Honest (editando)

Capítulo 59

El cuarteto siguió a su presa por otros tres lugares más, uno de ellos era una tienda de electrónica, otro un supermercado y por último una tienda de videojuegos. Finalmente fueron a dar a un parque durante el atardecer; se escondieron detrás de un arbusto sobre la hierba y acechan al enemigo con crepas en mano. Frank bebió de su sorbete feliz, no le importaba meterse mucho a la presente conversación: 

—No entiendo...— dijo Carl hastiado—. No puedo sacar una conclusión, no hay relación en nada. 
—Yo digo que tienen gustos especiales —Thomas también estaba cansado de pensar. 
—Qué raro que no pasaran a una Sex Shop —fue el mejor aporte de Frank. 
—Carl, repíteme qué cosas compraron —pidió Fred con la esperanza de armar el rompecabezas. 
—Bien: primero, en la tienda de licores, compraron vino, en la tienda de electrónica... 
—No tenemos nada, ¿verdad? —cuestionó con obviedad ante el breve silencio. 
—Tal vez tendríamos algo si alguien no se hubiera puesto a jugar con el micrófono —reclamó Thomas. 

Frank notó el odio de sus compañeros, pero solo se limitó a reír divertido y continuar con el disfrute de su sorbete. Su indiferencia hizo explotar a Fred: 

—¡Nos sacaron de la tienda por tu culpa! 
—¿Qué querías que hiciera? La oportunidad me lo pedía gritos. 



Momentos antes en la tienda de electrónica 

 


—¡Mira! —señaló Frank la habitación de monitoreo justo en la entrada de la tienda. La puerta estaba abierta y no había nadie cerca. 
—No tenemos tiempo para eso —Thomas ignoró su emoción—. Hay que encontrar a ese par para tener más pistas. Vamos, por aquí. 

Después de un trato de buscar sin éxito se detuvieron en medio del lugar. La posición se prestaba para tener un mejor alcance visual: 

—Frank, tú que tienes mejor vista, ¿los ves? —no hubo respuesta—. ¿Frank? 
—¡Frank! —exclamó Fred cuando no lo vio con el grupo. Habían perdido a su niño pequeño… o quizás no. 

El altavoz de la tienda comenzó a hacer ruidos extraños de preparación, luego vino la vibrante voz masculina: 

—Probando, uno, dos, tres —los tres no tardaron en reconocer a su amigo, preguntándose que rayos se traía entre manos—. 
—Atención, atención— imitó una voz femenina—: a todos los compradores, les recordamos que los huérfanos tienen un descuento en el papel sanitario de marca "Familia", repito, descuentos en la marca “Familia”.  
—Estamos en una tienda de electrónica —dijo Fred mientras todo mundo (al igual que él) miraba los parlantes sin comprender nada.  
—Hay que ir por ese idiota antes de qué… 
—¡Hey, usted! ¿Qué hace? —una nueva voz se unió a la “transmisión”—. ¿Quién es usted? No puede estar aquí. 
—¡Soy tu jefe! Y puedo estar en donde se me dé la regalada gana, hijo de la... 

Ojalá la discusión no hubiera sido escuchada por todo mundo. Los chicos sentían pena ajena, aún cuando nadie sabía que “el chistoso” era uno de ellos. 

—No debí compartirle de mis galletas —Thomas tenía razón, el alcohol puede llegar a sacar lo peor de alguien. 
—¡Hey! Deje ahí, es mi micrófono —el parlante estalló de nuevo entre claros forcejeos. 
—No nos haga llamar a seguridad. Salga de la habitación ahora mismo. 
—¡Tú y tu seguridad pueden irse a la... 
—¿Qué hacemos? —preguntó Thomas angustiado de que todo escalara a más. Lástima por él y los otros, las buenas ideas llegan cuando ya es demasiado tarde. 
—Tres contra uno, ¿no? Vamos, viejo, muéstrame lo que tienes... no me da miedo tu linterna. 

Un choque eléctrico cortó toda comunicación. Todo mundo se quedó estático por un momento. 

—Muy bien, ¿ahora qué sigue? —la pregunta de Fred se contestó sola, pues varios policías que los vieron en cámaras llegaron a la conclusión (gracias a sus vestimentas) de que venían en grupo junto con Frank. No podían arriesgarse a otro alboroto, así que tan pronto los alcanzaron, se lanzaron encima de ellos. 


Ninguno tuvo oportunidad de escapar. La visita a la tienda de electrónica terminó más pronto de lo esperado. 



Volviendo al presente



—Fue divertido, admítelo —pidió Frank a Fred para quitarle la mala cara que cargaba. 
—¡Ahora no sabemos qué compraron ahí! —protestó Carl por los tres—. Sin mencionar lo sucios que quedamos gracias a que nos arrojaron fuera de la tienda. ¡Mira! Hasta mi bigote tiene tierra.  
—Dejen sus lloriqueos, yo soy el que tiene la nalga hinchada por la descarga que me dieron. 
—Y sí, —afirmó Thomas al echar un vistazo— no ha bajado la inflamación... 

No hubo más remedio que limitarse a las pocas pistas que lograron recolectar en lo que restó del paseo. Botanas en el supermercado que posiblemente sean para evitar que el alcohol llegue rápido al intestino delgado fue su mejor sospecha para el siguiente lugar, más porque Frank no dejaba de interrumpir: 

—Oigan, ¿ya me pueden quitar esto? —señaló la correa en su cuello. 
—La compramos para que dejes de hacer tonterías —explicó Carl con la intención de hacerlo callar. 
—Pero está muy apretada. Además, no va con el disfraz de detective. 
—Tu trasero hinchado tampoco, pero no podemos hacer nada. 

El insulto hizo que Frank se ofendiera: frunció el gesto, se volteó y bebió más de su sorbete a solas. Quién diría que un trasero grande sería objeto de burlas. 

—¿Qué compraron en el último lugar? —preguntó Fred con sus últimas esperanzas. 
—Fue una tienda de videojuegos. 
—¿Qué clase de fantasía quieren hacer realidad estos dos? 
—¿Siguen con su charla en esa banca? —tras asomarse, se le confirmó la sospecha—. ¿Qué procede? 
—Yo digo que lo enfrentemos y le arruinemos la "fiesta" —sugirió Frank de mejor humor; los problemas lo emocionan. 
—No podemos dejar que nos quiten a Josh... 

Un momento melancólico y doliente se apoderó de ese pequeño círculo. Un mezcla entre molestia y miedo quiere hacer tambalear los pilares de confianza de estos cuatro, menos mal el coraje del líder los hizo ser firmes: 

—No, no dejaremos que pase. 

Mientras tanto, con un humor completamente diferente, Josh y Paola conversan durante su reposo en esa banca metálica: 

—Qué día… —suspiró él al estirarse— y lo que falta. Espero salir vivo.  
—Ya sabes, el cuidado y la protección es lo primero. 
—¿Para qué protección? ¿Cómo crees que acaban esos momentos? 
—Pues la última vez... no me acuerdo de mucho, pero se ve que eres de los que acaban en el suelo. 
—No creo llegar a tanto —rio ante tal ofensa amistosa. 
—Por si las dudas ponle seguro a la puerta. 
—Eso sin duda. 

Paola abrió su bolsa en busca de algo, una pelotita cayó y rodó por el piso sin control: 

—Demonios... 
—¿Qué pasa? 
—Es mi bálsamo, odio su empaque veloz… Iré por él. 

Detrás del arbusto las vibras cada vez se hicieron más pesadas. De milagro la hierba no se marchitó. 

—Bueno, podemos concluir que se trata de una noche de pasión, ¿no? —explicó Carl concentrado en sus apuntes—. Los tiples, los apodos nuevos… no sé para qué sean los videojuegos, pero no se me ocurre que sea otra cosa. 

El instinto de los cuatro los llevó a detectar la bolita de plástico que rodaba a su costado pavimentado. Fred no la dejó ir y al enseñó al resto. 

—¿Dónde está? —la voz femenina se acercó peligrosamente a ellos. 

Paola buscaba entre los límites de la hierba, entonces los notó detrás de ese arbusto. Parpadeos intercalados por parte de ellos fueron el único movimiento corporal en el sitio. El presente silencio muy pronto se rompería como cristal herido por una bala. 

Josh esperaba paciente en la banca, relajado gracias a los sonidos de la naturaleza, hasta que escuchó a su compañera gritar asustada. Igual que macho protector se levantó de inmediato y fue hasta ella: 

—No grites… —rogó Fred sin éxito. 
—¿Qué ocurre? —preguntó Josh al llegar alerta.  

Paola lo abrazó en busca de protección, mientras que los chicos se enfrentaban a su peor miedo, al menos en este día. No pudieron haber llegado tan lejos para nada.  

—Unos vagabundos —tembló ella en sus brazos. 

¿Qué tan feos debían ser esos hombres para haberla hecho gritar de tal manera? Josh volteó con ellos en busca de una respuesta, pero ninguno se atrevió a dar la cara. 

—N-no somos vagabundos, señorita —dijo Thomas al cambiar su tono de voz al que ocuparía un francés con dedos perspicaces—, somos detectives y venimos desde la mismísima Francia. 
Oui —completó Carl para añadir realismo. 
—Me parece que esto es suyo —Fred estiró el bálsamo aún en estado encubierto. 

Josh analizó a los supuestos detectives de pies a cabeza, nada de esto le parecía lógico. Algo llamó su atención en ellos que lo mantuvo pensante, hasta que al final sonrió. Fin del juego. 

—No parecen detectives —dijo ella dudosa, no planeaba aceptar el gentil gesto de aquel hombre que le devolvía el bálsamo. 
—Claro que son detectives, Paola —explicó sin borrar su sonrisa—. Presta atención a su vestuario —por un momento los chicos se sintieron a salvo, aunque no lo estaban—. Esas etiquetas de la tienda de disfraces en el saco también lo demuestran. 

Fred reaccionó alarmado, se olvidó de preservar su anonimato y rebuscó en su saco hasta que encontró dicha etiqueta:  

—¡Sacrebleu! Esto... no es mío, seguramente se me pegó —movió su bigote simpático. 

Un poco de tierra se levantó e hizo estornudar a Frank. Los chicos dieron un sobresalto por el gesto, pero después se quedaron completamente pálidos en cuanto vieron a su compañero. 

—Se dice salud —reclamó molesto. Los demás le hicieron señas para que tocara su rostro, el bigote se había movido de lugar... a su barbilla. No hay modo efectivo de explicar esto, ¿o sí?—. El aire es muy fuerte en esta ciudad, hasta me movió el bigote de lugar —rio sofisticado y con elegancia. 

Los demás disimularon y lo imitaron, lástima que su teatro ya no tenía salvación. Paola se acercó y le arrancó el bigote sin piedad. Una marca más para ese rostro: 

—¡¿Qué tienen ustedes con arrancarme el bigote de la cara?! Duele horrible. 

Mientras Paola trata de comprender lo que sucede, Josh observa a sus amigos enternecido. La señorita hizo que el resto de detectives descubrieran sus rostros, ninguno pudo ocultar su vergüenza más.  

—Creí que estaban en su casa, chicos. ¿Qué hacen aquí? —preguntó Josh alegre. 
—¿Eso mismo queremos saber nosotros? —replicó Fred sin compartir la emoción positiva—. Ustedes dos tienen muchas cosas que explicar. 
—¿Explicar qué? Dime que esto no es cosa tuya, Josh —pidió Paola. 
—No tengo nada que ver. 
—¡Vaya, el mentiroso habló! —reclamó Frank resentido. 

Josh es el más desconcertado de todos, ¿cómo es que al estar feliz él sus amigos están tan molestos? ¿De dónde salió todo el mal humor? 

—¿Perdón? —quiso mantener su buena cara, aún con tantas malas vibras atacándolo.  
—Sin vergüenza —agregó Carl—. Mínimo ten los pantalones para admitir lo que está pasando. 
—¿Qué les pasa, chicos? 
—¿Que qué nos pasa? ¡¿Que qué nos pasa?! —replicó Thomas—. Agárrenme que lo... 
—No comprendo. 

Los cuatro se incorporaron, han perdido todo su vergüenza y timidez. Quién sabe qué pasó durante este pequeño rato que los hizo ganar valor. 

—¿Cuándo nos ibas a decir que Paola era tu novia? ¡Descarado! —exclamó Fred con ganas de hacer algo en contra de su líder y gran amigo. 
—¿Qué?  
—No te hagas, sabes de lo que hablamos —insistió Frank. 
—Creo que hay una confusión en todo esto —sonrió nervioso. 
—No vas a salir de esta tan fácil, te seguimos después de la escuela. Sabemos lo que han hecho todo el día. 

Josh volvió a sonreír, pero esta vez ahogó una risa durante el proceso. La evidente burla quiso hacer explotar a los chicos, pero mantuvieron la compostura. 

—¿De qué te ríes? Hablamos sobre algo serio —preguntó Thomas por todos. 
—Lo siento... no puedo tomarme esto en serio si tienen unos bigotes de utilería en la cara —con esto hizo que se los quitaran, ahora sí se puede mantener la seriedad—. Chicos, no trato de ser grosero, pero no entiendo a qué viene todo esto. 
—Yo tampoco —añadió Paola. 
—¡Tú ni hables! —reclamó Carl, casi le escupió en la exclamación, pero nada salió de su boca además de tal desconcierto—. Te lo dijimos, vas a tener que pelear con nosotros si quieres quedarte a Josh. 
—Otra vez... 

La declaración de los chicos le dio una pequeña idea a Josh de qué es lo que ocurría; con solo reclamos sin fundamentos le era imposible saber cuál era su error. Dentro de su cabeza, lo único que había hecho en el día era ir de compras, ¿quién reclamaría por eso? Paola quiso explicar con sus palabras el motivo que le dio rienda suelta a las emociones negativas, pero los chicos se aferraron a no dejarla hablar: 

—No nos vamos a dejar tan fácil, esto es la guerra —Thomas quiso adaptar un nuevo papel de comandante, se le da bien. 
—¿De qué hablan? ¿Quién se va a quedar con quién? —Josh interrumpió el torbellino de poder. 
—Sabemos que estaban en una cita y no vamos a dejar que ella se salga con la suya —señaló Frank como si su mano fuera una afilada espada. Nada de esto intimidó a Paola, solo era un teatro infantil más. 
—¿Cita? 




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