hasta el pequeño cuarto que había tomado como oficina, en donde estaban regadas las piezas de legos que antes habían formado la casa Louvre, la cual nos habíamos demorado todo el día en armar, no necesariamente por difícil, más bien porque resultábamos ser una tentación para el otro.

—No puedes escaparte, así como así. Tendrás que ayudarme a reconstruirla por completo. —Hizo un puchero adorable, pero que no logró convencer para dejarla ir.

—No quise tirarla, lo siento.

—Sí, yo también lo siento. —La miré. Me besó como manera de soborno.

—Bien, manos a la obra fortachón.

La construcción fue muy similar a la anterior, solo que esta vez no hubo distracciones. La pudimos hacer en muy poco tiempo.

Abril se arrastró hasta que estuvo sentada en mi regazo. La sostuve por la cintura, jugó con el cabello de mi nuca cuando se vio segura.

—¿Sabes de qué me enteré?

—No, dime.

—En tu misma universidad está diseño de espacios. —Me miró sonriendo—, cuando termine el instituto enviaré la inscripción allí. Nos podríamos ver en varias ocasiones, entre clases o… sí. Hasta tal vez tenemos la gran suerte que algunas veces los horarios coincidan y podemos venirnos juntos.

—Eso sería grandioso, preciosa. —Asintió con efusividad—. ¿Ya desayunaste?

Sonrió, negando.

—Tenía la idea de que te me tirarías encima en cuanto pudieses.

Reí.

—Estoy ansioso, sí, pero no estoy contigo por el sexo, preciosa. Podré saber esperar unos minutos hasta que tengas el estómago lleno.

Sonrió otra vez, levantándose.

—Me adelantaré mientras te duchas… Te amo —dijo alegre antes de desaparecer.

Al entrar a mi baño me di cuenta de cuánto había cambiado mi vida. Abril solo tenía dieciocho recién cumplidos, pero parecía vivir conmigo. Tenía un tercio de su ropa en mi closet, su lado de la cama no podía tocarlo, sus productos de higiene femenina estaban en mi baño, al igual que su champú y pastillas para cólicos… Todo parecía tener su esencia. Yo solo tenía diecinueve, debería asustarme o molestarme por eso, pero… me encantaba. Me asustaba más el hecho de tener que ir a la universidad en pocos días para comenzar mis clases.

Lo que ella había dicho sobre vernos en la universidad parecía ser un alivio para los nervios que tenía.

La universidad quedaba en la ciudad, en el territorio de los McCall, así que me encontraba nervioso por ir hacia allá, de encontrarme con personas que conocía y hacía mucho no veía.

Nada me iba a preparar, ni siquiera las palabras de Abril, para lo que me esperaba al entrar.

El primer día comenzaron los problemas. Me sentía paranoico, como si alguien me estuviera esperando en cada esquina. Solo quería llegar al lado de mi prometida.

Tuve que llamar a Abril para que fuera por mí, así que me apresuré a llegar a la salida para poder estar allí cuando ella llegara.

—¡Alan! —Alguien se trepó a mí, abrazándome por el cuello. El olor se me hacía familiar, pero no lograba reconocer de quien era.

Solo la pude reconocer cuando se separó de mí.

—Hey, Evoleth, tantos años sin verte —dije incómodo. Miré más allá de ella para ver si Abril estaba cerca, pero lo único que logré fue que mi mirada se topara con dos chicos, en especial con uno que me devolvía la mirada con cabello rojizo.

Ellos dos se separaron. Se me hicieron extraños, demasiado.

Volví mi mirada a Evoleth que seguía hablando como si no hubiera notado algo extraño. Fruncí el ceño cuando mi cabeza comenzó a doler… contadas veces en mi vida dolía mi cabeza.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.