Hybrid - Fase I

Capitulo II - Ecos Bajo la Superficie

La lluvia cae como un susurro persistente sobre el asfalto. Las hojas de los árboles tiemblan con cada gota. El cielo está encapotado. No hay rayos, ni truenos. Solo una melancolía constante. Zane se apoya contra el poste bajo el techo de la parada, la capucha de su campera cubriéndole parte del rostro. Tiene los auriculares puestos, pero la música está pausada. Solo escucha su respiración y la lluvia. Del otro lado de la calle… aparece Sienna. Lleva su mochila sobre un hombro y un paraguas rojo, decorado con dibujos de cerezas apenas visibles. Cruza apurada, esquivando los charcos, hasta que se detiene junto a él. Zane la ve de reojo, algo tenso.

Silencio.

Ambos esperan. A veces miran hacia la calle. A veces al cielo. No se dicen nada. Pero entonces, Sienna nota que Zane no tiene paraguas. Y sin decir palabra, se le acerca… y extiende el suyo. Zane parpadea. La mira.

ZANE (en voz baja):
—Gracias…

Ella asiente. No habla. Solo se acomoda para que ambos entren bajo la pequeña sombrilla, sus hombros apenas rozándose. Empiezan a caminar. La vereda está casi vacía. Nadie más espera el bus; parece que el destino los dejó solos. A mitad de cuadra, Sienna nota algo en el brazo de Zane. Una cicatriz, fina pero profunda, en su antebrazo izquierdo. Él tenía la manga levemente remangada, sin darse cuenta.

Sienna se detiene, le pone la mano suavemente en el brazo para que no siga caminando.

SIENNA (con voz suave, casi un susurro):
—¿Y eso?

Zane baja la vista. Se queda en silencio unos segundos. No se escapa. No miente. Pero tampoco responde enseguida. Finalmente, y con los ojos en el suelo:

ZANE (casi sin aire):
—No es de una pelea. Si eso pensás. Es de cuando me cansé… de todo.

El paraguas queda inmóvil entre ellos. El mundo sigue lloviendo alrededor, pero por un momento, es como si todo el ruido se apagara. Sienna lo observa con una mezcla de compasión y respeto. No dice "lo siento". No lo abraza. Solo le toma la mano. Firme. Honesta. Caminaron el resto del camino sin decir una palabra más. Pero después de eso, ninguno volvió a sentirse solo.

El cielo está despejado tras la lluvia. Zane y Sienna caminan en silencio bajo el paraguas hasta llegar al enorme portón de su casa. La mansión Monroe se alza imponente, iluminada sutilmente por faroles de jardín y una fuente central que burbujea con elegancia.

ZANE (mirando el lugar, medio incómodo):
—Tu casa… parece salida de una película.

SIENNA (encogiéndose de hombros, sin soberbia):
—Es grande, sí… pero muchas veces, también se siente vacía.

Zane asiente. Sabe lo que quiere decir, aunque venga de mundos distintos. Ella se gira, lo mira a los ojos. Hay un momento de silencio, pero no es incómodo. Es cálido.

SIENNA (con una sonrisa suave):
—Gracias por caminar conmigo. Y si alguna vez necesitás hablar… lo que sea… yo estoy.

Le da un beso en la mejilla. Zane se queda quieto un segundo, como si el tiempo se congelara. Ella abre el portón con el control y entra sin mirar atrás, aunque su sonrisa permanece. Zane la observa un instante más… luego se da vuelta y se va, con la lluvia ya convertida en neblina.

Más tarde, Zane entra a su casa silbando bajito, con una leve sonrisa que intenta disimular. Se sacude la campera, la cuelga en el perchero y avanza hacia la cocina. Jon lo espera ahí, tomando un café.

JON (mirándolo de reojo):
—¿Y ese silbido, Romeo? ¿Conociste a la Julieta del barrio?

Zane se ríe entre dientes mientras se sirve un vaso de jugo.

ZANE (sin mirarlo):
—No sé de qué hablás…

JON (alzando las cejas, divertido):
—Claro que no. Pero por las dudas, guardá ese tono de voz para las citas, no para las partidas.

ZANE (sonriendo más):
—Demasiado tarde… tengo a Ethan y sus amigos esperándome para jugar.

Sube las escaleras de dos en dos, dejando una estela de energía juvenil. Jon lo mira irse, niega con la cabeza con ternura y susurra:

JON (para sí mismo):
—Ese chico… cada día crece más.

Desde la habitación se escuchan risas y gritos de juego:

ETHAN (desde Discord):
—¡DALE ZANE, RUSHEÁ CONMIGO, ANIMAL!

ZANE (riendo):
—¡Ya voy, ya voy, pará que recargo la Spectre!

Días después, en la clase de arte, el aula huele a témpera, papel mojado y marcadores. La profesora Carson pasea entre los alumnos, comentando sobre sombras, volumen y perspectiva. El murmullo suave de los lápices sobre el papel es lo único que llena el ambiente. Excepto en una esquina.

Zane está sentado con el mentón apoyado en una mano, el lápiz girando entre sus dedos. Su hoja está casi vacía, salvo por unas líneas cruzadas que no tienen sentido. Odia el arte. Lo aburre. Lo agobia. Pero sobre todo, no entiende por qué tendría que “expresar sus emociones en papel”. Ya lidia bastante con ellas en su cabeza.

PROFESORA CARSON (desde el fondo del aula):
—¡Recuerden que no tienen que ser perfectos! ¡Solo sinceros!

Zane revira los ojos y murmura:

ZANE (en voz baja):
—Genial. Sincero sería dibujar una cama y dormirme.

Pero algo lo impulsa a mover el lápiz. Sin pensarlo. Sin esfuerzo. Como si la mano tuviera memoria propia. Primero, una línea curva… luego otra. Un mechón mojado. Unas pestañas largas. Una expresión tranquila, como un suspiro que no termina de salir. Y sin darse cuenta… ya tiene media hoja ocupada.

Cuando levanta la mirada, se sorprende. Ahí está. No puede negarlo.

Es ella.

El pelo pegado a la frente, igual que aquella tarde bajo la lluvia. Los ojos, entre nostalgia y paz. Su rostro de lado, como si estuviera a punto de decir algo… o a punto de irse.




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