Prometí quedarme cuando despertara. Prometí nunca olvidarme de sus ojos. Prometí que iba a amarlo siempre.
Era diciembre, todo el mundo esperaba en la medianoche para festejar el Año Nuevo, se cerraba el año del dos mil dieciséis. En ese momento, mi teléfono vibro dentro de mi campera, lo recogí.
"Laia, te lo pierdes. Iván cantará en el bar. Debes verlo, es muy loco."- me escribió Solange, mi mejor amiga y la típica chica popular de la secundaria.
"Ya tendré otra oportunidad, Sol"- le contesté porque ver a Ethan en un karaoke, sería una escena de gracia.
Siempre ame a New York desde la primera vez que pude verlo con mis propios ojos cuando tenía cuatro años, por ese tiempo mi madre estaba con nosotros. Era Manhattan, la ciudad que más vibraba de personas que circulaban por sus calles.
Estaba sentada en el sillón cubierta con una manta de la clínica del centro de New York, él estaba durmiendo. Era el único hombre que me importaba en este momento, él me necesitaba y estuve durante todos los años de la enfermedad con él. Mi papá. Era un héroe para mí, siempre me cuido y se puso en el papel de madre cuando ella se fue con su amante hace diez años ni siquiera le importó que mi padre haya tenido la mala suerte de contraer cáncer de páncreas. Escuche que la puerta se abría, allí estaba la enfermera que siempre lo cuidaba y cambiaba el suero, se fijaba en la pantalla del equipo del Holder como iba a sus pulsaciones, controlar que todo estuviera en orden en los términos clínicos. Me miró un instante, sonriéndome.
-¿Necesitas algo?- me pregunto acercándose a mí.
-Estoy bien.- le afirme con una sonrisa forzada porque había pasado muchas veces acompañándolo en mis tiempos libres.
-No entiendo que haces aquí, deberías estar con tus amigos divirtiéndote.- me dijo con su mirada simpática y su rostro redondo con manchas de edad.
-Prefiero quedarme con él.- le dije acomodándome en el sillón, estaba comenzando a dolerme la espalda de estar acurrucada.
La enfermera no dijo nada más, y se fue de la habitación. Me quedé viendo a mi papá descansar, los médicos me decían que tenía cerca de tres meses de vida. La enfermedad avanzaba mucho, el tratamiento no funcionaba. No sabía cómo sostenerme de todo esto. Tengo diecisiete años para que todo sea una complicación. Nunca estuve más sola que en estos momentos. Faltaban veinte minutos para un año nuevo. Un motivo que no me importaba para nada. Solamente, quería que él estuviera bien. Sólo poder verlo a mi lado, escucharlo cantar y abrazarme. Eso no estaba ni cerca de suceder. Deje que unas lágrimas cayeran ante todos esos pensamientos que tenía que solucionar por mí misma. Me reincorpore caminando bajo las tenues luces de la habitación, los tristes paredes que nos rodeaba y el ambiente climatizado.
Me senté en el sillón que estaba cerca de él. Su rostro tenía una tez pálida, sus ojos grises estaban cerrados y soñando poder bailar jazz conmigo, era nuestra manera de festejar nuestros logros. Sostuve su mano sin despertarlo, estaba caliente y temblorosa. La sala seguía siendo una tortura deberían volver a cambiar esos tonos grises de las paredes. Me volvían loca.
Mi familia estaba rota, no había relación con mis otros parientes. Los amigos de mi papá le ayudaron a pagarle los tratamientos, pero después, de enterarse que no había más solución decidieron abandonarlo. Yo no me di por vencida, comencé a trabajar en un bar nocturno, haciendo tragos y pasando música. No era mucho lo que pagaban pero al menos era un porcentaje de los costos médicos.
Los fuegos artificiales comenzaron a estrellarse en el firmamento, muchos colores y los gritos del hospital, donde otros pacientes, médicos, enfermeros y asistentes también lo festejan desde aquí. No tiene sentido, es un maldito año que no voy a disfrutar para nada.
Me había quedado dormida junto a la cama de mi padre, Elliot. Miré la hora en el celular, eran las seis de la mañana, bostece dos veces y me reincorporé de la silla para estirar mis brazos, la manta me había abrigado durante la noche y la calefacción del dormitorio estaba bastante cálido. Di unos pasos para ver que mi padre estuviera despabilándose, pero algo me perturbo. El equipo de control estaba mostrando una línea recta y los números negativos del ritmo cardiaco. No podía estar pasando esto, ¿por qué ahora?
Salí de la habitación con el corazón en la garganta, corrí a la oficina de enfermería. Había dos personas con ambos blancos, que estaban preparando café y comiendo donas, estaba nerviosa y asustada.
-Mi papá no respira.-les dije ahogada en desesperación.
-¿Puedes ir Robert? Tengo que llamar al médico de cabecera. Por cierto, ¿qué habitación están?
-¡Demonios! ¡No pueden actuar más rápido!¡Estamos hablando de una vida!-les espete molesta, Robert me miró con fastidio. No me importo.- Trescientos diez, al lado del baño del personal.
Robert dejó su desayuno, me siguió a grandes pasos. Mi corazón seguía acelerado. Cuando entramos, el enfermero revisó el equipo asegurándose que realmente mi padre haya fallecido mientras dormía. Me sentía impotente, sabía que ellos no podrían arreglarlo. Estaba hecho. Mi padre, Elliot Stuart había dejado este mundo para cuidarme desde el Paraíso de Ángeles.