Hosanna

Hosanna

No recuerdo mucho de lo ocurrido la noche anterior, pero me encuentro en la sala de mi departamento, rodeado de desastre, sin camisa y con una botella de whisky que se niega a soltarse de mis débiles dedos, los cuales guindan fuera del mueble. Solo evoco que algunos compañeros me acompañaron por mi cumpleaños.

Ahora lo recuerdo: Todos se fueron a las cuatro de la mañana cuando entré en depresión por culpa del alcohol. Supongo que no quisieron ver como mi vida es una falsa sin sentido y que cuando tomo mucho; mis sentimientos se revelan en contra de mis principios.

En días como este, pienso en cómo sería mi vida si ella estuviera conmigo. Seguro que en vez de abrir mis ojos en medio de un desorden, ella me despertaría con un beso en los labios, y el olor a un desayuno con huevos revueltos, acompañado de pan y jugo de naranja, y por supuesto: la popular canción de cumpleaños feliz.

Pero no es así. Es solamente uno de tantos anhelos que atormentan mis días. ¿Cómo es posible que un hombre extrañe tanto a una mujer que ha hecho su vida con otra familia? Dejo la pregunta al aire y observo a una joven muchacha que limpia el caótico espacio.

Ha de ser nueva porque no la recuerdo. Ella usa auriculares mientras tararea una canción, haciendo el oficio que le han de haber encargado. Me siento un tanto apenado con ella, debe ser tedioso limpiar la mugre de alguien más.

Tiene el cabello recogido en una coleta alta y una pollina dividida, también puedo notar las visibles pecas en sus mejillas y nariz. No se ha dado cuenta de que el hombre para el que trabaja la mira con resaca desde el mueble.

Ella sigue tarareando una canción, pero en un momento, canta:

—Te anhelamos Santo Espíritu, oh gentil consolador...

Es interesante, ¿a qué espíritu se refiere? Una vez tuve una empleada que según ella invocaba a los no vivos.

Sí, he visto muchas cosas en mi departamento.

Sigo escuchando la canción, pero al parecer la termina y comienza con otra:

—Aleluya, Santo, Santo, Poderoso, El Gran Yo Soy.

Su voz es suave, transmite algo que no podría describir, pero calma un poco mis pensamientos al escucharla cantar.

Por encima del espaldar del mueble, mis dedos comienzan a seguir la melodía de su voz, como si estuviera tocando un piano, a la vez en que ella continúa canturreando una y otra vez, siento algo dentro de mí. Es como si mi corazón se achicara y me abrazara algo como una suave brisa que calma todo a mi alrededor.

Ella recoge las almohadas y canta otra vez:

—Santo Espíritu, prepara este lugar, fluye en mí tu rio, me quiero sumergir contigo.

Todo comienza a darme vuelta. La resaca parece querer matarme de nuevo, pero mis oídos están atentos a una voz que parece cambiar toda la atmósfera, la de una empleada que parece estarle adorando a su Dios:

—Tuyo es el reino, tuya es la gloria, tú eres digno, tú eres digno, y toda lengua confesará que no hay otro nombre igual, toda rodilla se doblará, ante el Rey de Reyes...

Sin saber en qué momento; caigo en un profundo sueño por primera vez desde hace mucho tiempo: he podido descansar sin tener que estar drogado.

Al despertar, me siento fuerte, el departamento se encuentra ordenado, bien limpio, pero percibo algo diferente dentro de él, como si de alguna manera hubiera más luz que antes.

Luego de darme un baño, trato de contactar con la empleada que estuvo aquí, pero nadie del personal puede darme alguna razón de ella.

Mi manager Freddie trae a mí una carta del extranjero que dice algo sobre un tío que ha fallecido en España. No puede interesarme menos, hace mucho que no sé de mi familia.

—¿Una carta? ¿En España no existe el Email o un mensaje de WhatsApp?

—Isaías, ellos no tienen más que tu dirección, y eso es porque una vez tuviste que mandarle a tu tío unos documentos, de resto, no tienen otra forma de contactarse contigo.

—Conmigo puede ser...  tu lo has dicho, pero cualquier persona puede hacerlo contigo.

—Quizás, pero seguramente vieron más efectivo el mandarte una carta que ibas a recibir en tus manos.

—No quiero tener nada que ver con esa gente, Freddie.

—Nunca me has contado sobre ellos.

Quito la mirada de sus ojos y veo un rincón de la sala con el ceño fruncido. Esa gente que dejé hace años, sigue dándome dolores de cabeza.

—Es mejor así.

Freddie contesta una llamada, he de imaginarme que es del estudio. Dentro de unos días debo firmar la renovación del contrato con ellos.

Me dedico a la música desde los dieciséis años cuando gané un concurso en la televisión, lo que me llevó a ser reconocido internacionalmente. Hoy en día me he ganado la fama "Del Hombre Con La Voz de Oro". Es que... cuando tomo el micrófono me vuelvo a la par con los instrumentos, volviéndome uno más, e imagino que camino entre los sonidos y me deslizo con ellos hacia los oídos de las personas. Mi corazón se entrega totalmente en ese momento.

La voz de la muchacha que cantaba mientras recogía mi departamento vuelve a mí, y puedo percibir que ella también lo hacía con el corazón.

—Oye, Freddie —le llamo una vez que cuelga la llamada—, ¿podrías averiguar algo por mí?

Él se acomoda en los cojines del mueble individual, no puedo creer que casi no cabe, debo hacer algo por él y mandarlo al gimnasio.

—A ver, ¿qué puedo hacer por su majestad?

Con los brazos cruzados le dedico una media sonrisa, de esas que él conoce bien.

—Es... una chica.

—Isa, no me vas a meter en tus asuntos con las mujeres. Mi mujer nunca me ha levantado la mano, para que vengan esas mujeres a marcarme el rostro con sus uñas postizas. ¡Casi me quedo sin esposa! —espero que deje de alterarse, se acomoda el traje y cruzando una pierna sobre otra, mira de nuevo a mis ojos.

—Escucha, no es lo que piensas, ¿sí? Es una muchacha que estaba limpiando cuando desperté, ella estaba cantando algunas canciones que hablaban de Dios.




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