Honest (editando)

Capítulo 52

Sara 
 


Después de pasar a comer con Paola en un restaurante de la ciudad fui a casa; no puedo sacarme de la cabeza lo que había visto. ¿Quién era esa mujer? Quizás sea su hermana o... ¿su amiga? ¿Será su novia? Espera... ¿por qué me pongo triste? Alex y yo solo somos amigos, aunque se veía muy feliz al lado de esa chica... 

Mi corazón late muy rápido y mis mejillas se calentaron, me aventé en la cama y abracé mi almohada con fuerza. ¿Qué me sucede? Tengo ganas de llorar y no sé por qué. Malditas hormonas... 

Ella es más bonita que yo, aparenta ser alguien de clase alta y por lo que veo se lleva muy bien con él... ¿Por qué estoy pensando en esto? ¿Por qué me importa tanto? Será mejor dormir, igual y mañana habré olvidado todo. 



Al otro día 

Alex 



¿Dónde estoy? Todo está oscuro, no puedo ver nada. Me puse de pie y empecé a caminar con las manos extendidas, así seré capaz de sentir lo que hay a mi alrededor… si es que hay algo. 

Segundos después tropecé con algo que no alcancé a distinguir. Logré poner las manos a tiempo para no terminar como árbol talado y fue entonces que sentí un líquido espeso en el suelo. Es caliente, pero no llega a quemar.  
No tuve tiempo de cuestionarme cuando un reflector se encendió encima de mí y al mismo tiempo comencé a escuchar mi nombre en susurros a mis espaldas. Por más que busco el origen no lo encuentro, todo está desierto y grisáceo. Al menos así fue al inicio, pues sin aviso ni motivo, la luz se volvió cegadora, lastimó mi visión por leves instantes.  

Usar solo el sentido del oído para comprender lo que ocurre es inútil, menos mal el tacto vino a mejorar mi estado… o a empeorarlo. Una mano se posó sobre mi hombro en señal de llamado, es la misma sensación de aquel día en el cementerio. Voltee y encontré a mi segunda madre detrás de mí. 

—¡Ana! —me levanté rápido y la abracé con todas mi fuerzas. No entendí hasta ahora lo mucho que deseaba hacerlo—. Estás bien… me alegro de que estés aquí. 
—Tú... —un disparó retumbó muy cerca de nosotros. Me separé de ella y lo primero que vi fue su frente con una herida de bala—. Tú me mataste —sangre chorreó en un hilo por su rostro. 
—No... —comencé a retroceder, todo mi cuerpo se volvió débil y empezó a temblar. 
—Tú me mataste. No volviste para ayudarme, Alex... ¿por qué no volviste? 

Mi respiración delató el terror de mi conciencia. Aquello que me atormentó noche tras noche quería volver a hacerlo. Intenté excusarme, explicar que de haberlo sabido no la hubiera dejado sola, entonces su mano señaló aquello por lo que en realidad me reclamaba. Seguí la dirección de su dedo tembloroso y llegué hasta mis manos… sostengo un arma con la izquierda y ambas están llenas de sangre. No me quedó aire ni para gritar horrorizado. 

—¡Tú me mataste! —comenzó a llorar desconsolada, con el corazón roto. 
—¡No! —arrojé la pistola lejos y traté de limpiar mis manos, pero fue imposible. 

Como último recurso quise volver a ella, darle otro abrazo e implorar perdón, pero una fuerte ventisca azotó todo y se la llevó. Terminé tirado en el suelo, solo de nuevo.  

—No... —intenté incorporarme, ir en contra de la fuerza descomunal del viento— yo no lo hice...  

Las voces en mi cabeza tomaron tal volumen que me ensordecieron, comenzaron a causar dolor interno. Ignoré la lógica, cubrí mis oídos y terminé en posición fetal. Como si eso hubiera sido malo, se me castigó aún peor. El aturdimiento se convirtió en locura: mis tímpanos van a explotar, el aire quiso arrasar con lo que quedaba de mí y mis cuerdas vocales de vieron forzadas debido al grito que dejé salir desesperado. 


Tal y como pensé no duré mucho, desperté de golpe en mi cama, con la frente llena de sudor y mi cuerpo frío. Mis pulmones agitados dejan entrar y salir aire caliente, obvio miré a mi alrededor por instinto… estoy en mi habitación. Todo este teatro fue obra de una estúpida pesadilla. Cubrí mi cara con ambas manos y puse todas las cosas de mi cabeza en su lugar. Realidad, tranquilidad; ¿qué demonios fue eso? 

—¿Señor, Alex? —preguntó Alfred después de tocar la puerta, punto extra para mi inestabilidad. 
—¿Sí? —respondí con cierta decepción. 
—Le traigo su desayuno. 
—Oh, sí. Adelante. 

No sé por qué esperaba oír la voz de Ana detrás de esa puerta, volver a distinguir su figura. Alfred entró para hacer su labor de acomodo en completo silencio, es la primera vez que apreciaría un poco de charla amistosa. 

—¿Señor? ¿Se encuentra bien? Lo veo muy pálido. 
—No es nada, estoy bien —volteé la vista a otro lado. 
—De acuerdo. Con su permiso —se inclinó y salió de la habitación, sin insistencias, sin rodeos, sin más. 

Jamás pensé que la cortesía y educación llegarían a hacerme sentir incómodo. Tomé lugar frente a la mesa solo para analizar lo que había encima: una flor en un pequeño vaso de agua y al lado los alimentos resguardados con domos metálicos. Mis ojos le dieron prioridad a la flor, verla me hizo recordar esos días donde Ana me preguntaba a través de la puerta si quería algo para desayunar. La mayoría de esas veces me negué… y ahora me arrepiento de haberlo hecho. 

—Ojalá siguieras aquí... 

La extraño: extraño que me pregunte si quiero desayunar, verla dar brinquitos de emoción por escuchar mi afirmación o por cualquier otra cosa que la hiciera feliz, comer con ella, verla en la entrada de la casa antes de salir y al volver. Notar su simple presencia que me daba tanta paz sin saberlo. 

Una lágrima se deslizó por mi mejilla, concentré toda mi frustración en la presión que ejercí sobre el respaldo de la silla. Tienen razón al decir que uno no valora lo que tiene hasta que lo pierde.  

—Maldita sea, ¿por qué no regresé ese día? 

Soy incapaz de desechar el sentimiento de culpa que abunda en mi cabeza, pero ya no tengo tiempo para intentarlo de nuevo. Hay cosas por hacer. Limpié mi lágrima y apreté mis ojos para volver en mí. Terminé el desayuno, me refresqué y bajé para ver a Abigail. 

Una vez abajo, la encontré en la puerta frente a dos hombres musculosos. Son grandes, de traje y llevan lentes oscuros. Abigail los saludó con besos en las mejillas y los tipos no se movieron ni un centímetro; tuvo que estirarse para alcanzar sus rostros. 

—¿Qué es todo esto, Abigail? ¿Quiénes son ellos? —me invité al grupo sin permiso. 
—¡Alex! Buenos días —saludó sonriente—. Déjame presentártelos: él es 22 y él es 24, son mis guardaespaldas personales. 
—¿Guardaespaldas...? 
—Es un honor conocerlo, señor Blake —dijo 22 al estirar su mano conmigo. 
—Igualmente... 

Ignorar el pesado y firme agarre de este sujeto es imposible; no son principiantes, puedo sentirlo. 

—De ahora en adelante nosotros nos encargaremos de su seguridad y la de la señorita Abigail —me explicó 24 a la brevedad. 
—Señores, síganme por favor —pidió Alfred para escoltarlos al salón. 

Por alguna razón no pude quitarles la vista de encima hasta que desaparecieron, son pocas las veces en las que he presenciado una energía tan imponente como la de ellos. Y ya que toco el tema, es un buen momento para averiguar por qué hay dos fortachones en mi casa. 

—¿No son encantadores? —la alegría de Abigail se desborda por todos lados. 
—Yo diría atemorizantes… ¿por qué 22 y 24? 
—Es su número clave, para proteger su identidad. 
—Oh… ¿y qué hacen aquí? 
—Yo los llamé. 
—Se trata de la llamada que hiciste ayer, ¿cierto? Qué rápido llegaron. Y… ¿para qué los llamaste? 
—Para que nos cuiden. Ayer te veías muy preocupado cuando mencionaste el tema de la seguridad; yo no seré una carga para ti o una distracción. Quiero que puedas concentrarte en el plan sin más preocupaciones innecesarias.  

Esta mujer piensa en todo… ¿gracias es la palabra correcto? 

—Supongo que está bien. Si tú estás protegida, mi mente puede estar en paz. 
—¿De qué hablas? No seré egoísta con esto, tú tendrás a 22 contigo y yo a 24. No andarás solo nunca más. 
—¿Qué? No tendré un guardaespaldas a mi servicio, yo... nunca he tenido uno. 
—No te preocupes, son invisibles cuando hacen su trabajo, son profesionales. 
—No lo dudo... 
—Anda, tenemos mucho que hacer. Prometo que los conocerás mejor después. 
 




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