Cuando volví a casa eran las diez de la mañana, caminaba por la avenida Madison. Buscaba las llaves del edificio, las imágenes de los últimos días de retraso en las clases y los temas del hospitales me estaban sacando la poca paciencia que tenía.
Me detuve a unos treinta metros de la esquina, me tropecé con un joven de cabello castaño y entretenido en su comic. Era Iván, sentado en los peldaños de la escalera de concreto y alzó los ojos para sonreírme, sin pensarlo me senté a su lado con aire de estar deseando dormir todo el día.
-¿Cómo estuvo todo?-me pregunto con tranquilidad, él era cuidadoso con la situación de mi padre.- ¿Estás bien? Porque, te siento perdida.
-Se fue esta mañana, Iván.-le conteste quitándome la bufanda, hice un ovillo con ella.- Mientras dormía, con una sonrisa como si estuviera soñando con su campo y cantando con Frank Sinatra.
-Al menos, sabes que se murió con alegría.- me dijo señalando que tenía que recordarlo con los buenos momentos y no con la travesía de la enfermedad.
Lo invité a subir al departamento dos, Iván tomó su mochila y me siguió al piso. No tome la opción de subir otra vez en el ascensor, porque aún el fuerte olor a ese chico me había quedado impregnado y podía notarse porque mi amigo mantenía un distancia previa. Pasamos junto a un traga luz de vitro rojo y verde, el día estaba nublado y el interior del edificio se convertía en un antiguo santuario.
Llegamos al departamento 2A, abrí lentamente la puerta donde el aire fresco nos golpeo con fuerza, las ventanas estaban abiertas y era extraño porque siempre cierro cada una de ellas. Iván sabía lo que estaba pasando, se propuso a investigar el interior y me dijo que tuviera el número de emergencias en línea. Iván podía ser muy dramático en ciertas ocasiones, pero era bueno que tuviera ese instinto de protección.
-¡Despejado!-grito Iván desde la sala.
Entré pasando junto al sillón, la sombra de Iván se movió tan rápido que grite pensando que se trataba de algún ladrón. Tenía el corazón acelerado, estaba asustada desde esta mañana temprano en el hospital, y mi amigo no tenía mejor idea que seguir provocando más terror.
-¡Sos un pelotudo!-le dije molesta, lo golpee con mi campera y él se reía satisfecho de sacarme algún grito de espanto.
Deje la mochila en el sillón de la sala de estar, tome el teléfono de línea escuchando los mensajes del contestador. Me sorprendió que mi tío paterno se comunicara luego de un año, era el único que se había preocupado y apoyado a mi papá en la enfermedad sin hacerse presente, sólo dando cheques para cubrir los gastos. Otra llamada de mi mejor amiga, Crystal, le decíamos Kitty por ser fanática de aquel dibujo animado. El otro era de mi primo Thobias que había llegado de Francia. Decidí ir a la casa de Kitty a la tarde, necesitaba distraerme de lo ocurrido.
-Preparé café y unas tostadas.-dijo Iván proponiéndose a ingresar a la cocina que se conectaba con la sala.
-En un rato vuelvo.-le dije caminando hacia mi habitación.
El dormitorio daba al otro edificio con la distancia de un callejón sin salida. Odiaba este lugar, me molestaba los ruidos de los vecinos y la maldita batería del chico de al lado. Tomé la laptop del escritorio, la encendí y entre a internet. Tenía que buscar una explicación a lo ocurrido, que significaba esas palabras y porque podía ver personas con estados espirituales. No recuerdo haber presenciado algo como esto.
Busque el significado de los auras, se trataba de que los colores que son muestras de los caracteres y las maneras de ver el mundo de las personas. Los colores son fijos, hay veces que varían según los cambios que se presente psicológicamente. Por otro lado, el significado de la palabra en hebreo del chico del ascensor, era Nephilim; Mitad humano, mitad ángel.
-¿Tenes azúcar?-me grito Iván, pegué un salto de la cama dejando caer una fotografía de mis padres en su juventud.
-¡En la alacena al lado del horno!-le contesté rodeando los ojos.
La foto tenía unos veinte años sacada en la boda de mis padres en Long Island, vestidos de gala y sonriendo con tanto afecto que lograban motivarme por mis sueños. Guardé la computadora en el escritorio, debajo de un portarretratos coloque la foto perdida.
Pase al comedor donde Iván estaba sacando las últimas tostadas, me senté con pesadez y hundí mis manos en mi rostro triangular, de tez blanca y algunas pecas sobre mis pómulos. Mi amigo se sentó enfrente con su taza, tratando de descifrarme porque estaba claro que no sólo estaba perdida por Eliot, si no porque estaba manifestado un cambio espiritual.