Huracán.

Capítulo once.

«Sufrir sin quejarse es lo único que tenemos que tener presente en la vida

Puede que sea verdad, puede que te mienta, o simplemente puede que sea una frase dicha por cualquiera que en un arrebato de estupidez lo escribió.

Cuando vives cosas que no estás dispuesto a contar por miedo, vergüenza, o qué sé yo, comienzas a comprender lo que quiere decir verdaderamente.

Quejarme de mis problemas y que gente me viera hacerlo abiertamente simplemente me volvió débil ante sus ojos.

Me volvió débil porque me resigne a la vida que tenía y no quería.

Me volvió débil porque no veía salida en ningún lado.

Me volvió débil porque entre más me quejaba de las cosas, por alguna extraña razón, después siempre ocurría algo peor.

Me hacía ver miserable.

Yo me sentía miserable.

Pero me veían así porque yo lo quería, porque en ningún momento se me ocurrió ponerle un alto y dejar de hundirme en mi mundo de tristeza.

Entonces simplemente lo dejé.

Deje de tirarme mierda y levanté mi cuerpo del suelo para enfrentarme a lo que sea que venía.

Al menos, lo intentaría.

Si la vida quería golpearme, pues que venga, con mucho gusto iba a demostrarle que no solo era una niña la cuál lloraba por todo lo que le ocurría.

Ocurrió después de una de las tantas golpizas de mi padre, me encontraba en el hospital llena de moratones y con la dignidad por el suelo. Me creía la mejor porque al enfrentarlo dejaba salir poco a poco todo el resentimiento que cargaba en mi después de la muerte de mi madre.

O lo que se dice fue la muerte de ella, un día simplemente ella no volvió a despertar más.

Fue entonces, cuando un ronquido interrumpió el hilo de mis pensamientos, en ese instante vi al chico que me había salvado de una muerte segura. Se encontraba recostado en un sofá de la pequeña habitación de hospital dormido en una posición que parece muy incómoda.

No supe si sentirme agradecida por lo que hizo por mi, o avergonzarme por el simple de que por fin supo la razón por la que no quería que conociera a mi padre.

El corazón comenzó a latirme con frenesí, Evan traía un buso gris y las ojeras bajo sus ojos remarcaban el cansancio que habría de tener. Su hermoso cabello oscuro se encontraba desordenado y la poca barba creciente en su cara me hace creer que no se ha movido de aquí ni un solo instante desde que me trajo.

Trae la misma ropa con la que irrumpió en mi casa, su pantalón trae manchas de sangre y sus nudillos se encuentran lastimados.

«El hizo eso por ti.»

Un millar de emociones arremeten con fuerza dentro de mi pecho, y lo único que puedo hacer es sentirme agradecida con todo lo que ha hecho por mi. Con todo lo que me ha dado y lo mucho que me ha hecho sentir.

Las lágrimas comienzan a hacer presencia y cuando intento secarlas el dolor se hace presente.

¿Cuántos días llevo aquí? No tengo idea, pero, si me dejo llevar por su aspecto no deben ser pocos.

Los cables conectados a mi cuerpo y el ruido de la maquina que controla mis signos vitales comienzan a hacerme sentir asfixiada, atrapada, se siente como si el aire que llegara a mis pulmones no fuera suficiente y, sin importar el dolor en mi cuerpo cada que intento moverme, comienzo a quitar cada cosa que se encuentra conectado a algunas de mis extremidades.

De un momento a otro, la habitación se llena de ruidos y no puedo entender nada de lo que sucede a mi alrededor. Me encuentro desconectada de mi realidad y por un instante, cada golpe que recibí se siente como si estuviera sucediendo ahora mismo.

Un par de brazos me sostienen de los hombros y las sombras que se mueven con prisa en la habitación comienzan a volverse menos borrosas. Murmullos y exclamaciones se oyen a lo lejos pero me es imposible entender lo que dicen, lo único que deseo en este instante es salir de aquí.

Necesito salir de aquí.

Nada sirvió, las sacudidas y los llamados lo único que logran es impacientarme cada vez más.

El pinchazo que recibo en el brazo me toma por sorpresa, las figuras quien en un principio eran borrosas me muestran quienes se encuentran en la habitación, una enferma se encuentra a mi lado y en el resto del cuarto hay personas de blanco que no tengo idea de como identificarlas. El sueño comienza a hacerse presente en cada parte de mi y aunque no quiera, sé que en cualquier momento voy a caer en un estado de semiinconciencia. Dejo de sentir las extremidades y justo antes de caer rendida, lo último que veo son unos ojos preocupados a unos cuantos pasos de mi, siendo arrastrados fuera de la habitación por lo que parece una enfermera.
   
  

 

Harper.

El camino hacia su departamento fue corto, Connor, siendo discreto, hizo creer que no inventé una muy mala excusa para no querer hablar del beso y simplemente bromeó sobre cualquier cosa haciendo que suelte algunas risas. En algún punto del camino, las risas cesan y con certeza sabía que quería hablarme de ella, era necesario, necesitaba saberlo.

Pero en este momento no estaba segura de como afrontar lo que quisiera decirme.

—¿Conoces ese auto? —Cuestionó, su voz me sacó de la profundidad de mis pensamientos y aún cuando intenté buscar por el retrovisor el maldito auto del que hablaba, no logré encontrar nada.

La carretera detrás de nosotros se encontraba sola. Desierta. Desolada.

Connor pareció notar mi confusión, entonces suspiró y detuvo el auto aparcándose.

—Me refiero al auto que estuvo cerca tuyo cuando estabas esperando afuera, en ese momento llegó tu amigo. —Aclaró.




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