—¿Por qué tanto alboroto? —preguntó Alex al bajar las escaleras y dirigirse a nosotros. No sé si son mis hormonas traicioneras, pero cada vez me parece más atractivo. Debe ser por el buen tiempo que llevo de no verlo.
—Qué bueno que llegas, hermano —Fred no puede verse más aliviado— ¡estos viejos quieren abusar de mí!
—No es esa su intención, Fred —Josh no puede controlar su risa.
—Solo me manosean, ¡¿cómo justificas eso?!
—No me dejó terminar, joven —Alfred volvió a tomar el mando de la conversación—, le decía que debe ser revisado para comprobar que no posea armas con usted. Es solo una precaución.
Dicha explicación solo causó desagrado en Alex. Algo me dice que el mayordomo solo se apega a sus etiquetas y deberes, pues de no ser así, la molestia de Alex hubiera caído sobre él. No le hizo el mayor caso, los que se llevaron el paquete fueron los hombres de negro.
—Creí haber dejado claro que no se iba a llevar acabo este procedimiento. Les pedí específicamente pasar por alto esta inspección hoy —se alarmó más al ver el paralizador listo para usarse—. ¿Hasta dónde pensaban llegar?
—Hasta donde el protocolo lo requiriera; su seguridad es nuestra principal prioridad.
—¿Ya pueden soltarme? —reclamó Fred tras sentirse ignorado—. Ya me tocaron lo suficiente, ¿no creen? De tener un arma conmigo ya la hubieran encontrado.
Ambos terminaron lo que empezaron y por fin le dieron libertad. El pobre parece haber perdido su inocencia de la manera más traumática, ni siquiera dejó que los chicos se le acercaran. Alex se resignó a dejar que el proceso de seguridad se terminara, lo único que le dio tranquilidad fue ser testigo de cada movimiento ejecutado. Alfred apoyó los métodos pacíficos, así que nos dio instrucciones sencillas para poder acelerar el proceso y evitar otro mal momento.
Los cinco hicimos caso a las indicaciones, terminamos por ser palpados. Incluso uno de ellos me hizo abrir mi bolsa para poder echar un ojo superficial al contenido; menos mal no se me ocurrió traer medicinas o algo, bien pude terminar por ser acusada de traficante; esta seguridad va más allá de lo que he visto.
—Qué sistema —comentó Frank cuando el par se fue—. ¿Quiénes son ellos?
—Son... nuestros guardaespaldas —¡lo sabía! Espera... ¿nuestros?
Los chicos pensaron lo mismo que yo, ¿de cuando acá Alex habla en plural?
—El de tez oscura es 22, 24 es su compañero.
—¿Son nombres clave? ¿Como en las películas? —¿por qué me emocioné por un momento?
—Algo así... Lamento todo esto, no tengo el control de nada —comentó con la intención de hacer sentir mejor a Fred, chico al que Thomas no ha dejado de molestar.
—No te preocupes, Bicolor, mientras se mantengan alejados de mí todo estará bien.
—Por favor, pasen.
Terminamos por ser escoltados a lo que yo llamaría una sala, solo que mucho más grande comparada a la de una casa normal. Más grande que la mía sí es… mucho más grande.
—¿Se les ofrece alguna bebida? —Alfred se acercó a nosotros.
—Depende, ¿qué podemos tomar? —Fred quiso compensar su malestar con algo que lo relajara, pero apuesto a que Alex sabe algo de este grupo y planea evitarlo a toda costa. Interrumpió con una petición general
—Solo unas limonadas, por favor.
Creí que alguno protestaría, sin embargo, todos mostramos satisfacción. Fred estuvo a nada de pedir su vaso con un toque de “emoción”, hasta que Carl le recordó que debían dar buena impresión a quien sea que íbamos a conocer. Eso le encendió el foco a Alex:
—Es cierto, no sabe que ya llegaron. Iré a buscarla—subió las escaleras y no supimos más,
No quise ser participe de un silencio incómodo, traté de iniciar una charla mientras esperábamos, pero parece que los chicos ya tenían su propio tema de interés:
—¡¿Escucharon?! —exclamó Fred dentro de la casita que él y sus “compadres” habían creado.
—Dijo "buscarla" —reiteró Thomas con picardía. El resto se contagió de perversión.
—¡Les dije que mi olfato no falla! Olía a chica.
Escucharlos me hace sentir incómoda, no quiero despertar inseguridades otra vez…
—Cálmense, chicos —pidió Josh. Dejé de verlos por un segundo y ya hicieron un alboroto ellos mismos. Menos mal Alfred llegó y sin quererlo, anestesió la locura que había en el sofá.
—Sus bebidas, jóvenes —apoyó una charola plateada sobre la mesa con ocho vasos de cristal.
Los cuatro se acercaron como cachorros curiosos a los vasos gracias a los hielos redondos y las burbujas que hacen ver las bebidas más tentadoras de lo normal. El talento que debe tener una persona para convertir una simple bebida en algo tan apetitoso debe ser increíble; Alfred tiene aires de ser un mayordomo con mucha experiencia.
Pasos dentro de una conversación bajaron por las escaleras, fue la señal de los chicos: tomaron sus vasos con el meñique levantado y se sentaron en el sillón con una postura derecha y elegante, creo que quieren verse interesantes. Tras la risa simpática de una chica, Alex apareció listo para cumplir con su objetivo del día:
—Chicos, les presento a Abigail.
—Hola —sonrió alegre.
Todo se sumergió en un silencio profundo, al menos fuera de mi cabeza. ¡Ella! Ella es la chica que había visto en la escuela con Alex, ¡sabía que no lo había imaginado! Pelirroja, piel blanca… ¡es ella! Los chicos son todo lo contrario a mi reacción reservada, están con la boca abierta.
—Es un gusto conocerlos —insistió Abigail al no obtener respuesta a su saludo anterior.
—Qué bonita... —dijo Carl por todos.
—Qué tiernos son —rio contenta a poner la mano sobre su pecho.
Los cuatro se acercaron a ella veloces y sin desearlo realmente, separaron un poco a Alex. Dieron vueltas a su alrededor para mirarla con atención y finalmente se detuvieron en un círculo que la rodeaba.
—¿Este cabello es real? —preguntó Frank al analizar cada pelo.
—Totalmente —contestó orgullosa.
—Eso era lo que olía a chica —señaló Fred dentro de su necedad.
—No, es su perfume —corrigió Thomas al recurrir de nuevo sus habilidades perrunas.
—Vaya que son altos —aclaró Abigail asombrada tras ver a cada uno—, se veían más pequeños cuando estaban sentados.
—Sus ojos son azules, casi del mismo tono que Josh —indicó Carl, al parecer ninguno la escucha debido a la concentración—. Mira esas pestañas… pestañotas.
—Tiene la piel de porcelana —continuó Fred.
—Qué lindos son, chicos —se ve un tanto insegura por no saber cómo recibir tantos halagos juntos.
Igual y creo que sentirse rodeada tiene algo que ver; es admirada como si de un diamante se tratase. Hay que admitirlo, es una chica linda de ver. No culpo a los chicos por no poder reaccionar, es obvio que disimular no es una de sus tantas habilidades.
—Y mira el tono de su piel —señaló Frank—, es súper blanco. Casi como el tono de mis nal... —gracias a dios Alex se aclaró la garganta para interrumpirlo.
Hasta este momento se enteraron de que Alex estaba a su lado, escuchaba todo con suma claridad.
—Muchachitos... —Abigail logró entender por desgracia lo que Frank quería decir, menos mal no lo tomó como una ofensa.
—Es cierto, teníamos que dar una buena impresión —recordó Fred—. ¡Josh, ¿por qué no nos dijiste nada?! Aquí nos tienes haciendo el tonto
—Estaban tan concentrados en su admiración que no me hubieran escuchado.
—Abigail, él es Carl, Thomas, Frank y Fred. A Josh ya lo conoces —aclaró Alex agradecido de poder volver a ser notado.
—No te he saludado a ti, hermosa.
La vista de la chica está puesta en mí, ¿o no? Miré atrás de mí para ver a quién le hablaba; la escuché reír durante esto.
—Me refiero a ti. Tú debes ser Sara —¿me dijo hermosa? Me incorporé y me acerqué al grupo de bienvenida.
—Sí, un gusto en conocerte... —¿por qué estoy nerviosa?
—El gusto es mío —nos estrechamos las manos, la suya es fría, fresca y delgada, aunque no tanto.
Ya sentados comenzamos a platicar para poder conocernos un poco mejor; es obvio que solo un saludo no te dice nada de una persona. Resulta que Abigail es amiga de Alex, se conocieron durante la infancia y está de visita. A mi parecer es como una princesa, no solo por su físico o vestimenta, también por los movimientos muy suaves que delatan su clase. ¿Aún existe esa jerarquía en otros países al día de hoy?
—Mira qué interesante y, ¿qué trae a una chica como tú por aquí? Además de la visita a Bicolor, claro —la postura de Fred no se ha encorvado en ningún momento y o le dio un calambre en el dedo o ya se le hizo costumbre tenerlo levantado.
—Por favor no me traten diferente. No soy alguien superior a ustedes ni nada parecido —hasta que veo que algo le incómoda de verdad a esta mujer.
—Claro que lo eres, mírate —señaló Carl—. Mereces un trato digno de una princesa, ¡sí señor!
—No por favor, no hagan eso. Les agradezco la admiración, pero no le veo motivos. No quiero que me den preferencias, soy como cualquiera de ustedes.
—Entonces, ¿podemos darte golpes en el brazo como saludo? —preguntó Fred.
—Bueno... si no son tan fuertes supongo que sí —sonrió dudosa.
—¡Cool! —exclamó Thomas, pero se le cortó la emoción muy rápido—. Aunque no lo sé, te ves muy frágil. De un golpe te romperíamos el brazo.
—No soy de cristal… pero tampoco de acero.
Los chicos empezaron a discutir frente a ella sobre cómo debería ser el trato en realidad. “Tiene que ser uno que no la haga sentir marginada a un sitio elegante, pero también que no la lastime”, según ellos. Si este es el tipo de peleas que Josh ha mencionado, nadie puede controlar, vamos a quedarnos en esta sala el resto del día
—¿Tienen hambre, chicos? —preguntó Abigail de manera inesperada. Creyó con decepción que no la oirían debido al alboroto, pero para su sorpresa los cuatro se callaron de una y le asintieron emocionados—. Eso pensé. Vamos, díganle a Alfred qué les apetece.
—¿Quién es Alfred? —qué rápido se les olvidó la presentación inicial.
—Mi mayordomo, el hombre que los recibió en la puerta. En realidad nos atiende a Alex y a mí por igual, pero llegó conmigo. Debe estar en la cocina preparando Vichyssoise —se puso de pie con el fin de ir a buscarlo.
—¿Vichisose? —preguntó Thomas.
—Vichyssoise —corrigió con una sonrisa—, crema de puerros en otras palabras.
La traducción alborotó a los cuatro, de nuevo. Ansiosos por comer fueron detrás de ella para degustar el supuesto manjar.
—No se empujen, hay para todos —intentó calmarlos en cuando notó el inicio de una batalla campal. En poco segundos desaparecieron y todo se volvió pacífico.
—¿Qué son los puerros? —le pregunté a Josh.
—Son mejor conocidos como ajoporro o cebolla larga. No es nada del otro mundo.
Se escuchó un escándalo en la cocina de ollas junto con las risas de los chicos y los reclamos de Fred: «¡Hijos de su madre! ¡Pegaré sus rostros a las brasas yo mismo!» Alex solo pudo mostrar decepción por pensar en el desastre potencial que el grupo puede causar cuando está junto. Josh decidió que no era correcto dejar a Abigail sola con la carga (además de que no sabe controlarlos para nada), así fue hacia allá para calmar la situación.
Una vez se fue, Alex y yo nos quedamos solos. No me mira por tener los ojos en su limonada, se le ve concentrado. ¿En qué pensará? Lo único que sé es que si no digo algo esto se volverá incómodo. Es cierto, las galletas.
—Alex —le causé un pequeño sobresalto sin querer—, toma, te traje esto —me senté junto a él mientras le doy la bolsa de galletas—. Mi mamá hizo muchas, así que decidí traerte algunas; son de avena y no son dulces, creí que podrían gustarte.
—Gracias —sonrió leve al verlas con atención, las tomó en sus manos. No vi rastros de frialdad en él, supongo que esto es bueno.
—Y... ¿cómo has estado?
—Algo cansado.
—¿Aún tienes problemas para dormir?
—No es eso, he estado ocupado con… unas cosas. ¿Qué tal la escuela?
—Bien. Últimamente los profesores son más estrictos por los exámenes finales, fuera de eso, todo está bien.
—Entonces todo sigue normal allá... ya veo.
Producto de no entender a qué se debió esa desapercibida comparación, no pude contestar. Traté de sacar tema de conversación en acontecimientos recientes que se relacionaban con él. Hallé uno:
—Lamento lo de Roberto —la timidez me ganó.
—¿Qué lamentas?
—No te pude decir exactamente qué pasó con él y te escuché algo desanimado a través el teléfono... me parece recordar que te llevabas bien con él.
—Ya veo. Él está bien. Se encuentra hospitalizado, pero lo mantienen estable.
—Me alegro. Ojalá se recupere pronto y pueda volver a la escuela.
—Eso espero...
Reaccionó como si hubiera salido de una especie de trance depresivo, abrió la bolsa de las galletas y comió una:
—Canela…
—Sí. Sabes identificar muy bien los sabores.
—Es el que se percibe primero.
—Yo lo detecté en la quinta galleta.
—Muy lenta —sonrió—. Tu sentido del gusto está estropeado.
—No es cierto.
—¿Puedes decirme algún otro ingrediente que tengan?
—Ya no tengo el sabor de las galletas en la boca, no podría decirte... —me interrumpió al ofrecerme una—. Diablos.
Su sonrisa triunfal no me dejó de otra que entrar a su juego. Tengo la oportunidad de desafiarlo de nuevo, no la voy a desaprovechar. Tomé una del montón y me la llevé a la boca.
—Tiene avena.
—Eso ya lo sabemos.
—Sal.
—¿Qué más?
—¡Ya sé! Mantequilla.
—¿Solo eso?
Demonios, ¿aún hay más? Debí haberle pedido la receta a mi mamá antes de partir...
—Puedes tomar otra galleta si lo necesitas —agitó la bolsa con tentación.
—No, yo puedo —¿a quién engaño? No detecto ningún otro sabor.
—Bien, dime dos más.
—Azúcar.
—Son galletas saladas, no llevan azúcar.
—Ay, si es cierto... —por dios, Sara—. Está bien, tú ganas, ¿qué más tienen?
—Comino.
—Claro que no —agarré otra y efectivamente, tienen comino. Este hombre siempre tiene razón—. Es verdad —asentí después de masticar—. ¿Falta otra cosa?
—Una, semillas de alcaravea.
—Ah... ¿y qué es eso?
Comenzó a reír, lo acompañé un poco nerviosa sin entender el chiste, supongo que mi expresión y mi manera de preguntar fue el detonador (no quiero creer que mi falta de conocimiento lo divierte). Dejó las galletas en la mesa y se agarró el abdomen.
—Con razón no adivino, no sé ni de qué hablamos —no paró de reír ante mi comentario—. Deja de reírte —esto se volvió divertido.
—Lo siento, no lo resistí. Lo dijiste con tanta inocencia... —menos mal sí fue por eso.
—¿Cómo dijiste qué se llama?
—Alcaravea.
—Suena a algo que usan para hacer brujería —volvió a explotar en risa por mi ocurrencia—. ¿Qué? ¿No es para eso? —negó con la cabeza entre risas—. Entonces, ¿para qué sirve?
—Se usa para hacer pan integral.
—Oh, entonces no tiene nada que ver con lo que yo dije. Qué cosas.
Se quejó por el sobresfuerzo en su panza sin poder hacer nada para evitarlo. Ni siquiera abrazarse sirvió de algo. Agarré un cojín y le di aire, no obstante, no ayudó en nada.
—¿Qué haces?
—¿Intentó ayudar?
—Por favor, basta, no puedo más —imploró casi sin voz.
—¿Ahora qué hice? Creí que lo hacía bien.
—Dios... —aliviado, suspiró y echó su cabeza para atrás. Después de mucho veo una sonrisa sincera en su rostro.
Esa expresión, ese perfil... ¡cómo me encanta! Necesito correas para mis hormonas en este momento, ¡ayuda! Verlo relajado me hizo darme cuenta de algo importante:
—Te reíste… te reíste a carcajadas.
—¿Cómo no iba a hacerlo? Dices cosas sin sentido.
Mi lado más vulnerable que lo encuentra atractivo tomó el control de mi apariencia, mi cara caliente evidenció mi timidez. Tras verme fijo por unos segundos, dio palmadas en mi cabeza. Mi sonrojo ya debe ser más que obvio, aunque lo siguiente que salió de su boca me anestesió:
—Gracias.
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Editado: 26.07.2024