Hybrid - Fase I

Capítulo V - El Día que Callaron las Sombras

Martes. Aunque ninguno necesitaba mirar el calendario para saberlo. El aire ya lo decía todo: pesado, espeso, como si la semana cargara con la resaca emocional del baile de anoche.

El baile… Ese maldito evento donde todo pareció vibrar un poco más fuerte, donde las miradas se cruzaron con filo y algunas máscaras empezaron a resquebrajarse.

El cielo sobre Seabreeze amaneció más gris de lo habitual. No llovía, pero el aire era denso, como si el mundo contuviera el aliento antes de un sismo emocional. En el patio trasero del colegio, junto al banco de piedra que usaban como punto de encuentro no oficial, Zane y Gabriel estaban sentados en silencio. Los alumnos comenzaban a llegar, pero ese rincón estaba todavía vacío. Como si incluso los demás intuyeran que ese día… algo iba a cambiar.

Zane tamborileaba los dedos sobre el respaldo del banco, con la mirada clavada en el horizonte. Gabriel lo observaba de reojo por encima de sus lentes.

ZANE (rompiendo el silencio):
—Anoche, durante el baile… en el gimnasio. Después de que saqué de encima a esa hija de mil puta de Lia. Juro por lo que quieras que la escuché decir algo que no tiene sentido. Me llamó Azrael. Me llamó por mi nombre celestial, Gabo.

Gabriel suspiró. Se quitó los lentes lentamente, limpiándolos con la parte inferior de la camisa, como si ganara tiempo.

GABRIEL (murmurando):
—Entonces ya no tiene sentido ocultártelo. Creí… que podría manejarlo. Que podría mantenerla a raya sin alterarte. Pero me equivoqué.

ZANE (frunciendo el ceño):
—¿De qué estás hablando?

Gabriel giró el rostro hacia él, ya sin la sonrisa relajada que solía tener cuando hacía de "consejero Adams". Ahora hablaba como lo que era: un arcángel.

GABRIEL (voz firme):
—Lia Morningstar no existe, Zane. Su nombre real es Lilith. La reina de los súcubos infernales. Seguramente fue enviada por Lucifer antes incluso de que vos y tu familia se mudaran a Seabreeze. Ya conocía el terreno. A los alumnos. A vos.

Zane apretó los puños. La ira le subió en un segundo. El aura le palpitó en los ojos.

ZANE (tratando de estar calmo):
—¿Y vos sabías esto? ¿Desde el principio?

Gabriel aguantó su mirada. No se defendió, pero tampoco se encogió.

GABRIEL (seco):
—Sí.

ZANE (poniéndose de pie):
—¡¿Y no me dijiste nada?! ¡¿Me dejaste hablar con ella todos estos días, pensar que era solo una alumna más, sin decirme una mierda?!

GABRIEL (levantándose también):
—¡Porque te estaba vigilando! No se acercó lo suficiente a hacerte daño. Pensé que si intervenía sin pruebas iba a exponernos a todos… y a vos.

Zane apretó la mandíbula. Respiró hondo. Los nudillos se le pusieron blancos. Pero… luego se calmó. Bajó la mirada.

ZANE (voz baja):
—Está bien. Lo entiendo. Querías evitar el caos.

GABRIEL (asintiendo):
—Pero hay algo más.

Zane lo miró con cautela.

GABRIEL (cerrando los ojos levemente):
—Semanas atrás, cuando la enfrenté en los pasillos… me advirtió que mantenga a Sienna alejada de ella.

Los ojos de Zane brillaron. Literalmente. Rojo y dorado. Como un eclipse contenido. Gabriel retrocedió medio paso.

GABRIEL (levantando las manos):
—Zane… no hagas nada estúpido.

ZANE (mirándolo fijo):
—No, claro que no. Tranquilo.

Pero una de sus manos, tras la espalda, cruzaba los dedos.

El pasillo sur del colegio estaba vacío a esa hora. La mayoría de los alumnos ya estaban en clase o dando vueltas en los pasillos principales. Lia estaba sola.

Se encontraba frente a su casillero, acomodando unos libros, revisando su espejo de bolsillo, aplicándose brillo labial con ese gesto tan ensayado como letal. Y al cerrar la puerta de golpe, una sombra apareció frente a ella.

Zane. El rostro endurecido. Los ojos apagados por furia contenida. La mandíbula marcada por la tensión.

LIA (tono seductor, ladeando la cabeza):
—¡Uy…! ¿Te arrepentiste de haberme empujado anoche?

Zane no le contestó. La agarró de las muñecas con fuerza. La estampó contra los casilleros con un golpe seco. Lia dejó escapar una risa… su tono cambió. Más grave. Más real.

LIA (casi gutural):
—Ah, sí. Así me gusta…

ZANE (gruñendo entre dientes):
—Callate. Ya sé bien quién sos.

Los ojos de Lia brillaron con fuego demoníaco durante un segundo. La máscara se resquebrajó. Zane acercó su rostro al de ella.

ZANE (tono amenazante):
—Escuchame bien. Si te volvés a acercar a Sienna, si la tocás, si respirás cerca de ella… te parto a la mitad. Y te mando de vuelta al Infierno en frascos separados.

LILITH (con la misma intensidad, acercando su rostro):
—Así que Gabrielito no se pudo aguantar, ¿eh? Tanto secretito… Se terminó el jueguito. ¿Querés saber qué soy, sin caretas? Soy poder. Soy devoción. Soy lujuria. Soy la perdición misma envuelta en carne. Podés tenerme. Podés tenerlo todo. Yo puedo darte lo que Sienna jamás va a entender.

ZANE (sin parpadear):
—No quiero nada de vos. Quiero que te alejes de mí. De ella. Y de todos.

Soltó sus muñecas con violencia contenida y se alejó caminando. Sus pasos dejaban pequeñas marcas de energía roja y dorada sobre el piso encerado. Chispas de poder. Advertencias. Furia apenas sostenida.

Pero antes de que el fuego se expandiera… se apagó. Zane desapareció tras una esquina, con la sombra tragándoselo.

Lia… o mejor dicho, Lilith en su plenitud, se quedó sola. Indignada. Herida en su ego. Lo observó irse con la respiración alterada.

LILITH (chirriando):
—Maldito híbrido…




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