Prólogo

Cada persona está marcada por pequeños momentos, por increíbles personas y por distintas acciones que hacen de tu vida el carrusel que conocemos. En fin, pequeños detalles que hacen única a cada persona de este mundo.
Cierro mis ojos y decido concentrarme solo en mi respiración e intento descifrar cuáles son esos detalles que me hacen única. Intento relajarme y pensar pero mi mente está totalmente en blanco, un blanco tan profundo que no logro encontrar ni la más mera señal de existencia. ¿Quién soy?; ¿dónde estoy?; ¿a dónde voy? Son frases que no logro hallarles una respuesta. 
Intento concentrarme solamente en lo que tengo certeza, o eso creo.
–Bien, me duelen los pies, eso quiere decir que he caminado bastante rato. Estoy en el bosque; lo sé por las copas de los árboles meciéndose sobre mi cabeza. –me empieza a dar mareo así que mejor la bajo.
Mis pies están agotados, por lo que decido sentarme un rato antes de seguir. No sé a dónde voy, pero sí sé que necesito salir de este bosque lo antes posible. Decido emprender de nuevo la marcha cuando siento que las hojas se mueven a mi izquierda; estoy segura que no es el viento. Ese sonido solo puede significar una cosa: peligro. Y no voy a resignarme a ser comida por un animal del bosque. 
Corro lo más rápido que dan mis pies, pisando piedras, ramas, todo lo que me encuentre en el camino. No miro atrás para ver lo que me sigue y tampoco quiero verlo. Mis nervios no me habían traicionado hasta ahora, pero escogieron el peor momento para hacerlo. Mi pie izquierdo me falla y caigo de bruces, resbalando con una piedra llena de musgo.
Estoy tendida en el suelo, sin posibilidades de moverme, y aún no sé qué es lo que me amenaza. Cierro los ojos lo más fuerte que puedo y noto como la hierba se me pega en la piel. Es una sensación relajante, pero asusta quedarse ahí para siempre; quedarse entre hierbas, piedra y hojas para siempre. Es agradable pero al mismo tiempo atemorizante.