Honest (editando)

Capítulo 47

Con la respiración más que agitada logré llegar a la casa y admito con pena que hasta este momento no pensé en lo más importante de toda esta odisea: ¿cómo rayos voy a entrar? 

—No hay que ser negativa, —pensé al mirar la puerta más cercana— quizás ésta está abierta. 

Giré la manija y, ¡oh vaya! Cerrado. Tenía que ser...  

Le di la vuelta a toda la casa con una ventana abierta en mente, más no hallé ninguna. ¡¿Por qué Alex es así?! ¿Qué le costaba dejar un acceso? Digo, no es seguro, pero me complica la vida con su responsabilidad. De algo estoy segura, no voy a romper un vidrio o chapa para lograr mi objetivo; lo último que quiero es asustarlo con un intento de atraco. Tengo que buscar otra forma de entrar, ¡no llegué hasta aquí para nada!


 
Un rato más tarde 



Quién diría que una casa tan grande pudiera ser tan segura al punto de parecer casi impenetrable. Sentada en la base de un árbol, miro su colosal tamaño sin ideas de cómo acceder por vntanas o puertas que estén a mi alcance. Igual y una ganzúa me hubiera servido, aunque no creo tener la habilidades necesarias para usarla con éxito.  
 
—Ya llevo mucho rato aquí... los chicos deben estar desesperados. ¿Qué me falta intentar? ¿La fe? ¿Un milagro? 

A veces creo que mi vida es una real comedia responsable del dolor de estómago de muchos... obvio lo digo por la risa, no por el asco. Miré al cielo por inercia de lo que dije, solo fue una tontería llena de inconsciencia y resultó ser la solución a mis problemas. Logré ver las cortinas bailarinas de un balcón abierto; ambas se ondean hacia el exterior con calma y plenitud. ¡Por fin un acceso! No es lo que esperaba, pero algo es algo. 

Por un momento pensé que debía buscar una escalera o soga en los alrededores para llegar a dicho lugar (acciones de típico juego gratuito para móviles), pero a pesar de mis pecados pasados puedo confirmar que la naturaleza me ama. Igual y no es tanto amor... pero que un árbol de suficiente altura tenga una de sus ramas muy cerca del balcón me parece demasiada suerte. Mejor no diré nada más y aprovecharé esta racha. 

Nunca he trepado un árbol en mi vida, pero para todo debe haber una primera vez, ¿no? Traté de explotar mis habilidades de chango a pasos cortos mientras subía poco a poco. Un par de veces estuve a nada de quedar como ardilla atropellada, pero logré aferrarme al tronco como gato erizado; cuantas referencias, Dios mío. Sospecho que no es un buen momento para descubrir que le tengo miedo a las alturas… 

Parezco un cien pies tratando de llegar a la orilla del balcón, ojalá ser igual de ligera que uno… El crujir de la rama donde estoy me puso en modo de alerta y ni me dejó tomar precauciones, ¡se trozó sin más! Tuve que dar un salto de fe y rodear uno de los gruesos barandales del balcón para evitar mi patética muerte. Cuelgo a casi siete metros de altura y escuchar cómo la rama impactó contra el suelo no ayuda para nada a mis nervios.  

—No mires abajo, no mires abajo… 

Logré subir en una pieza, no me di tiempo de descansar y entré al lugar. Ambos lados del pasillo están desiertos. 

—Ok, Sara, concéntrate. 

¿Dónde puede estar Alex? Hice un mapa mental de la casa (de lo poco que conozco de ella) y me dirigí a su habitación. Me asomé con cuidado por la puerta: la cama está desordenada y hay papeles por el piso. Bajé al salón donde se halla el jarrón gigante, es una pena... las flores están completamente marchitas. 

Después llegué a una oficina, más papeles tirados. Parece como si hubieran buscado algo con desesperación. 

Busqué por otros diez minutos sin éxito hasta que percibí un olor a cigarro en el aire, me dediqué al seguirlo. Primero lo tenía claro y luego perdía el rastro, parezco un sabueso muy indeciso. ¿En cuántos animales me he transformado hoy? 

En una de tantas olfateadas llegué a un largo pasillo ubicado en uno de los extremos de la casa, parece un ventanal. Justo en el centro hay una silla ubicada y sentado está Alex. ¡Por fin! Llevar al límite mis fosas nasales dio resultado. 

Parece que no se dio cuenta de mi presencia, pues no se inmutó ni dejó de fumar ante mi ruidoso silencio; mantiene su vista fija en el exterior, con la espalda totalmente recargada en el respaldo de la silla y una pierna apoyada sobre la otra. Lo noto… apagado, como en un estado mecánico de reposo. ¿Qué se supone que haga ahora? ¿Cómo inicio una conversación? 

Estuve a punto de anunciarme, cuando su voz me provocó un sobresalto: 

—¿Qué haces aquí? —preguntó con indiferencia, más de la que le creí capaz de expresar. 

Mi duda es, ¿siempre supo que estuve aquí, merodeando en la casa? Es una reacción muy seca para tal situación, “Hay alguien en la casa… algo de todos los días.”. Ni siquiera ha volteado a verme, cómo se nota que a pesar de estar ausente se percata de todo lo que pasa a su alrededor. Supongo que eso positivo 

—Yo... quería saber si te encontrabas bien. 
—¿Por qué no habría de estar bien? —dio otra calada sin mirarme. 
—¿No es obvio? No sabemos nada de ti, no contestas las llamadas, ni los mensajes. 
—¿Crees que tengo ganas de hablar con alguien? 
—No, pero... 
—¿Qué tan lejos es capaz de llegar la gente? —preguntó fuera de contexto, aunque con cierta frialdad. 
—Si lo dices porque entré aún con todo cerrado, yo... 
—No me interesa —interrumpió en seco. 
—Solo quería decir que no rompí ninguna ventana. Entré por el balcón, la puerta estaba abierta. 
—Te dije que no me interesa. 

Esto se volvió incómodo. Me acerqué a él y me paré a su lado con la intención de que una idea brillante llegara a mi cabeza. 

—El jardín se ve muy bien desde aquí —comenté simpática, no es del todo una mentira. 
—Ya debes irte, Sara. 
—¿Por qué? Apenas llegué. 
—Ya comprobaste que estoy bien, ya puedes irte —dio otra calada. 
—Pero... 

No tuve tiempo de nada, me miró de reojo con esos ojos vacíos que me hubiera gustado jamás conocer; no hay ninguna expresión en su rostro, da miedo y tristeza a la vez. Se mantuvo así por unos segundos y regresó su vista a la ventana. 

Por un momento olvidé mi misión inicial, debo abrir las puertas para que Josh entre con los otros. 

—Dime, ¿la entrada principal tiene alguna especie de seguro? 
—¿Aún sigues aquí? 
—Los chicos están preocupados, quieren verte. 
—Ve y diles que estoy bien, con eso basta. 
—Pero, les dije que les abriría… 
—¿Olvidas que esta es mi casa? Te dije que te fueras. 
—Queremos ayudarte, Alex, no tienes que lidiar con esto solo. 

Expulsó una última calada de humo, apagó el cigarro y se puso de pie, ¿acaso no me prestó atención? 

—No es bueno que estés solo, lo único que lograrás es empeorar las cosas —se acercó conmigo y apoyó una mano en mi hombro—. ¿Aceptarás mi ayuda? 
—Te lo voy a repetir una vez más y ojalá te entre en la cabeza… no puedes hacer nada. 
—¡Claro que puedo! 
—Nunca podrás entender cómo me siento en estos momentos, no comprendes lo que pasa en realidad. De nada me sirve que entres a mi casa a la fuerza e intentes animarme, solo pierdes tu tiempo y malgastas el mío. 
—¡No me importa el tiempo, me importa que estés bien! Podrías hacer el intento de explicarme cómo te sientes, hablar sobre tu problema. Si lo haces puedo ser de utilidad. 

Hubo un pequeño silencio, alejó su mano de mí y se giró con la intención de irse: 

—Mis problemas no te incumben.  

No puedo creerlo, ¡parece un zombie! ¡¿Cómo se despierta a un zombie?! 

—¿Te molesta que haya venido a verte? Lamento si te sientes acosado, pero en verdad estamos preocupados. Josh dijo que esta actitud no es propia de ti. 
—Mis acciones no pueden ser juzgadas como propias o impropias ante una situación o la actual.  

Su verdad fue un golpe bajo para mí, ¿quiénes somos nosotros para juzgarlo? Ya me perdí. ¿Somos los malos? 

—Entiendo que quieran ayudarme, de verdad aprecio su honesto interés, pero como ya te dije, no pueden hacer nada. Detesto lidiar con la gente cuando me siento mal, nada bueno sale de eso. Tus palabras de apoyo y buenas intenciones no me ayudan a salir adelante, solo me estancas más. La lástima no le sirve a nadie… 
—Eso no tiene sentido. 
—Muchas cosas no lo tienen y aún así suceden. Vete a casa, Sara —se dio la vuelta, empezó a caminar y encendió otro cigarro. 
—¡Espera! Las vacaciones casi acaban. 
—¿Y?  
—Prométeme que te veré de nuevo en la escuela. 

Creo que mi petición lo hizo despertar un poco, aunque su contención no fue lo que esperaba: 

—Tengo que volver aunque no quiera. 
 




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