Honest (editando)

Capítulo 49

Tras terminar de explorar los rincones de mi casa, salimos a pasear en el jardín, fue la parte que más insistió en ver. 

—Tomar el aire es de las cosas que más me gusta hacer —no le contesté por tener la vista pérdida en los horizontes, son tantos los pensamientos en mi cabeza que no puedo escuchar ni uno se ellos con claridad—. ¿Te sientes bien? —su tono de voz delató preocupación 
—Sí... solo pensaba. No es nada importante. 
—Dime, ¿aún hay algo con vida en este jardín? No veo ni una sola flor. 
—Me temo que no. 
—Los rosales eran hermosos, —comentó tras suspirar— solíamos jugar entre ellos… y también lastimarnos con las espinas. 
—Sí, recuerdo eso. 

No sé si solo soy yo, pero desde su llegada, no he visto que Abigail deje de sonreír. Obvio no como maniaca, siempre es una sonrisa suave y relajada. 

—¿No te cansas? 
—¿De qué? 
—De cumplir al pie de la letra con tus modales. No has quitado la sonrisa de tu rostro en ningún momento. 
—Oh, sonrío porque estoy feliz, no por seguir una normativa de etiqueta. 
—No te creo. No puedes estar feliz todo el tiempo… a menos que seas una psicópata. 
—Estoy feliz de estar aquí contigo —explicó entre risas—. Es cierto que tengo clases de modales, «siempre hay que ser elegante», «debes tener movimientos suaves», etcétera, pero tampoco debo ser una estatua con eso. 
—Sea como sea es muy molesto. 
—Un poco… lo rutinario llega a fastidiar, pero lo que importa es que nunca debes sonreír por compromiso. Debes hacerlo cuando te nazca. 
—Suena lógico. 
—Este lugar se veía más grande antes. Quiero creer que era porque éramos pequeños... ¿Me creerías si te dijera que tu casa es la más grande de todas? 
—Definitivamente no.  

¿Será un buen momento para resolver mis dudas respecto a la intrusión de esta mujer en mi hogar? Sigo sin entender cómo rayos logró pasar el enrejado. 


—Ahora que lo mencionas... ¿cómo entraste a la casa? —más directo no pude ser. 
—Es algo muy simple, te explico: cuando la sociedad de las siete familias se fundó, se acordó que cada casa tendría un rejado que protegería su interior y la llave sería la misma, como una llave maestra. La llave dorada es capaz de abrir todas las cerraduras de las siete casas, por lo menos las de la parte exterior. 
—Ya veo. Sabes más que yo respecto a todo esto, deberías hablarme más a fondo sobre eso algún día. 
—Ignoras muchos detalles debido a que tus padres no eran tan exigentes contigo, nunca te obligaron a formar parte de algo que no quisieras... Dime, ¿tienes amigos? ¿Puedo conocerlos? 


¿Trató de evitar el tema? Se toma enserio esto de no hacerme sentir mal con recuerdos. 

—No sé si sean de tu agrado. No son gente como la que conoces. 
—Eso no es motivo para creer que no me caerán bien. 
—Si es así, algún día te los presentaré. 
—Espero sea pronto —sonrió—. ¡Oh, por dios! 
—¿Qué pasa? 

Señaló un árbol que está al lado de uno de los balcones de la casa, una de sus ramas se trozó y está en el suelo. Nos acercamos para analizar de cerca la escena: 

—¿Qué habrá pasado?  
—No tengo idea... 
—Pobrecillo… —apoyó su mano sobre el tronco. 

Un viento fuerte no haría esto y no ha pasado nada escandaloso en estos días. ¿Pudo ser Sara la causante de esto? Recuerdo escucharla decir que entró por el balcón; es un desastre andante esa chica. 


—Tal vez alguien pueda hacer algo útil con la madera —sugirió Abigail como solución. 
—Después llamaré para que se la lleven. 
—¿Qué crees que haya sucedido? Es una rama muy grande. 
—No tiene sentido pensar en esto ahora —la tomé por la espalda y la llevé en otra dirección. Explicar lo sucedido con Sara no es algo que desee hacer ahora.  

Una vez dentro del hogar, llegamos al pasillo donde se encuentran los retratos familiares, incluida aquella donde estamos todos reunidos. La admiró con detenimiento: 

—Eras muy adorable de pequeño, una personita muy tierna. 
—No estoy acostumbrado a que digan eso de mí, usualmente es lo último que piensan cuando me ven. 
—Qué siniestro sonó eso —rio—. Mira esos cachetitos… dan ganas de apretarlos. ¿Recibiste nuestro presente? 
—Sí, se encuentra en el salón, pero… 
—¡Vayamos a verlo! —empezó a caminar a toda prisa. 
—¡No, espera! 

¿Cómo puede alcanzar tremenda velocidad con esos tacones? No logré alcanzarla hasta que ya estaba de pie frente al jarrón en completo silencio.  

—Abigail, déjame explicarte… 
—El siguiente color será turquesa. ¿Crees que contraste bien con el dorado? 
—¿Qué? No, no lo sé... 
—Tendremos que averiguarlo. 
—Creí que estabas enojada. 
—¿Por qué?  
—Por las flores... se marchitaron. 
—Todas las flores se marchitan en determinado momento, no es tu culpa que pasara —leyó el gesto en mi rostro—. Nada es para siempre. 

Bendita frase, ¿cuántas veces he tenido la oportunidad de confirmarla? 

—No te gustan las flores, ¿verdad? ¿Me puedes decir el por qué? 
—Solo... me cansé de ellas, en especial de las blancas. Me recuerdan a los funerales… estoy cansado de ellos. La única razón por la que conservé ese jarrón fue por Ana, a diferencia de mí le encantaban las flores. Ella era la que las mantenía vivas, pero al irse ella murieron. 
—Puedes poner más, incluso de otro color que no sea el blanco. 
—¿Para qué? Nadie las va a cuidar. 
—Qué muchacho… 
—Lo siento, no era mi intención ofenderte. No desprecio el regalo, solo... 
—No tienes que darme explicaciones, Alex, nosotros somos los que debemos pedirte disculpas. 

Escuchar eso obvio me causó impresión. Ella no me debe nada, ¿a qué se refiere?  

—Estábamos atónitos tras recibir la noticia, pero teníamos órdenes. Todos queríamos venir a ayudarte y... —lagrimeó— se nos partió el corazón cuando supimos que te encargaste de todo tú solo. Las responsabilidades que te llegaron, la impotencia... —no le permití seguir y la abracé, si no se detiene voy a recaer otra vez—. Lamento que hayas tenido que pasar por todo esto, Alex. No puedo comprender cómo has llegado tan lejos. 
—No quiero que sientas lastima por mí. 
—No es eso —se limpió los ojos—, solo me pongo en tu lugar, todos estos días deben haber sido un infierno para ti... Eres increíble —sonrió orgullosa. 

“Increíble”, esa palabra resonó en mi cabeza y me transportó a buenos días. Por extraño que parezca, no sentí dolor tras ver el pasado, eso fue… reconfortante.    

Creí que los rumores mentían, pero ahora me doy cuenta de que no: los buenos recuerdos salvan vidas. 
 




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.