Después de la rigurosa charla con el detective decidí visitar a Roberto en el instituto, no solo por algo rutinario o relacionado al ocio, debo ponerlo al tanto de todo. No es que me preocupe qué quiera decir (confío en su palabra), solo siento que es lo correcto. Él es uno de nosotros.
Existe un periodo de tiempo donde no hay alumnos en la escuela, solo profesores; no es exactamente un ambiente tranquilo, pero es apropiado para citar a Roberto en algún lugar seguro donde pueda hablar con él a solas. No voy a tratar el tema actual en la zona de guerra, no necesito explicar por qué, ¿verdad?
Creí que este momento nunca llegaría, el día en el que solicito los servicios del chofer familiar. Si soy sincero, prefiero caminar y disfrutar un poco del aire fresco, pero ahora que 22 va a todos lados conmigo sin excepción (y después de lo que sucedió con esa chica) prefiero evitarme molestias. Las caminatas son placenteras para mí cuando voy solo y por más profesional que sea este hombre, no puedo solo ignorarlo. Por otro lado, no sé qué llame más la atención, tener a un guardaespaldas detrás tuyo o trasladarte en un auto formal todo el tiempo. Parece que la vida no quiere que pase desapercibido en ningún momento, todas las cartas siempre están en contra de uno…
No fue un trayecto largo de la mansión a la escuela, no hubo paradas o tráfico en las calles, pero por algún motivo sentí el trayecto eterno. Y pensar que una maquinaría como esta fue uno de los factores que comenzó mi martirio… un viaje en auto.
Finalmente llegamos. Abrí la puerta de mi lado y cuando saqué la cabeza, 22 ya estaba frente a mí. No solo es silencioso, es rápido como el demonio; si fuera un depredador estoy seguro de que nunca se quedaría con hambre.
—Quédate aquí y cuida al chofer. No tardaré —ordené como ya se me había hecho costumbre, sin embargo, esta vez no se me ofreció la misma lealtad que antes.
—Mi deber es cuidarlo a usted.
Al día de hoy uno de mis mayores miedos es que lastimen a la gente a mi alrededor, me preocupo más por eso que por mí mismo, ¿eso es normal?
—No te pregunté cuál es tu deber… —intenté pasar por su costado, pero me detuvo.
—Señor Blake, mi prioridad es usted, no un chofer. Tengo órdenes de mantenerlo a salvo.
—Solo voy a hablar con un amigo.
—No se encuentra en posición de confiar. Cualquier orden que vaya en contra de protegerlo o descuidarlo por un instante no será acatada.
No me dan ganas de discutir con un fortachón sobre el tema, sospecho que hará lo que quiera o “considere apropiado” sin importar mi opinión; ojalá hubiera hablado sobre esto con Abigail, seguro me hubiera escuchado. Sé que esta sobreprotección es parte del plan, he tratado de adaptarme a este estilo de vida igual que Abigail (ni idea de cómo lo soporta), pero cada vez es más molesto y complicado. Nunca me ha agradado el concepto de un guardaespaldas (lo repetiré hasta el cansancio) y si no tolero eso, menos una realidad donde tenga que convivir con ello. Nadie me saca la idea de la cabeza de que seas quién seas, no es cómodo tener a alguien detrás de ti todo el tiempo. Ana entendía eso, apoyaba mi manera de pensar, por eso se convirtió en mi compañía perfecta; me agradaba mucho que supiera respetar mi espacio, ¿es mucho pedir eso en alguien más?
Resignado, me dirigí a la cabina donde el guardia de seguridad está destinado a reposar, el segundo hogar de Roberto según sus palabras. La ventanilla estaba cerrada, pero escuché el sonido de una televisión dentro… es algo raro. ¿Un rato de descanso? Desde que llegué a este instituto, nunca he visto a este hombre disfrutar de la televisión. Es más del tipo que se entera de lo que pasa en el mundo a través de periódicos, libros o incluso la radio. Igual y no es nada, todos somos propensos al cambio. Toqué la ventana, el volumen disminuyó y se abrió; las incoherencias no dejan de aparecer. Un policía de quizás treinta y tantos es quién está en el puesto, ¿es un compañero nuevo?
—¿Qué necesitas? —me preguntó sin muchas ganas de atenderme, no quiere perderse lo que sea que ve en la televisión.
—Buenas tardes. Busco al guardia Roberto.
—No conozco a nadie con ese nombre. ¿Eres estudiante de esta escuela? ¿Tienes cita con algún profesor? —revisó un pequeño cuaderno de registro.
—No, quiero decir… sí. Ya le dije por qué estoy aquí.
—No hay ningún miembro en la seguridad escolar con ese nombre. Si no tienes ninguna cita programada, te voy a pedir que te retires.
No me permitió protestar más y cerró la ventanilla en mi cara. Si fuera cualquier otra persona me sentiría ofendido, pero esto solo me causa preocupación. ¿Qué está pasando? ¿Roberto no existe? ¿Es lo que tratan de decirme?
—Eres un guardaespaldas, no un golpeador —dije cuando vi por el rabillo del ojo que 22 estaba más que dispuesto a enseñarle modales al guardia. Al menos esta vez sí me obedeció—. Volvamos al coche.
Di la orden de ir a casa y el coche comenzó a andar sin más. La entrada de la escuela se alejó conforme a nuestro movimiento; esto debe ser una broma. Me ausenté por un tiempo y ahora Roberto no está. No es posible que lo hayan despedido, no pueden hacerlo… ¿le habrá pasado algo? ¿Tendrá un nuevo horario? ¿Un sustituto?
Estas son las consecuencias de tomarme las cosas con calma. Con esto solo refuerzo la idea de que necesito estar al tanto de todos los que me rodean sin descanso o pausas. Aún hay modo de quitarme esta incertidumbre de encima; si los que están en el instituto no me dan respuestas, yo las buscaré por mis propios medios.
—¿Qué pasa, Alex? —llamar a Josh fue lo mejor que se me ocurrió, puedo confiar en su presencia y atención en cualquier sitio.
—Hola, lamento llamar a esta hora.
—Vamos, deja las formalidades conmigo, aún es temprano. ¿Qué sucede? ¿Todo bien?
—No del todo. ¿Sabes algo de Roberto? Sé que sonará obvia la pregunta, pero vine a la escuela, hay un policía nuevo y me dijo que no conoce a nadie con ese nombre.
—¿Qué no se supone que no pueden reemplazar a Roberto? Tampoco despedirlo... la última vez que lo vi fue un día antes de que fuera a hablar contigo. Después de tal día, solo se han presentado profesores en la entrada. Dijeron que se trataba de un nuevo protocolo para conectarse con los alumnos; ahora que lo pienso no he al hombre por ningún lado —mi preocupación logró contagiarlo.
Seguir con la conversación fue complicado, algo de vidrio se estrelló del lado de Josh. No tuve que hacer preguntas, la bocina me dio respuestas sola:
—Muy bien, genio, tiraste mi botella —reclamó Fred—, ahora parece que me oriné en el suelo.
—Esa es la cuarta en el día… —Josh se escucha decepcionado, caso contrario a mí.
—Los chicos… —no me puede venir mejor su presencia, son ocho ojos y orejas más—, ¿puedes preguntarles sobre el tema?
—Dame un segundo. ¿Chicos? ¿Saben algo sobre...
—¿Con quién hablas? —interrumpió Carl con sumo disgusto. No les gusta perder su atención durante sus reuniones—. No nos salgas con que es Paola.
—No, es Alex —contestó Josh—. Quiere saber si...
—¡Bicolor! —gritaron todos extasiados.
Por el ruido asumí que le quitaron el teléfono sin preguntar y forcejearon entre ellos para tener el “privilegio” de ser el primero en saludarme, o al menos eso logré escuchar. A pesar de ser tan unidos les cuesta mantener un orden.
—¡Qué onda! —gritó Frank—. Años sin saber de ti.
—¿Qué pasa? ¿Por qué no has ido a la escuela? —preguntó Carl con esfuerzo, la lucha debe ser dura.
—He estado ocupa...
—¿Qué te importa? —interrumpió Thomas con el fin de darle una lección a su amigo—. Deja de meterte en su vida. No seas chismoso.
—Chicos... —llamé, pero me ignoraron por completo… eso o no me escucharon.
—Solo quería saber cómo estaba —explicó Carl—. Por lo menos yo pregunto, ¿qué clase de amigos son ustedes? Ni un poco de interés muestran.
—Chicos...
—Tenemos mucho interés por él, pero no somos unos entrometidos. Además, somos unos muy buenos amigos, le damos cigarros y alcohol sin ningún impedimento. Conclusión, somos los buenos —más orgulloso no puede sonar.
—Yo también le doy cosas, es más, él me dice rana y yo salto.
—Una botella de la tienda no cuenta —espetó Fred.
—¡No era de la tienda!
Empezaron a discutir sobre el tema de quién es mi mejor amigo, es más que obvio que aunque levante la voz no me harán el menor caso; no tengo voz ni voto en esta conversación. Pensé en colgar y llamar en otro momento (se escuchan tensos), pero lo veo como una falta de respeto ya que se tomaron la molestia de iniciar esta discusión y sacar al aire mis peores vergüenzas. Según ellos, me hace sentir muy orgulloso que me hayan ayudado durante situaciones comprometedoras durante mi asistencia al instituto, momentos que no pienso mencionar por el respeto a mi dignidad. Si los conozco bien, durarán así un par de minutos, si es que Josh no logra calmarlos antes.
—Alex quiere preguntarles algo —gracias—. Pongan atención y después discuten.
—Por ahí hubieran empezado —reclamó Fred—. Luego los descorteses y maleducados somos nosotros… ¿Qué pasa, Alex?
—¿Saben algo de Roberto?
Me sentí aliviado de al fin poder revelar mi duda, pero no me ayudó mucho notar el silencio de todos. Por un momento me asusté de pensar que tampoco tenían una respuesta, luego caí en cuenta de que hablo con ellos y supe que no se callaron por eso:
—Es el policía de la escuela —simplifiqué el nombre con cierta decepción. Ahora saben de quién hablo, sonidos de iluminación acapararon la bocina.
—La última vez que lo vimos fue un día antes de discutir con Paola —explicó Fred—. El enemigo… —susurró con malicia—. Fuera de eso no sabemos más, lo siento.
—¿Por qué no le preguntas a Sara? —sugirió Carl.
Al inicio no me sonó para nada lógico su consejo, luego lo medité y le encontré cierto sentido. Mientras los chicos hacen comentarios pasivo agresivos en contra de Paola con el fin de que Josh los escuché, recordé la impuntualidad de Sara. Ignoro qué tan cerca sea la conexión entre ambos, pero de todos es quien más lo ha tratado.
—Gracias por la ayuda, chicos. Disfruten la tarde.
—Esos sí son amigos —aclaró Frank orgulloso de mí y mi comportamiento—, no como otros…
—¡Ya les dije que no era una botella de la tienda! —Carl volvió a defenderse.
Empezaron a discutir de nuevo, ¿será que debo ahorrarme mis comentarios? Me veo como un detonador de peleas. Josh tomó su teléfono de vuelta:
—Lo siento, llevan así todo el día y eso que aún no están ebrios.
—Siempre son así, ya estoy acostumbrado a su forma de ser. Le llamaré a Sara, espero que ella sepa algo.
—Claro. No dudes en llamar si necesitas otra cosa.
¿Por qué tengo un mal presentimiento? Apenas comencé a mirar las cosas pasar a través de la ventana, varias voces aparecieron en mi mente, igual a lo ocurrido en ese sueño. Demasiado ruido que no puedo controlar, solo que ahora no es tan fuerte. La cabeza empezó a dolerme repentina, esto no es normal. Quiero pensar que es el estrés, ¿pero por qué? Comienzo a sentir paranoia por el simple hecho de saber la verdad… tantas coincidencias negativas quieren llevarme a creer lo peor.
Creí que llegar a casa apaciguaría mis penas, no obstante, solo empeoraron. El olor era demasiado como para ignorarlo, fingir salud no me era posible esta vez. Abigail me recibió en la entrada, de inmediato notó mi malestar:
—¿Estás bien?
—Si, solo es una cefalea. Necesito... —me agarré la cabeza adolorido, la voz se me quiso cortar — hacer una llamada.
—Deberíamos ir al médico, ya no habías sufrido por eso —su aflicción y preocupación son cosas que pueden esperar.
—Quizás en otro momento —pasé por su lado a prisa.
Alfred quiso retirar mi saco (llegó un poco tarde por inconvenientes de su rutina), pero solo me limité a negar el servicio y avanzar. Me costó trabajo apartar del paso la silla de la oficina y alcanzar el teléfono, comienzo a desorientarme. El número de Sara es lo único que puedo retener como datos de importancia en mi cabeza; pasé de un simple dolor a sufrir ansiedad y nervios, hacía mucho que no debía enfrentarme a esto. ¿Por qué mi cuerpo reacciona como la vez que estuve en la morgue? ¿Por qué no dejo de relacionar a Roberto con ella? No hay relación en ambos casos… no puede haberla.
—¿Quién habla? —al menos la respuesta fue rápida.
—Soy Alex, Sara. Escucha, no quiero quitarte mucho tiempo, solo quiero preguntarte algo. ¿Sabes algo de Roberto?
—¿El policía? Pues... hace unos días una ambulancia se presentó en la puerta de la escuela.
Todo a mi alrededor se detuvo, las sensaciones se congelaron, escenas con los mismos miedos profundos inundaron mi mente y pensamientos. ¿Acaso va a suceder de nuevo? Pedí más claridad mientras tomaba asiento con cuidado, algo se apagó dentro de mí, quizás fueron mis ganas de vivir.
—Algunos alumnos decían que alguien se había desmayado, otros que se trataba de un infarto, se llevaron a alguien en la ambulancia. Te mentiría si te dijera quién fue, solo sé que mencionaban a un policía y… Roberto es el único que conozco rondaba en la escuela. Insisto, no estoy segura de nada, igual y ninguno de los que murmuraban teorías sabía que pasó en realidad.
—No había otro policía... —dejé de escuchar su voz cuando mi temor se hizo real gracias a su voz. Entonces es cierto, todo volvió a repetirse.
Me olvidé de mi educación y colgué el teléfono. Las malas sensaciones corporales abandonaron su descanso y volvieron como lumbre ardiente, no me dieron tiempo ni de sentirme afligido. Apreté mis ojos con fuerza, luego apoyé los codos en la mesa… quiero arrancarme la cabeza.
—No puede ser... ¿él también? ¿También fueron en contra suya? —mis piernas comienzan a temblar como técnica de mi cuerpo para tratar de mantenerme cuerdo—. Cálmate… podemos con esto, podemos afrontarlo de nuevo.
La verdad no me creo capaz de tal hazaña, pero nada bueno saldrá si me altero al límite. No quiero perder el conocimiento otra vez, es algo muy insatisfactorio. Necesito volver a la cordura, pensar con criterio: Sara dijo que no sabía lo que había pasado con exactitud, igual y no era él... pero de ser cierto, explicaría por qué nadie lo ha visto últimamente. La mesa directiva no se molestaría en anunciar la baja de un policía, simplemente buscarían a otro, tal y como lo hicieron.
Tratar de buscar una respuesta lógica a todo y no ser pesimista me cuesta mucho, más cuando mi lado realista me grita que tengo razón al sospechar lo peor; soy excelente para presentir las peores cosas. Mi respiración se aceleró, lo único que me falta es un desvanecimiento aquí:
—Quizás solo fue una recaída. No tengo nada claro, no puedo sacar conclusiones al respecto —inhalé y exhalé con la intención de normalizar mi taquicardia. A puesto a que en ojos ajenos me veo como un loco esquizofrénico.
—¿Te encuentras bien? —la voz de Abigail tras tocar la puerta resultó ser un poco fresca, pero no me puedo ni mover, ¿cómo me explico ante ella?
Al no recibir respuesta se acercó y se detuvo a mi lado. Noté su titubeo sobre cómo ayudarme, al final apoyó su mano en mi espalda y dejó pequeñas palmadas.
—Esa cabeza... debe de punzarte con fuerza como para que no te puedas ni mover. Vamos, debes recostarte. Relajarte te ayudará a sentirte mejor.
—Es imposible que me sienta mejor ahora... —soné más frío de lo que quería.
—Aún así debes descansar, después me contarás lo que pasó.
Me obligó a ponerme de pie y apoyó su mano en mi frente para confirmar que no tuviera fiebre. Ojalá su hospitalidad ayudará a mi tensión, pero ahora solo me desespera:
—No necesito descansar —la aparté y caminé hacia la puerta—, debo... —otra punzada me hizo quedarme helado a mitad del paso. Quise buscar apoyo en algo, el mareo que me atacó fue más fuerte que cualquier otro y de no ser porque Abigail me alcanzó, hubiera terminado en el suelo.
—Señor terco —interrumpió molesta. Mi necedad y su preocupación se mezclaron y ahora ella es la exigente—, no llegarás a ningún lado con esta desorientación. Permítete ser débil por una vez, ¿sí? Eres un ser humano y necesitas reposo.
No encontré palabras para contraatacar lo que dijo, de mala gana caminé con ella, resignado a que esta batalla no la voy a ganar. Si ya me sentía inútil para andar, ver las escaleras me hizo verme como gusano. Pensar en solo un escalón me agota, empeorando mi molestia por ser tan incompetente en momentos así. A pesar de todo, di lo mejor de mí para superar esta etapa de frustración, lo último que quiero es que venga un fortachón y me cargue como damisela indefensa. Una vez en mi habitación se me indicó que me recostara y lo hice, pero no por querer ser obediente.
—No necesito que me trates como un niño pequeño —dije al dejar mi saco de lado y verla llegar con una toalla húmeda en manos.
—Cuando te sientes mal eres igual que un niño pequeño, igual de obstinado —acomodó la toalla en mi frente y se sentó en la cama—. Aunque me contradigo, cuando eras niño no eras nada terco. Tenías un poco de respeto por ti mismo y tus limitaciones. Jamás había visto a alguien más imprudente con sus propias dolencias que tú.
—Cualquiera en mi situación haría lo mismo, pero creo que es mucho esperar que lo entiendas. No importa qué tanto te hable, jamás comprenderás cómo me siento y una toalla no arregla el enjambre que hay en mi mente —la retiré, pues sentir la humedad me desesperó.
—Pues discúlpame si no sé sobre el masoquismo como tú —desvíe la mirada con fastidio. Genial, ahora los dos estamos disgustados—. Lamento que no hablemos el mismo idioma, uno que si te soy sincera, no quiero aprender. Sé lo que es sufrir y también sé recibir ayuda cuando la necesito. No vine aquí para enseñarte eso, ¿y sabes qué? No quiero hablar con este Alex ofensivo y vulgar. Cuando el hombre coherente y centrado que conozco despierte, me buscas.
Se levantó con el fin de abandonar la habitación. Todo mal pensar se cocina dentro de mí y para sorpresa de ambos, el postre que salió del horno me evidenció al retar todos las posibles conclusiones de esta conversación:
—No te vayas —fue lo que mis cuerdas vocales dejaron salir. Por su expresión intuyo que sintió mi comentario como una mano mía en su muñeca.
—Ya te lo dije, no quiero tratar con esta actitud tuya tan exasperante y…
—Tú no me dejes.
Cuatro palabras resumieron para ella lo que pasó en mi viaje fuera de la mansión. Ya no era una actitud egoísta e imbécil la que hablaba, la parte de mí que dejó salir esa oración fue aquella que más miedo tiene. La misma que tuvo que presenciar lo que nadie quiere en su vida, la que teme a recibir malas noticias al despertar, la que odia no saber cómo enfrentar todos estos terribles retos que nadie sabe por qué aparecen, y que sin quererlo, sobre la marcha de aprendizaje afecta la buena bondad de los demás.
—Tienes que descansar, de verdad lo necesitas —fue lo último que me dijo antes de que su voz se cortara y abandonara la habitación.
Todo dentro de mí se apagó de nuevo. Abigail ha sido la primera en comparar mi mala actitud con el ser que era de niño y eso me lleva a preguntarme, ¿desde cuando me convertí en esto que soy ahora? Recuerdo haber leído que uno se vuelve adulto cuando pierde una imagen importante. Debería llevar la ventaja por todo lo vivido, pero al parecer sigo siendo un niño inmaduro en este cuerpo mayor. De adulto no tengo nada… ni siquiera el valor para afrontar mi realidad con coraje e inteligencia.
—Aún soy el mismo niño de antes… solo que ahora no tengo con quién correr cuando me siento solo y débil. Ya no me queda nadie.
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Editado: 26.07.2024