Abigail recorría la mansión con la intensión de calmar su ansiedad; Josh le había dicho que todo estaba bien respecto a Alex, pero aún así, un sentimiento de impotencia la atormentaba. Llegó a una habitación que estaba cerca del dormitorio de Darrell y Elizabeth. Ambas permanecían con la puerta cerrada y como era de esperarse, no se habían usado en mucho tiempo, a pesar de eso estaban impecables.
Dicha habitación era diferente: los muebles y la decoración eran de tonos pastel, y el moño del regalo, una cuna en la esquina con un móvil colgando. Abigail sonrió al verlo, se acercó, deslizó sus finos dedos por los barandales, movió con gentileza el móvil y este comenzó a sonar. Emitió una hermosa canción de cuna, varios destellos se vieron en la habitación al compás. Estas luces chocaron con los ojos de la dama, causaron brillos hermosos en el par de luceros.
Alfred llegó, permaneció en silencio al pie de la puerta y esperó a que Abigail notara su presencia:
—No pensé que esto siguiera aquí —comentó ella sin dejar de admirar las luces del móvil.
—Probablemente no surgió el deseo de quitarlo o quizás no hubo valor, señorita.
—Supongo que fue un poco de ambas.
—¿Le gustan los niños?
—Me encantan. Son seres tan hermosos y tiernos, tan frágiles e inocentes —estas últimas palabras resonaron con cierto dolor.
—Quizás algún día goce de la felicidad de cuidar a sus propios hijos —Alfred quiso distraerla.
—Eso si mi padre permite que me desposen.
—Algún día debe pasar. Encontrará a la persona indicada. En otros temas, la comida está lista.
—Gracias, en seguida voy.
Abigail se inclinó para tomar una pequeña sonaja morada, la hizo sonar:
—Nunca le faltó nada... —volvió a dejarla en donde la encontró y se dirigió a la puerta. Dio un último vistazo y el móvil dejó de sonar cuando la puerta se cerró.
Mientras tanto en casa de los chicos
—¡Esto está frio! —reclamó Fred, Carl rodó los ojos ante tal queja—. ¿Cómo le vas a dar la sopa fría a Alex?
—¡La sopa es fría, genio!
—¡Eso no es cierto!
—No me hagan caso, solo vengo por un vaso de agua —dijo Frank al entrar a la cocina. Ninguno de los dos le prestó atención.
—Que tú te comas todo caliente no es mi problema.
—No le vamos a dar esa cosa a Alex.
—Sí, miren ya me fui, adiós —insistió Frank al salir.
—¡¿Esa cosa?! ¡Te has tragado esa cosa por más de dos años!
—Ah, sí, puede ser… ¡pero lo hice cuando estaba caliente!
Mientras la discusión tomaba lugar en la cocina, Josh charlaba con Alex en la sala:
—¿Y qué planeas hacer ahora?
—Necesito revisar unos pendientes antes de empezar a moverme, pero quiero esperar a Thomas. Seguro está ocupado con los papeles del departamento —se llevó una mano a la cabeza—. Por otro lado, quiero intentar relajarme un poco... el asunto de los policías todavía me tiene nervioso.
—No te preocupes, aquí estás a salvo y aunque vengan, créeme que estos cuatro no dejarán que se te acerquen.
—No lo dudo —sonrió leve.
—¡Ya basta! —exclamó Carl a lo lejos.
El par de pleitistas salió de la cocina para acercarse a Alex y Josh, todo con el fin de solucionar el problema.
—¿Qué prefieres, Alex? —Carl tomó la iniciativa—. ¿Sopa fría o caliente?
—No tengo preferencia.
—¿Ves? Te dije que... ¿Qué?
—No tengo preferencia.
—Debes preferir entre lo frío o caliente —insistió Fred con la ilusión de ganar el debate.
—Cuando se trata de comida no me guío por la temperatura, lo importante es el sabor. En el caso de las sopas hay variaciones, algunas se deben servir frías y otras calientes. Si me dejara llevar solo por la temperatura no conocería el sabor de muchas. ¿Por qué discuten?
—El menso este está duro y dale con quiere que te dé la sopa caliente, pero esta se come fría —explicó Carl.
—Sabe mejor caliente —insistió Fred.
—¡No te la vas a comer tú!
—Chicos —llamó Alex.
—El chiste es que sepa mejor.
—¿Cómo sabes que le gusta caliente?
—Chicos —lo intentó de nuevo.
—Acaba de decir que no tiene preferencias.
Alex no vio más remedio que guardar silencio, Josh rio por la situación; para él ya es común ver este tipo de disputas que no van a ningún lado:
—Vamos, chicos, no discutan. Además, ¿cuánta sopa te queda, Carl?
—Un poco, lo suficiente para Alex.
—¿Y ustedes no van a comer? —preguntó el gran invitado, por el que el par discutía.
—Tú eres lo que importa ahora, esto es... lo único saludable que tengo preparado.
—Nosotros podemos comer otra cosa, tu dieta es diferente a la nuestra —explicó Fred sus motivos.
La puerta principal se abrió, Thomas llegó con cuatro cajas de pizza en una mano y con una bolsa de hamburguesas en la otra.
—No más viajes por hoy —suspiró aliviado y se recargó en la puerta para cerrarla.
—¿Dónde estabas? —preguntó Fred disgustado, igual a mamá preocupada.
—Lo siento. Tardé en guardar las cosas en el auto y Frank me llamó para que trajera comida. Eso también me retrasó un poco, pero ,e quedaba de paso el restaurante.
Mientras Fred y Carl trataban de asimilar lo que ocurría, Frank bajó las escaleras a prisa.
—¡Por fin! Ya tenía hambre —corrió con Thomas y robó una rebanada de pizza.
—Y nosotros aquí peleando por una sopa —exclamó Carl molesto. Fred no dijo nada, su tic en el ojo decía todo.
—Alex, tienes que probar esta pizza, es la mejor de la ciudad—dijo Frank al tratar de mantener el queso fundido en su lugar, en verdad se veía apetitosa la mencionada.
—¿Por esto mencionaron mi supuesta?—preguntó Alex iluminado—. ¿Acaso creen que no como grasas o algo parecido?
—Pues no llegado a ese punto, pero comes comida decente —contestó Fred.
—¡Mi sopa es decente! —Carl se lo tomó personal.
—¿Quién dijo que la pizza y las hamburguesas no son comida decente? Ya les dije que no tienen que tratarme diferente, chicos, no soy un conejo que solo come frutas y verduras.
Ambos no supieron qué contestar, la vergüenza se veía clara en sus rostros. Mientras tanto, Frank y Thomas seguían en sus lugares, sin entender qué ocurría.
—Me estoy quemando con la caja —le susurró Thomas a Frank, este le dio otra mordida a su rebanada con sigilo.
—Olvidemos esto y vamos a comer —pidió Alex.
—¿Seguro que quieres comer eso? —preguntó Fred—. Digo, es cierto que son buenas pizzas, pero...
—Soy su invitado, esta es su casa y acepto con gusto lo que quieran ofrecerme.
Una vez la humildad del “líder” calmó los nervios del par, dejaron de lado el tema:
—¿Quieres jugar con el karaoke después, Alex? —sugirió Frank con alegría de niño pequeño.
—No sé cantar... pero Josh me ha dicho que se les da muy bien. Me gustaría escucharlos.
La inesperada petición no dejó lugar a la modestia. El cuarteto se quedó estático.
—Vamos chicos, están en confianza —insistió Josh.
—Pero no cantamos cuando nos ven —explicó Frank nervioso—. La única vez que sucedió fue porque nos agarraron desprevenidos.
—Tengo mucha curiosidad por escuchar sus voces —Alex trató de hacerlos sentir en confianza.
Por un momento pareció que no iban a aceptar, pero tras pensarlo entendieron que no se podían avergonzar más. Por otro lado, tenían a un invitado en casa y había que consentirlo. Era un momento idóneo para disfrutar de la compañía y… ¿el último?
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Editado: 26.07.2024