Honest (editando)

Capítulo 72

En la casa de Alex 



—Señorita… —llamó Alfred con aflicción por ver a Abigail tan decaída. Es una mujer muy activa, pero todo lo que ocurre tiene su mente en otro plano—, ¿quiere que le prepare una taza de té?  
—Me temo que no estoy de humor para eso, Alfred —no se paró de su asiento frente a la mesa de cristal—. No pude dormir en toda la noche, mírame, estoy temblando —mostró sus manos. 
—Eso debe ser porque no ha querido comer nada desde la mañana. 
—No tengo hambre —sintió un escalofrío y se abrazó—. Estoy preocupada... —el teléfono sonó oportuno o quizás no tanto—. Por favor que sean ellos —se puso de pie, caminó rápido hasta el teléfono, Alfred fue tras ella—. ¿Sí?... Lo siento, no se encuentra, pero puede decirme. 

El terror se apoderó de sus ojos conforme el murmuro en la bocina hablaba más y más. Sus manos mostraron un nerviosismo que no era normal. 

—N-no, debe de haber un error... solo, confírmelo, ¿quiere? —escuchó las siguientes palabras con sumo desánimo—. Entiendo... gracias, caballero —colgó despacio con la vaga esperanza de oír algo positivo. No hubo más diálogos.  
—¿Qué sucedió, señorita? 
—Es Roberto... falleció —una herida más a este sufrimiento grupal—. Esto no puede estar pasando —se agarró la cabeza cansada. 
—Señorita, por favor, tome asiento —la tomó delicadamente del brazo y la llevó al sofá donde estaba. 
—Dios mío... ¿cómo se lo voy a decir a Alex? 



En la comisaria 



La puerta que daba acceso a las celdas se abrió para romper con el fúnebre silencio que los malhechores gozaban. Christopher entró a la par de un policía, quien lo guio hasta la celda de Alex para después retirarse. ¿Visitas en la comisaria? 

El hombre permaneció inmóvil frente a la jaula de su peor enemigo, su silencio no era más que una muestra de enfermizo placer. No entraba mucha luz por la ventana de la celda, el interior es muy oscuro, lo único que divisó fue la silueta de Alex en el fondo. Estaba sentado con una pierna flexionada y por la posición de la cabeza supuso que miraba el techo. 

—Me impresionas, Alex. El último día que te vi estabas en un cementerio velando a un ser querido y ahora estás aquí... Como podrás intuir, estoy al tanto de lo que sucedió; lo que hace el hijo de uno de mis colegas más cercanos no pasa desapercibido tan fácilmente. Lo único que puedo decir… es que estoy decepcionado. Jamás te creí capaz de algo así... 

Percibió su lento respirar, pero no una respuesta verbal. ¿Acaso lo ignora? 

—Tú y yo tenemos asuntos pendientes y me gustaría resolverlos antes de que dicten tu sentencia. Estás escuchando, ¿cierto? 
—¿Por qué no cierras la boca? Tu voz no me deja descansar. 
—Dime —sonrió—, ¿todo lo que pasó en estos días hizo cambiar tu forma de hablar? Recuerdo un poco más de formalidad por tu parte… 
—¿No escuchaste lo que dije? Cierra el pico. ¿Nunca te han dicho lo irritante que es tu voz? Y ese tono… ¿cómo te soportas a ti mismo? Que horror... viejo loco. 

Miró aquella silueta parlante confundido, no podía creer este nuevo lenguaje en el muchacho. Como sea, soltó un pequeña risa de conformismo: 

—¿Acaso has perdido el juicio, Alex? —preguntó sin recibir respuesta.  

Saber que sus sospechas eran ciertas no podía llenarlo más de alegría, pero todo se vino abajo con un pequeño rayo de luz. Este entró por la ventana de la celda e iluminó los ojos de aquella oscura silueta. Christopher esperaba toparse con una heteronomía, pero la expresión en su rostro cambió cuando se encontró con la mirada de unos ojos cafés. 

—¿Quién eres tú? —¿acaso estaba en la celda equivocada? 
—Me llamaste Alex hace un momento, ¿no? ¿No soy Alex? —preguntó retante. Sonrió para ponerse de pie, se acercó a los barrotes y dejó que la luz mostrara su cuerpo entero. El director no podía estar más atónito—. Mi nombre es Carl y te agradecería que te fueras de aquí, apestas este lugar con tu loción de riquillo y de una vez te digo que no es un olor agradable. 

Christopher intentó entender qué sucedía. Acaba de hablar con alguien que no reconoce, pero no era el mismo caso a la inversa; Alex era la constante en la conversación, eso es más que obvio. 

—Holaaaa, —Carl tronó los dedos a la altura de su cara— hora de irte, payaso. 
—¡¿Dónde está Alex?! —ver cómo la cúspide de sus planes casi conclusos cayeron frente a sus ojos quiere ponerlo eufórico. 
—No sé de qué me hablas —cruzó los brazos indiferente. 
—No juegues conmigo, chico, contesta mi pregunta. 
—Me encantan los juegos, ¿jugamos trasero pateado? Si no te largas ahora mismo, voy a empezar a gritar y te sacarán a patadas de aquí por molestar. 
—Escucha... 
—¡Policía! ¡Aquí hay un loco drogado que me molesta sin motivo! 
—¡¿Qué?! 

Carl agarró los barrotes y gritó con más fuerza. Un policía entró debido al escándalo: 

—¿Qué sucede aquí? —no parece ser un hombre de paciencia. Su gesto da a entender que lo último que quiere es ser molestado con tonterías. 
—Que bueno que llega, oficial, tiene que ayudarme. Este hombre vino a molestarme a mi celda y hablar sin parar como perico. 
—Eso no es...—intentó explicar Christopher ante la mirada juzgante del oficial. 
—Suficiente tengo con estar aquí encerrado y eso sin contar que soy claustrofóbico, como para que venga este hombre a tocar los... 
—¡Basta! —exigió el policía al golpear la macana contra los barrotes—. Por favor, señor, acompáñeme a la salida y tú guarda silencio —ordenó a Carl con evidente molestia. 

El escolte tomó lugar, Carl no podía estar más orgulloso de haber ganado el juego. Christopher cruzó la puerta, no sin antes dirigirle una mirada amenazante al adolescente, la cual, fue contestada con una sonrisa de lado. Una vez terminada la hora de visitas, el lugar volvió a ser pacífico. 

—Si no estuviera acostumbrado a la mirada fría de Alex estoy seguro de que me hubiera hecho en los pantalones —suspiró aliviado de que todo acabara. 




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