La llamada no sonaba. Ni siquiera entraba al buzón. Solo un silencio roto por los tres puntos suspendidos que titilaban en la pantalla.
Sienna bajó lentamente el celular, con los dedos helados a pesar de estar en la cocina climatizada. El vapor del té que Victoria le había preparado se perdía en el aire como un suspiro que no alcanzaba a aliviar nada.
VICTORIA (murmurando, apoyando una mano en su hombro):
—Estará bien. No debe ser nada del otro mundo, hija. Tal vez solo… necesitaba tiempo.
Sienna bajó la mirada. No lloraba. Ya no. Solo hablaba en un hilo de voz.
SIENNA (titubeando):
—Lo vi, mamá. Vi un lado que no conocía… o que conocía demasiado bien. Y volvió a asomar. Implacable. Frío. Oscuro.
Desde la biblioteca de la mansión, Alexander apareció con una copa en la mano. Observó el rostro destruido de su hija… y dijo sin mirarla:
ALEXANDER (balanceando la copa):
—Podés sacar al chico del demonio… pero no al demonio del chico.
El silencio que siguió fue brutal.
Sienna lo fulminó con la mirada. No dijo una palabra más. Pero no le hizo falta.
En su cuarto, Ethan estaba tirado en la cama, los ojos rojos. Los dedos se movían rápido sobre la pantalla.
ETHAN (inquieto):
—Dale, loco… respondé…
Le escribió por WhatsApp. Por Instagram. Le mandó memes. Audios. Nada.
Hasta que finalmente… un solo mensaje llegó.
ZANE (por Whatsapp):
—Estoy en la bodega del muelle. La de siempre. No le digas a nadie. Sé que vos vas a entender. Solo necesito… silencio. Gracias por respetarlo.
Ethan se sentó de golpe. Volvió a escribir. Mensaje no entregado. Zane había apagado el teléfono.
En la casa Draven, Liz miraba el reloj por décima vez. Marcaba las dos de la mañana. Nadie dormía.
LIZ (con el celular en la mano):
—Esto no es normal. No contesta. No responde. No lo vieron en la escuela. Y esos demonios… están por todos lados. ¡¿Y si lo volvieron a poseer?!
JON (levantando la mano para calmarla):
—Liz…
Ella iba a marcar al 911. Jon le apoyó la mano sobre los dedos. Firme. Callado.
JON (abrazándola de costado):
—La policía no va a ayudar en esto. Solo lo empeorarían. Hay cosas que no pueden manejarse con esposas ni patrulleros.
Ryan estaba sentado solo en el parque, mirando un mensaje que tenía escrito desde hacía semanas. Era para Sienna. Nunca se animó a mandarlo. Tampoco ahora. Pero el nudo en el pecho ya era otra cosa. Y empezaba a pensar que, tal vez, había llegado la hora de decir la verdad.
Chloe lloraba en su cama. La música de fondo apenas tapaba los sollozos. Sus dedos temblaban sobre el teclado de la notebook. “Si tan solo hubiese puesto a dos boludos que vigilen la puerta… si tan solo no hubiese bajado la guardia".
Se culpaba. Por lo de Belial. Por lo que le pasó a Zane. Por todo.
Sophia y Lila recorrían el mapa digital del colegio. Entraron a la red de seguridad interna, buscaron señales de energía, huellas, rastros. Nada.
LILA (susurrando):
—Es como si no quisiera ser encontrado.
SOPHIA (tragando saliva):
—Tenemos que hacerlo. Sienna no aguanta mucho más.
En los salones altos del Cielo, Michael y Metatrón se mantenían de pie junto al Mapa Viviente. La energía de Zane… no figuraba.
METATRÓN (apuntando con el dedo):
—¿Jerusalén?
URIEL (con expresión agria):
—Nada.
MICHAEL (serio):
—¿Río?
RAFAEL (sacándose la armadura):
—Tampoco.
JESÚS (susurrando, brazos cruzados):
—Recorrí Seabreeze completo. Pasillo por pasillo. Barrio por barrio. No está. O no quiere estar.
Y detrás de ellos, Dios permanecía en silencio, sin pronunciar una palabra desde hacía horas. Porque ni Él podía encontrarlo.
En los pasillos terrenales de Brighton, Atenea fingía una excusa distinta cada día. "Zane se enfermó." "Zane está en casa de su tío." "Zane está haciendo un retiro espiritual en el Cielo."
Nadie le creía. Y ella lo sabía. Apoyada contra el pilar del patio trasero, miraba el cielo y murmuró para sí:
ATENEA (cerrando los ojos):
—Fallé.
MICHAEL (apareciendo junto a ella, en forma humana, susurrando):
—No fallaste, querida hija.
ATENEA (apoyándose contra él):
—Sí, padre, lo hice. No lo protegí… De él mismo.
Michael no respondió. No había palabras para eso.
Atenea miró sus propias manos. Y por primera vez en semanas… no supo si debía seguir ahí.
Y en lugar lejano de allí, un guerrero comenzaba a apagarse...
La vieja bodega abandonada, un lugar olvidado en los muelles de Seabreeze. Grietas en las paredes. Polvo en el aire. Una lámpara de neón parpadea colgada del techo, su zumbido siendo el único sonido constante. Zane está frente a un espejo roto colgado en la pared, apoyado sobre una tabla corroída por el tiempo.
Sus nudillos aún vendados, con manchas secas de sangre y ceniza. Sus ojos están hundidos, marcados por días sin dormir, por noches donde el hambre no supera a la culpa. Se mira fijamente. Pero no se encuentra. El reflejo es extraño. Ajeno.
ZANE (susurrando, apenas moviendo los labios):
—No soy... lo que creen que soy.
Un silencio largo. Respira hondo. Y de repente —¡CRACK!— le da un puñetazo al espejo. Los pedazos caen como lluvia de cristal. No reacciona al corte en su mano. Ni al dolor. Como si necesitara lastimarse para asegurarse de que todavía siente algo.
Más tarde esa noche, Zane duerme mal. Se retuerce sobre un colchón sucio en el suelo. Tiene una pesadilla. Vuelve a estar sobre Belial, golpeándolo sin parar. Esta vez no hay interrupción. No hay grito salvador. Solo los sonidos de huesos rompiéndose, de carne desgarrándose.