Flashback
El salón de las Estrellas Caídas estaba sumido en un silencio sagrado. Allí no había relojes. Ni gravedad. Ni tiempo que pudiera medirse. Solo planos suspendidos, constelaciones que flotaban en calma, y columnas de luz que brotaban del infinito. En el centro del vacío cósmico, de pie con la espalda recta y las alas plegadas, Gabriel aguardaba.
Su rostro estaba sereno, pero sus ojos cargaban la preocupación de un padre que no sabe si el sobrino que finalmente encontró entenderá alguna vez el porqué de su origen.
Y entonces, sin truenos ni trompetas, la voz llegó. No desde arriba. No desde fuera. Desde todas partes al mismo tiempo. Dios se materializó a su lado, con su altura dominante, su postura erguida y su porte siempre majestuoso. Pone una mano en su hombro.
DIOS (imponente):
—¿Qué te perturba, Gabriel?
GABRIEL (bajando la cabeza):
—Zane.
Una pausa. El silencio se volvió más denso, pero no incómodo. Solo presente.
GABRIEL (negando con la cabeza):
—Se lo tomó mal. La verdad… lo sobrepasó. Es mucho. Para cualquiera… pero más para alguien que, hasta hace unos meses, se pensaba un pibe más.
DIOS (con compasión, pero firme):
—No existe receta para aceptar una verdad tan grande. Ni línea recta que lleve del “no saber” a la comprensión. Zane tiene que construir su identidad de a poco… sin presión. Sin intervención.
GABRIEL (alzando la mirada, preocupado):
—¿Y si se encuentra con un demonio en el camino? ¿Con una amenaza real? ¿Lo dejo solo?
DIOS (con calma):
—Si estás siempre ayudándolo… Si siempre estás apareciendo antes del golpe final, si cada herida es evitada por tu mano o la de los otros… entonces nunca va a descubrir lo que lleva dentro. Nunca va a arder. Y solo el fuego puede templar lo que él debe ser.
Gabriel cerró los ojos un instante. Lo entendía. Lo aceptaba. Pero le costaba.
GABRIEL (cerrando los ojos):
—¿Y si no aguanta?
DIOS (mirando al horizonte):
—Entonces no era el elegido.
El silencio se hizo otra vez. No por crueldad. Sino por certeza.
DIOS (con eco más suave):
—Pero lo es. Y lo sabés. Solo que aún no se lo cree.
Gabriel se quedó allí, mirando el vacío estrellado, dejando que las palabras se asentaran.
Volviendo al presente...
El asfalto seguía humeando bajo los pies de Zane. Los edificios temblaban a lo lejos. El cielo de Manhattan estaba teñido de un rojo enfermizo.
LEGIÓN (con voces múltiples resonando, algunas gritando, otras susurrando):
—Azrael… finalmente nos encontramos.
ZANE (con confianza excesiva, girando los hombros):
—Vamos… veamos de qué sos capaz.
Zane cargó. Cada paso creaba ondas en el suelo, sus puños envueltos en energía divina y demoníaca que chispeaba como relámpagos encadenados. El primer impacto fue brutal: directo al pecho de Legión. El demonio retrocedió unos metros… pero sonrió.
LEGIÓN (riendo con todas sus voces, resonando como un coro maldito):
—Golpeá… más fuerte, pequeño dios.
ZANE (entre dientes, endureciendo la mirada):
—Con gusto.
Se desató una tormenta de golpes. Zane se movía como un relámpago bendito, descargando su furia con precisión quirúrgica: un rodillazo ascendente, un uppercut con chispas doradas, una media vuelta seguida de un puñetazo explosivo. Pero Legión aguantaba. Su cuerpo distorsionado parecía absorber el daño como si se alimentara de él.
Las almas atrapadas en su interior gritaban. Rostros deformados por el dolor asomaban entre su carne oscura. Cada uno que sufría, debilitaba un poco más el espíritu de Zane.
ZANE (jadeando, sintiendo la presión, perdiendo fuerza):
—¿Qué… mierda… sos?
LEGIÓN (voz distorsionada, con eco sobrenatural):
—Somos Legión, porque somos muchos. Y vos sos solo uno.
Zane intentó esquivar, pero Legión ya estaba encima. Lo levantó con un solo brazo, tomándolo del cuello como si fuera una muñeca rota. Luego lo estampó contra el suelo. El impacto generó un cráter de varios metros. Zane apenas respiró antes de que una patada lo volara por los aires, atravesando la fachada de un rascacielos. Diez pisos destruidos en su vuelo.
LEGIÓN (voz coral, triunfal, mientras caminaba hacia el edificio derrumbado):
—Somos la suma de millones de almas. ¿Y vos? ¡Sos solo un niño con complejo de dios!
El polvo todavía caía en cascadas desde los pisos destruidos cuando Zane emergió lentamente de entre los escombros. Su rostro tenía un corte profundo sobre la ceja, el labio partido, el cuerpo marcado por golpes imposibles.
Sangraba. Jadeaba. Pero se ponía de pie.
ZANE (entre dientes, tambaleante):
—No terminé… todavía…
Una sombra se deslizó detrás de él.
LEGIÓN (voz demoníaca múltiple, como cuchillos dentro del oído):
—Sí… Sí que terminaste.
Antes de que Zane reaccionara, Legión lo atravesó. Un hueso de su propio brazo se había alargado como una lanza, perforando el costado del hombro del Híbrido. Zane gritó, pero el sonido fue ahogado cuando Legión lo azotó de nuevo contra otro bloque de edificios, rompiendo ventanas, techos, columnas. Una lluvia de ladrillos.
En el aire, tentáculos oscuros salieron del cuerpo de Legión como látigos de sombra. Rodearon a Zane, lo inmovilizaron. Piernas, brazos, cuello. Lo dejaron colgando en el aire como un trofeo de caza. Y lo peor… todo eso se transmitía en vivo. Las cámaras lo mostraban al mundo.
LEGIÓN (voz coral, con burla casi religiosa):
—¿Querés ver por qué no podés ganarme?