Honest (editando)

Capítulo 36

Alex


Después de disfrutar la comida y el servicio en el restaurante, cada quién fue a su casa. Mi rutina en la recepción todos los días es la misma, curiosamente nunca me he hartado de ella y sé que podría disfrutarla hasta el fin de mis días de ser algo factible.


—¿Cómo se la pasó, señor? —preguntó Ana carismática al tomar mi mochila.
—Muy bien, gracias —la acompañé hasta la cocina—. ¿Qué compraste? —ver tantas bolsas me dio curiosidad.
—Muchas frutas y verduras de excelente calidad. Oh, y un muchachito muy amable me ayudó a traer las bolsas. Quizá asista al mismo instituto que usted.
—¿Cómo se llama? —pregunté mientras me sirvo un vaso de agua.
—Ahora que lo pienso... no le pregunté su nombre.
—Bueno, si te lo vuelves a encontrar, agradécele de mi parte por haberte ayudado. Me alegra y tranquiliza saber que no tomaste el camino de vuelta sola.
—No tiene que preocuparse tanto por mí, señor...


Su voz llena de esfuerzo me hizo voltear a verla: se estira para alcanzar una canasta en uno de los muebles altos. Es una mujer de baja estatura, por lo menos es más baja que yo.


—Déjame ayudarte —dejé el vaso de agua en la mesa, me aproximé y bajé la canasta para ella—. ¿Qué vas a poner aquí?
—Las frutas para el comedor.


Fui y me agaché para buscar entre las bolsas a las susodichas.


—¿Qué hace, señor? —quiso detenerme.
—Busco las frutas para lavarlas y ponerlas en la canasta.
—Eso es parte de mi trabajo, no puedo dejar que se encargue de mis responsabilidades.
—No se me van a caer las manos por ayudarte. No me dejas hacer nada en la casa, ni levantar un trapo, déjame ayudarte un poco.


Terminó por acceder a mi petición sin protestar más, aún así, sé que le complace tener un poco de compañía en esta enorme cocina. Mientras enjabono las frutas, la escuché acomodar las verduras sin dejar de tararear una canción. Por alguna razón este ambiente me hace sentir feliz: mi mente viajó a esos días en los que lo primero que veía al despertar era un carrusel musical o a aquellos donde no dejaba de correr en los pasillos de la mansión con una aventura ficticia frente a mis ojos. Es increíble cómo la vida da vueltas.


—¿Dónde aprendiste esa canción, Ana? —le pregunté con los ojos fijos en mi trabajo.
—¿Disculpe?
—Tu tarareo me es suena familiar.
—¿La recuerda? —su mirar se llenó de ilusión—. Se la cantaba para dormir cuando usted apenas era un bebé. Aún lo recuerdo, caía dormido al instante; no perdía la delicadeza para inspirar adoración ni en esos momentos —explicó enternecida.
—Desde que tengo memoria te he visto trabajar aquí, ¿por qué?
—A algo tenía que dedicarme. Después de la muerte de mi esposo, busqué algo para distraer la mente y no caer en malos pensamientos, entonces llegué aquí con su familia, mucho antes de que usted naciera.
—¿No tienes a alguien más?
—No. Perdí la oportunidad de tener hijos y mi familia era muy pequeña, mi esposo era lo que conformaba la mayoría de mi mundo...


Mostré pena con mi silencio, no debí preguntar al respecto. Estuve a punto de pedir disculpas, hasta que Ana habló de nuevo:


—Sin embargo, debo decirle que trabajar para su familia es de las mejores cosas que me han pasado; no puedo pedir más. Desde que me abrieron las puertas y ofrecieron tantas facilidades y cariño, supe que este era el lugar donde quería permanecer el resto de mi vida. Cuidar de usted y verlo crecer ha sido una bendición.
—Me alegra que estés a gusto aquí, aún cuando tantas cosas han cambiado... me gustaría poder hacer más.
—No se preocupe, señor, estoy más que satisfecha con nuestro modo de enfrentar la adversidad. Su amabilidad no dejar de hacerme sentir plena; si sé que usted está bien, yo también lo estaré —sonrió.


Sequé la fruta pensativo y una vez terminé de acomodarla en su lugar, me animé a cambiar nuestro presente:


—Ana, ¿te gustaría ir a comprar las cosas que necesitas tú misma?
—¡Claro que sí! —exclamó emocionada—. Como le digo, a veces me encuentro con muchas inconformidades, no hay nada mejor que seleccionar los productos uno mismo.
—Entonces, ve a hacer las compras cuando quieras. Si eso te hace feliz, lo voy a apoyar y consentir.


Empezó a dar brinquitos de emoción en su mismo lugar. Se acercó para abrazarme llena de alegría, pero se detuvo antes de tocarme, con miedo y arrepentida de sus actos.


—Puedes hacerlo —asentí al sonreír levemente. Una gran sonrisa se formó en su rostro y me abrazó con amabilidad.
—¡Gracias, señor!
—No tienes que agradecer... solo quiero que cumplas con una condición.
—¿Cuál?
—Deja que el chofer te lleve de ida y vuelta en tus viajes.


Sin poder contener la alegría, accedió. Me quedaré más tranquilo de que alguien la cuida durante su estancia en la ciudad, que no esté sola cuando puede necesitar a alguien es una de mis mayores preocupaciones. Salió de la cocina murmurando cosas, dando a entender que está feliz.


No importa cuánto tiempo pase, sé que su índole cariñosa y amable jamás desaparecerá. Siempre será esa mujer que me procuró de niño y aquella que al día de hoy me cuida como un hijo de sangre; estoy feliz de saber que no importa qué suceda conmigo el día de mañana, su imagen y amor siempre permanecerá en mi memoria y ser.


Sara


Después de los exámenes llegaron las vacaciones y debido a que mis calificaciones fueron altas gracias a la ayuda de Alex, me levantaron el castigo.


—¡Por fin! ¡Libertad de acción!—me tiré en mi cama con la vista hacia arriba y mi teléfono sonó—. ¿Diga?
—¡Saraaaaa!—gritó Paola. Casi me caigo de la cama por escucharla.
—¡Dios! ¿Qué pasa?
—¡Estoy en shock! No pude contarte ayer porque estaba muy nerviosa y además tenía quehaceres...




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