Respirando hondo, me dirigí a la puerta. No sé cuántos años han pasado desde la última vez que la vi.
Un hilo tan ligero como una pluma rodeaba mi cuello. Las lágrimas luchaban por salir y mis pies querían retroceder, pero como si fueran de cemento, me quedé ahí.
Bajo la bella luna, frente a esa casa luminosa, toqué una vez y no hubo respuesta. Toqué una segunda vez, tampoco hubo respuesta. Toqué una tercera vez… silencio.
Así que toqué por última vez, pero aún no hubo respuesta. ¿Sigues sin responderme o sigues llegando tarde?
Jajaja, Génesis… ¿qué pensarían nuestros hijos al vernos? ¿Qué habrán pensado los vecinos al verme llegar con mi viejo traje de bodas, un ramo de rosas y mi cabello blanco bien peinado?
Tocando la puerta una y otra vez, esperando que me abrieras. Cómo adoro nuestra tradición.
No sabes cuánto te extraño… Nada ha sido lo mismo desde que te fuiste. Amabas las sorpresas. Eras la mujer más estricta y fría que había conocido, pero también la más cariñosa que he amado.
Eres mi esposa, mi lugar seguro. Me alegra estar aún en esta tierra porque podré ver a nuestros nietos crecer hasta que el tiempo nos lo permita.
—¿Me vas a abrir? —susurré, con mis viejos ojos cansados y llenos de lágrimas, tanto que parecía un río a punto de desbordarse.
¿Recuerdas cuando éramos unos jóvenes chamacos de apenas 20 años? Tú seguías llena de sueños y esperanza, y yo seguía trabajando sin descanso. Me apoyaste en todo, aunque, con tu firme dureza, no dejabas de regañarme.
Me encantaba cuando inventabas historias y dibujabas paisajes con tu bella voz. El dinero siempre nos faltó, no importaba cuánto trabajáramos. Parecía que estábamos atrapados en un hoyo sin salida.
Aún no entiendo el destino ni la suerte, pero en este momento estoy agradecido. Lo logramos. Cumplimos nuestro sueño. Cumpliste nuestro sueño. Tenemos nuestra propia casita. Nuestros hijos ya tienen hijos… nuestros nietos.
Fue extraño verte en tu vestido de boda. Un hermoso vestido blanco, adornado con girasoles bordados, que tú misma hiciste con tu madre. Lo combinaste con unos zapatos marrones viejos que te había regalado tu padre. ¡Ay, cómo extraño la comida de mi suegra! Y cómo me amenazaba cada vez que me veía contigo.
Recuerdo nuestra vieja casa, con la música a todo volumen. Nos poníamos a bailar, aún con el cabello blanco, aún con tu vieja sonrisa cansada, aún con tus abrazos cálidos.
Recuerdo nuestras peleas, que ahora parecen tontas, pero Dios mío… Cuando yo tenía la razón, me mirabas de reojo, me abrazabas y luego te ibas toda avergonzada.
Cuando tú tenías la razón, me dedicabas una sonrisa presumida y me lo recordabas durante toda la semana… incluso dormida.
Extraño todo eso. Extraño hablar contigo de nuevo. Extraño nuestras peleas. Extraño dormir junto a ti.
Tienes que ver lo grande que está Marisol. Se convirtió en una abogada con un carácter bastante fuerte. Nos la pasamos peleando, pero sigue siendo la bebé de papá.
Tienes que ver lo fuerte que se ha convertido León. Se volvió un gran muchacho. Está dando clases en la universidad y siempre termina quejándose conmigo por todo lo que le pasa.
Tienes que ver a nuestra nieta. Es adoptada, pero es la niña más traviesa. Tanto así que agarró todas mis monedas y las desapareció… ¿Sabes dónde? En la tienda. Jajaja.
Tengo tantas cosas que contarte, pero solo te cuento esto: estoy aquí, en la casa donde fueron esparcidas tus cenizas. Siempre tuviste miedo de ir al cementerio, y no quise dejarte sola.
Ahora vivo en un asilo. Mantengo tu foto al lado de mi cama y he colocado mi testamento… Quiero que mis cenizas descansen contigo.
Tal vez sea otra época, otro tiempo… pero, aun así,
te amo.