—¡Hija, vas a llegar tarde de nuevo a la escuela!
—¿Hmmm...? ¡Ay, no! —me vestí lo más rápido que pude y bajé corriendo las escaleras.
—¿Cuántas veces te he dicho que pongas tu alarma?
—Lo siento, mamá, lo olvidé…
—Vamos, te llevaré a la escuela.
—Gracias —dije aliviada.
—¡Anda, corre!
Mi nombre es Sara, vivo con mis padres y mi hermana menor. Actualmente estudio y aunque soy muy desordenada y despreocupada (como ya se habrán dado cuenta), quiero llegar a ser una empresaria exitosa. Tengo una mejor amiga, Paola, la conocí en el inicio de mi etapa estudiantil y hemos sido inseparables desde entonces; tenemos el mismo estúpido sentido del humor y entre familias nos llevamos muy bien. A diferencia de mí, ella es muy aplicada y puntual, ojalá alguna de esas buenas cualidades se me pegaran.
—Espero que aún te dejen entrar —rogó mi mamá sin sentimiento al estacionarse.
—Lo intentaré. ¡Gracias, te amo! —corrí lo más rápido que pude hasta mi salón, casi resbalo al llegar a la puerta—. Profe, ¿puedo pasar? —pedí con la respiración agitada.
—De nuevo tarde, señorita...
—Lo siento.
—Está bien, adelante. Que no se repita, por favor.
Entré rápido y me senté en mi respectivo lugar, al lado de Paola, quien intenta aguantar la risa por mi recién "entrada triunfal".
La clase transcurrió normal y después vino el descanso: fui con ella a comprar el almuerzo y nos encaminamos a nuestro lugar especial para sentarnos, pero al llegar notamos que lo habían ocupado. Tendremos que buscar otro.
—Vaya teatro el que hiciste hoy en la mañana —dijo Paola entre risas.
—No escuché mi alarma...
—No tienes remedio. Me sorprende que el profesor aún te deje entrar, nunca llegas puntual a su clase.
—No es mi culpa que todos los días de la semana su clase sea la primera —mi comentario le provocó una risa—. Creo que ya le caigo mal, qué decepción.
—Lo dudo, tiene estudiantes más importantes de los cuales preocuparse: los problemáticos, por ejemplo.
—Quizás..., estoy cansada —comenté fastidiada en un suspiro al no querer hablar más del tema.
—Si no comes nada vas a seguir así todo el día, anda, prueba un bocado. ¡Oye! —exclamó con una sonrisa de oreja a oreja—. Sé cómo alegrarte el día: hoy pude ver cómo Cris te miraba en clase —insinuó con picardía—. Yo digo que le gustas, deberías hablarle más seguido.
—¿Otra vez con eso? No tengo tiempo ni para levantarme temprano y quieres que me ponga a buscar pareja. Admito que es lindo, pero no es mi tipo; además, quiero concentrarme en mis estudios, de lo contrario, mis calificaciones van a bajar y mamá se enojará. Hoy me vino a dejar, fue gracias a ella que llegué a tiempo.
—Tu mamá es muy linda.
—Deberías verla cuando me regaña.
Paola se rio conmigo. Hicimos demasiado escándalo (como siempre) y llamamos mucho la atención con nuestras pequeñas faltas de aire debido a la comida, pero ya aprendimos a lidiar con las miradas; son parte de la rutina.
—Volviendo al tema, ¿no piensas ni un poquito en Cris? —sus ojos enternecedores son parte de un bajo intento de chantaje, sin embargo, conmigo no funciona.
—Ya te dije que no estoy interesada en eso por ahora, quiero enfocarme en mis calificaciones.
—¿No será que hablar de chicos te pone nerviosa? —sus ojos de picardía se clavan en mí de una forma desagradable y de su sonrisa burlona ni hablamos.
—Me pones más nerviosa tú...
Una vez desahogados todos los chismes, dedicamos el resto del descanso a la comida en nuestros platos.
Acabó el día escolar y regresé a mi casa; estoy cansada, tengo tarea y quehaceres, así que decidí acabarlos rápido e irme a dormir lo más temprano posible. Quizás así me levante temprano, mañana tengo una prueba importante a primera hora.
Al otro día
Desperté con un rayo de luz en la cara y aunque tardé en reaccionar, entendí que de nuevo, arruiné mi día antes de que iniciara. ¡Otra vez se me hizo tarde! Me vestí lo más rápido que pude y bajé las escaleras a prisa. Mi mamá ya no está en casa, se ha ido a trabajar temprano y el transporte no pasa a esta hora, así que mi única opción es correr a la escuela. ¡Genial! Voy a culparme el resto del día por este esfuerzo innecesario...
Llegué a la puerta del salón y la encontré cerrada. Toqué la madera ansiosa y me abrió el profesor disgustado:
—De nuevo tarde —no le sorprendió demasiado verme aquí de pie.
—Lo siento —agaché la mirada apenada. Di un paso adelante con la idea en mente de que me dejaría entrar y hacer la prueba, pero no fue así.
—Sabe que no puede llegar tarde a las pruebas, señorita —interrumpió mi andar con una mano.
—¡Vine lo más rápido que pude! Será la última vez, lo prometo —imploré.
—Lo siento, pero no puedo dejarla pasar. Son las reglas y debe cumplirlas.
—Bueno... gracias de todos modos.
El profesor cerró la puerta mientras yo me giraba deprimida a ver el pasillo desierto. Ahora solo soy yo con mi soledad y el eco de la escuela en época de pruebas.
—Diablos, ¿y ahora qué hago? Sólo me queda resignarme...—mi estómago comenzó a rugir, parece que las decepciones me abren el apetito.
Fui a la cafetería a comprar un desayuno, al menos este momento a solas valdrá la pena para disfrutar una malteada. No me había percatado de lo sola que es la escuela cuando todos están en clases; siento lástima de mí misma por estar en esta situación. Me senté al lado de una ventana y decidí escuchar música mientras comía, así el tiempo pasará más rápido. Miré a través del cristal y no demoré en notar a un chico sentado en una de las tantas jardineras; no sé por qué, pero captó mi atención por completo: no hacía más que leer un libro estando a solas, aunque me parece raro, se supone que todos están en clases. ¿Qué hace un chico ahí?
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Editado: 26.07.2024