Honest (editando)

Capítulo 43

Una vez en el hospital, un doctor me dirigió a la morgue, más específicamente a la parte donde "guardan " los cuerpos. Él entró a una habitación con la idea de que lo seguiría, pero lo poco que vi en su inteirior me dejó frío, tal vez aún más de lo que ya es este lugar. Hay una camilla con alguien cubierto en el centro del cuarto, pareciese que todo es parte de una película de horror psicológico; mi estómago se revolvió y mis manos empezaron a temblar con discreción. No puede ser, no puede ser Ana, debe ser un error.

 

—Joven, por favor —insistió el doctor al notar que no quiero acercarme, ni siquiera he entrado en la habitación—. Sé que esto es difícil, pero necesitamos que identifique el cuerpo.

 

Deben haber confundido a Ana, ella no puede ser la persona sobre esa camilla... No sé de dónde saqué el valor para acercarme con lentitud; mis piernas quieren perder fuerza con cada paso. Una vez al lado del doctor, descubrió sólo el rostro del cuerpo desnudo... mis ojos se horrorizaron. El sudor frío llenó mi frente, mi estómago se encogió como una pasa y un fuerte nudo se formó en mi garganta.

 

—Recibió un balazo en la cabeza y por las marcas en su cuerpo podemos deducir que intentó defenderse —explicó el doctor indiferente, como un resumen médico más de su día a día—. Encontramos esto con ella, quiero pensar que le pertenecía —me entregó el anillo que le había comprado días atrás.

 

Esto es un mal sueño... una pesadilla. Hasta el momento en el que recibí la joya en mi mano fue que mis ojos se pusieron llorosos; esto no puede estar pasando. Ana no puede estar muerta... mi segunda madre no puede haberse ido de esta manera.

 

El doctor cubrió de nuevo el cuerpo y ordenó a uno de sus empleados que se lo llevará:

 

—No hay huellas en el cuerpo así que no podemos señalar a un responsable. Necesitamos que firme unos papeles para... ¿joven?

 

No presté atención a sus palabras, me di la vuelta y caminé hacia la puerta para salir de la habitación. No puedo soportarlo. No escucho nada a mi alrededor, solo un zumbido en mis oídos que me aturde, todo se mueve lento, no siento nada... ¿Por qué?

 

Salí del hospital con la cabeza baja, metí las manos en los bolsillos de mi sudadera junto con el anillo sin expresión alguna en el rostro. Logro escuchar cómo el doctor me llama para que regrese, pero lo ignoré y seguí con mi camino. Vi al chofer parado cerca de la puerta y en cuanto me vio, se acercó rápido: lleva puesta una venda en la cabeza.

 

—Señor, n-no sabe cuánto lo siento —tartamudeó con dolor y timidez—. Y-yo no pude hacer nada... —trató de explicar con la voz entrecortada.

 

Mi vista está pérdida el suelo, el zumbido se volvió más fuerte, ahora me siento más débil que antes.

 

—¡Por favor perdóneme! ¡Lo siento, lo siento mucho! —se tiró al suelo cerca de mis pies y comenzó a llorar—. ¡Le ruego que me perdone! Debí cuidarla, esas eran mis órdenes... —nuestras miradas se encontraron y su desesperación se hizo más grande—. Lo lamento... —gimoteó— ¡lo lamento!

 

No puedo hablar, es como si me huberan cocido la boca. Tampoco quiero estar entre la gente o en un espacio abierto, sólo quiero estar solo y poder permanecer en silencio. Empecé a caminar por el costado del chofer, quien aún llora en el suelo e implora por mi perdón. Lo dejé atrás sin sentir remordimiento y mi estado apático no abandonó mi figura. Deseo que nadie me moleste a partir de ahora... solo quiero volver a casa.

 

Ignoró cómo tuve la suficiente fuerza en los brazos para abrir la cerradura, siento ambos muy pesados. Cerré la puerta detrás de mí con suma torpeza; el nudo en la garganta aún vive. Me recargué en la madera con la vista en las grandes escaleras que tengo enfrente, luego llevé una mano a mis ojos y aguanté las ganas de llorar lo mejor que pude.

 

—Si te hubiera llamado, si te hubiera ido a buscar cuando no me contestaste... ¿por qué no lo hice?

 

La culpa empezó a llenar mi ser, mis fuerzas se fueron por completo, ya no puedo mantenerme de pie. El dolor de cabeza se volvió intenso de golpe, más que cualquier otra vez; no puedo lidiar con esto también, ¿por qué ahora?

 

Subí rápido a mi habitación para ir al baño y tomar las pastillas que están detrás del espejo, hace mucho que no recurro a una, pero ahora las necesito. Abrí la puerta del mismo, más no las encontré en su respectivo lugar. Busqué entre todos los medicamentos y tampoco.

 

—No, no, no... ¿dónde están? Estoy seguro de que las dejé aquí —busqué con desespero al tirar todos los frascos en el lavamanos.

 

Sufrí un mareo repentino y sin querer golpeé el espejo con la mano. Caí de rodillas al suelo y unos cuántos pedazos de vidrio se precipitaron a mi alrededor y encima de mí. Cerré los ojos con fuerza, me recargué en la pared, estiré una de mis piernas y eché la cabeza para atrás. Sentí la mano caliente instantes después, me corté con el espejo sin darme cuenta y por ende comencé a sangrar.

 

—Maldita sea... —exclamé en un suspiro lleno de fatiga.

 

Quiero vomitar, la cabeza me da vueltas y el dolor es peor que insoportable. No quiero volver a perder el conocimiento por esto, así que inicié un proceso de inhalaciones y exhalaciones con la intención de calmar el malestar. Escuché que el anillo se cayó de mi bolsa, giré lento la cabeza en su dirección sin dejar de respirar agitado. Lo miré con atención en silencio por algunos segundos y mis ojos se cristalizaron. ¿Cómo un vil objeto de metal es capaz de causarme tanto dolor emocional? Lo recogí con mi mano ensangrentada y lo estrujé lleno de impotencia. Apreté los dientes y una lágrima se desbordó por mi mejilla; la sangre chorreó por el costado de mi mano y el charco en el suelo se hizo más grande.

 

—¿Por qué?... —me levanté con esfuerzo y tomé una de las vendas que había junto a los medicamentos tirados, envolví la cortada, limpié el anillo bajo el chorro de agua helada y salí del baño—. ¿Por qué? ¿Por qué esto está pasando de nuevo?




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