El sol pegaba suave sobre el patio lateral de Brighton High, cerca del bosque que lleva al faro abandonado, donde el césped parecía más verde que de costumbre, como si supiera que estaba a punto de presenciar algo que ningún colegio secundario debería presenciar jamás.
Zane y Sienna se habían alejado del bullicio central, refugiándose cerca de un viejo roble y de los bancos medio torcidos que casi nadie usaba. Ella se sentó sobre uno con las piernas cruzadas, mientras él se mantenía de pie frente a ella, con una sonrisa contenida en el rostro.
ZANE (alzando una ceja, con picardía):
—¿Estás lista para ver algo que probablemente desafíe todas las leyes de la física, la lógica y la sanidad mental?
SIENNA (rodando los ojos, sin evitar una risa):
—Dale, drama king. ¿Qué vas a hacer ahora? ¿Caminar sobre agua embotellada?
Zane respiró profundo, y entonces lo hizo. Levantó las manos despacio, y en cuestión de segundos, dos auras comenzaron a recorrerle los brazos. Una roja, densa, ardiente como magma vivo. La otra, dorada, suave, vibrante, casi musical. Ambas se entrelazaban como si fueran ríos de energía opuestos fluyendo al mismo tiempo bajo su piel.
Sienna se cubrió la boca con una mano, sorprendida.
SIENNA (ojos brillando, asombrada):
—No puedo… no puedo creerlo. Es decir, sé que me lo contaste. Sé lo que sos. Pero verlo así… tan de cerca…
ZANE (bajando las manos, apenas):
—¿Querés más?
SIENNA (dudando):
—¿Qué más podés hacer?
Zane no respondió. Solo se alejó unos pasos, luego desapareció con una estela de viento. Y reapareció tras ella en menos de un segundo.
ZANE (guiñando un ojo):
—Supervelocidad.
Volvió al centro. Se flexionó. Saltó. Y no cayó. Se elevó unos metros por encima del suelo, flotando como si el aire lo sostuviera con reverencia.
ZANE (dando una voltereta en el aire):
—Vuelo.
Apretó un puño, lo clavó en una roca cercana, y la destrozó en mil pedazos sin esfuerzo.
ZANE (flexionando un bícep):
—Superfuerza.
SIENNA (levantándose de golpe, fascinada y aterrada):
—Zane, esto es demasiado. ¿Qué va a pasar cuando tengas que usarlos de verdad?
Pero la respuesta no vino de él. Vino de otra voz. Serena. Grave. Tranquila. Pero con un filo oculto.
GABRIEL (voz grave):
—Tal vez deberías preguntarte qué pasará… si los usa cuando no debe.
Sienna giró de inmediato. Unos metros más atrás, parado con los brazos cruzados y expresión severa, estaba el consejero Adams.
SIENNA (gritando, con una mano en el pecho):
—¡Ay por Dios! ¡Zane, bajá! ¡Nos está viendo!
ZANE (sonriendo sin bajar la altura):
—Tranquila, Sien. No te preocupes por él.
GABRIEL (con una ceja levantada):
—Zane.
ZANE (descendiendo con gracia):
—Ya sé, ya sé. “Tenés que ser discreto”, bla bla bla.
SIENNA (mirándolos a ambos):
—¿Se… conocen? Es decir, no como alumno Draven y consejero Adams. Si no a... ya sabén de qué hablo.
ZANE (rascándose la nuca):
—En realidad, sí. Sienna… él no es solo el consejero Adams. Es el arcángel Gabriel. El Mensajero de Dios, el hermano de mi papá celestial, Zadkiel.
Silencio. El rostro de Sienna perdió color. Abrió la boca. Volvió a cerrarla. La volvió a abrir.
GABRIEL (chasqueando los dedos frente a ella):
—¿Hola?
SIENNA (mirándolo a él, luego a Zane, luego a él otra vez):
—¿Gabriel… como el de verdad? ¿El de las historias? ¿El del “no temáis”?
ZANE (asintiendo):
—Ese mismo. Aunque últimamente está más en plan “teman un poquito”.
Ella lo miró de nuevo, tragó saliva, y dio dos pasos hacia atrás.
SIENNA (murmurando, girando sobre sus talones):
—No sé qué decir. Esto es… demasiado. Un gusto conocerte, supongo. Yo me voy a tomar un recreo. Interno.
Y se fue, caminando rápido hacia el edificio, los brazos cruzados, las ideas hechas un nudo. Zane la vio alejarse y soltó una risa por lo bajo.
ZANE (negando con la cabeza):
—Bueno… al menos no gritó.
GABRIEL (sin cambiar el gesto):
—¿Querés de paso llamar a la BBC? Contales. Hacé una rueda de prensa.
ZANE (encogiéndose de hombros):
—Ay, no seas tan dramático. Solo era un momento íntimo. Entre dos adolescentes… Y un arcángel encubierto.
GABRIEL (tapándose los ojos con una mano):
—Dios nos dé paciencia… porque fuerza ya tenemos.
Zane sonrió y trotó tras Sienna, mientras Gabriel se quedaba ahí, viendo cómo la línea entre lo divino y lo humano se volvía cada vez más delgada.
El patio del gimnasio de Brighton High está bañado por un sol suave de otoño. Las hojas crujen bajo los pies, y los murmullos de los alumnos llenan el aire. Cerca del árbol que bordea la cancha de básquet, Zane y Ethan se apoyan contra una baranda, observando en silencio el grupo de chicas que ríen, pero no del todo.
ZANE (en voz baja, con mirada tensa):
—La noto distinta…
ETHAN (cruzándose de brazos):
—¿Sienna? Vos también lo estás, hermano. Están como dos satélites desenfocados.
Zane no responde. Se queda mirando mientras Sienna se acerca a sus amigas, que charlan entre libros y bolsas del almuerzo.
CHLOE (mordiéndose una uña, con tono curioso):
—Che, Sien… ¿todo bien? No sé, estás como ida estos días.
SOPHIA (mirando hacia Zane a la distancia):
—Y él también. Zane está… raro. Tipo raro-raro. Como si estuviera ocultando algo.