Huellas Fragmentadas

14 Resguardo

Entré a casa y mi madre estaba en una llamada, así que aproveché y entré directamente a mi habitación. Pero ella no tardó mucho en ir tras de mí. La miré de pie en la puerta, sus ojos estaban hinchados, parece que había llorado demasiado.

<<En efecto soy una mierda de persona.>>            
Miré mis manos y luego a ella, decidí ser sincero.

—Madre, discúlpame, pero estos momentos no me encuentro bien, en ninguno de los sentidos, me siento de la fregada, así que por favor si me permites esta noche al menos para poder descansar, mañana te prometo que hablaremos, te llevaré a comer, te invito a una cita, solo tú y yo —la última frase la dije entre risas, al menos sé que sí puedo decir esa frase con ella.

La evidente tensión de su rostro y cuerpo se suavizaron un poco y una leve sonrisa apareció en su rostro, era casi una mueca, pero me miró con suspicacia, y sin decir nada me tomó la palabra.

En el momento en que cerró la puerta tras de ella, tomé el celular y….

 

¿Te puedo ver mañana por la mañana en el parque? No lleves al conejo.

Después me recosté en la cama y cerré los ojos, quedé dormido al poco tiempo. Soñé con conejos blancos que corrían en una playa, cuya arena era verde suave. Estaban muy lejos de mí, pero intenté seguir su rastro ya que no dejaban huellas, se borraban al momento en que las hacían y no era por culpa del mar si no de la arena.

 

Por la mañana, solo pensaba en mis dos citas del día, llamé a Otis para pedirle que me cubriera en los avances del trabajo, al menos lo único que me salía bien era mi trabajo, aunque Otis me reclame y ofenda, al final me cubre. De alguna manera él entiende que a veces lo necesito. Y también hay veces en las que me tiene que rescatar del trabajo. Me gusta mi trabajo, me gusta ser arquitecto, se me da muy bien, y es algo que me quitaba pendientes de todos los problemas que ya llevo sobre la espalda.

Llegué temprano al parque, había mucha gente, pero nadie de cabello plata.         
Me quedé en el lugar mucho tiempo, el suficiente para darme cuenta de que ella no llegaría. La gente ya comenzaba a escasear. Eran las dos de la tarde. Hora de comer. Así que revisé nuevamente la conversación y no caí en que nunca me había confirmado la cita. Una llamada de mi madre interrumpió…           
—¿Hola?, nos veremos en el parque San Antonio de Padua. Ya estoy aquí. —Mejor cambio las citas.       
—Está bien hijo, estoy cerca.            

Efectivamente no tardó en llegar. Subí a su auto y no pude dejar de mirar la entrada del parque y sus alrededores. De nuevo plantado. Mi madre me llamó avisando su llegada por lo que corrí a su encuentro. Nos fuimos del parque totalmente plantado, por segunda vez y decepcionado. La parte negativa que me esforcé por alejar de mí. Me gritaba que tenía razón. A pesar de que nunca me confirmó que iría, y aunque yo no me percaté de ello, en algún momento debió de haber visto el mensaje, debió de haberme llamado. Nadie ha pasado más de una hora sin ver su celular. Miles de excusas llegan a mi mente para justificarla y para enojarme con ella. Intenté dejar el tema por un momento.

Mi madre conducía, absorta en el camino. Por un largo tramo nadie dijo una sola palabra. Jugueteaba con mi teléfono en mano y mirando mi reflejo en la oscura pantalla del mismo, hasta que levanté la mirada percatándome que estábamos por llegar a casa.

—¿Qué sucede, olvidaste algo? — Su rostro era una mezcla de tristeza, inseguridad, miedo. Me asusté. —¡¿Qué te pasa?!

Lágrimas le brotaban a raudales, sin embargo, no emite sonido alguno, solo me sostuvo la mano fuertemente, su delicada y delgada mano me sujetaba con mucha fuerza como si su vida dependiera de ello.

—Tu padre fue apuñalado — Se cubrió la cara con su mano libre. En ningún momento pudo mirarme, pero fue firme en sujetarme mientras lloraba.

—¿Solo por esa estupidez lloras? —Sentía una ira incontenible.

—¡No me hables de esa forma! —Me gritó, ahora estaba molesta… ¿conmigo?

Intenté relajarme, pero no podía, me temblaban las manos, tenía los puños tensos. Pero allí, ambos, sentados en el coche, entendí que no me sujetaba por comprensión o por alguna especie de apoyo emocional. Me tomaba la mano para evitar que saliera corriendo. Se limpió las lágrimas suavemente sorbiéndose la nariz, clavó la mirada directo a mis ojos, en ese momento relajó su rostro molesto y apoyó su otra mano en la mía. Me tensé aún más, pero apreté su mano devuelta traté de no lastimarla, pero sí que sintiera, que no está sola, que estoy con ella. Muy a pesar de mi coraje.                
—¿Por qué motivo? —Intenté ser empático.

—Una riña

—¿Y cómo está?

—Hospitalizado pero estable.

—¿Cuándo pasó?                     
—Hace unas semanas, pero por su enfermedad no se recupera.
—¿Ya lo sabías?

—Apenas hoy por la mañana, pensaron que moriría.

<<Lo hubiera hecho>>.         

—¿Piensas hacer algo?
—Quiero verlo — En ese momento solté su mano. No podía mirarla. Ella rebuscó de nuevo sujetarme, pero lo evité. Pero ella como madre no me percaté que había colocado los seguros del coche.




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