Honest (editando)

Capítulo 11

Alex

 

Son las ocho de la mañana, un rayo de luz entró directo a mi cara, creí haber dejado la ventana cerrada. Evité el sol con mi mano y tocaron la puerta:


—¿Señor Alex?
—¿Sí, Ana?
—¿Quiere que le prepare algo para desayunar?
—No, estoy bien.
—De acuerdo —dijo con rastros de tristeza. La escuché alejarse, volteé a mirar el techo con mi brazo encima de mi frente; otro día, igual al anterior, la misma rutina, las mismas palabras, qué aburrido.


Me levanté y me di una ducha de agua fría con la esperanza de que mi mente se dispersara un poco; intentar olvidar jamás fue tan difícil. Me vestí y bajé listo para irme. Ana espera en la puerta para despedirse de mí, como todos los días:


—Hasta luego, señor, que tenga un lindo día —dijo sonriente y con la manos enfrente de ella.
—Gracias —me puse mis audífonos, mis lentes oscuros y salí de casa.

 

Caminé directo a la escuela por el mismo lugar de siempre: mismas calles, mismas personas, mismas miradas, todo igual. Carros pasan, gente grita, ni siquiera el volumen a tope de la música me impide escuchar el ruido del exterior: «¿Ya viste a ese chico?» «Qué raro.» «Parece drogadicto.» «Aléjate de él, hijo.» «Qué guapo, ¿no?»


Llegué a la escuela y de inmediato vi a Roberto, es el policía. Siempre hablo con él cuando lo veo, no es molesto hacerlo.


—Buenos días, Alex. ¿Tarde de nuevo?
—Como siempre —dije al quitarme los lentes.
—¿Cómo has estado?
—Todo igual.
—Vamos, hijo. Sonríe un poco, de nada te servirá estar triste.
—No estoy triste.
—Fue algo horrible lo que pasó.


Contesté con mi silencio; la vista en suelo hizo que recuerdos pasen por mi mente, hacen que me desanime aún más.


—Sabes que puedes contar conmigo para lo que sea, ¿verdad, Alex?
—Lo sé, con dejarme pasar haces más que suficiente.
—Esos profesores nunca me van a mover de aquí.
—Admiro tu perseverancia.
—Es muy importante nunca dejar de intentar —me tocó el hombro con la intención de animarme, por desgracia no fue tan efectivo, pero igual lo agradezco—. Algo más, espera aquí por favor.


Entró a su cabina a buscar algo y mientras yo saqué un libro de mi mochila. Segundos después salió con algo en la mano:


—Toma —me extendió un papel con un número escrito.
—¿Qué es esto?
—Es el número de alguien que te puede ayudar, con quién puedes hablar. Sé que no es fácil lo que estás pasando.
—No es necesario —quise devolvérselo
—Quédatelo, por si algún día te decides —terminé por guardar el papel entre las hojas del libro, no quiero rechazar su sincero gesto—. Cualquier cosa, aquí me vas a encontrar; espero algún día poder hacer más.
—Sí... gracias por intentar —fue lo último que dije.


Empecé a caminar con dirección a la parte trasera de los edificios, es el único lugar donde no está lleno de gente irritante, el sitio donde no me molestan.


—¡Hola, Alex! —saludó Josh amistoso tan pronto me vio.
—Hola, Josh. Hola, chicos —devolví la cortesía.
—¿Qué pasó, Bicolor? ¿Vienes a divertirte un rato? —preguntó Frank.
—Sólo vengo por cigarros.
—Tan frío como siempre —rio Thomas antes de lanzarme una cajetilla. La atrapé con la mano derecha y saqué un cigarro.
—Deberías beber un rato con nosotros y olvidarte de tus penas —sugirió Fred.
—¡Sí! Únete al club —gritó Carl entusiasmado.
—No lo creo —respondí mientras enciendo la punta de mi casi adicción.
—Los profesores siempre molestan a Alex, no es buena idea que también lo atosiguen por juntarse con nosotros —aclaró Josh.
—Esos profesores castrosos, deberían ponerse a dar clases en vez de molestar a uno, no hacemos daño a la sociedad —reclamó Fred.
—Oye, hermano, pero ellos ya dan clases —dijo Frank pensativo.
—Oh, es verdad —rió enérgico y Frank lo acompañó.


No tengo que esforzarme demasiado para notar los ojos rojizos de los cuatro, eso sin mencionar los fuertes olores que impregnan el aire. Alcohol y más alcohol.


—¿Tan temprano y ya están drogados? —pregunté después de expulsar humo.
—Hay que empezar bien el día —aclaró Carl.
—Si te juntaras con nosotros te quitaríamos a esas molestias de encima —insinuó Thomas como oferta.
—Ya tienen suficientes problemas, además, no hay forma de quitármelos de encima...
—¿Cómo es que los soportas? —refunfuñó Frank—. Si fuera yo, ya no volvería a esta escuela o ya les hubiera partido la cara.
—No uso la fuerza bruta para poner límites, no me hace falta.
—Un hombre de palabras —dijo Fred en un tono burlón.

 

El ambiente pudo permanecer relajado y lleno de bromas, pero como todos mis días se resumen en un disco de pésima música rayado a más no poder, alguien llegó a perturbar la poca paz que se logró crear en este oscuro lugar:


—¡Ustedes! —gritaron dos profesores a unos metros de distancia.
—¿Quiénes son esos viejos? —preguntó Thomas.
—Creo que son los conserjes —contestó Carl al agudizar la vista.
—Oh, qué bien, ¡oye, vejete! ¡Tengo unas botellas aquí para que te lleves a la basura! —aventó un par vacías en contra de los profesores. Por fortuna (o por desgracia) estas se estrellaron en el suelo sin alcanzarlos.


Los chicos se rieron a carcajadas por el comentario y las acciones, provocaron que los profesores se enfurecieran, tal vez más de lo que ya estaban.


—Todos a la dirección, ¡ahora! —ordenó uno de ellos.
—Escucha, vejete, vete a limpiar a otro lado y deja de molestar —exigió Fred al acomodarse en el suelo. Se ganó el apoyo de los chicos, menos el de Josh.
—Está bien, levántense, hay que hacer caso.
—Qué aguafiestas eres, Josh... —no tuvo más opción que abandonar su comodidad y ceder a la orden recién dada.
—Recuerden sus modales.
—"Sí, mamá" —comentó Carl en tono burlón.




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